Damsel (David Zellner, Nathan Zellner)

El western ha vivido distintos procesos de deconstrucción desde el final de la era clásica de Hollywood que le han permitido mantener su vigencia cinematográfica. En tiempos recientes su supervivencia como género parece depender radicalmente tanto de ese cuestionamiento constante como de una reformulación de sus elementos narrativos —como mostraba Slow West (John Maclean, 2015)—, o también llevándolo frecuentemente a la hibridación y a jugar con sus límites —algo que también hacía recientemente Bone Tomahawk (S. Craig Zahler, 2015)—. Con Damsel (David & Nathan Zellner) nos encontramos ante una subversión deliberada en dos aspectos muy claros: su validez como relato mítico-mitificado y la hegemonía de la hipermasculinidad que cimenta los personajes y las dinámicas que se construyen sobre él. Damsel arranca con un hombre civilizado llegando a la costa oeste, alguien fuera de lugar que busca a su amada para casarse con ella. Pero los verdaderos motivos del viaje son bien distintos y el protagonista interpretado por Robert Pattinson (Samuel) se ve forzado a asumir el rol de pistolero, aunque no tenga ni idea de cómo ni posea ninguna de las características asociadas a ello tradicionalmente.

La desmitificación del Lejano Oeste se construye ya desde la llamativa y ridícula descontextualización de Samuel con su entorno y el contraste con quienes le rodean. Pero también con la falsa caracterización e identidad de los implicados al arrancar la historia. Su Penelope no necesita ser salvada de ningún secuestro y el párroco que le acompaña tampoco es lo que parece. La enamorada de este relato sólo existe en la cabeza del falso protagonista inicial, que se la ha apropiado. Su punto de vista es el predominante, el único verdadero, hasta que ella por fin puede tomar la palabra. Como en el film de John Maclean —con el que comparte algunas de sus ideas fundamentales—, en el de los Zellner el proceso de desproveer de cualquier atisbo de romantización del entorno y sus códigos se produce aquí progresivamente. Un tono irónico impregna todo el metraje, riéndose de cada situación e individuos arquetípicos desde su inicio y manteniendo el equilibro entre la parodia directa, la sátira autoconsciente y el gag visual. Pero sobre todo ocurre cuando Penelope —que no es precisamente la del Ulises de Homero— destruye por completo el punto de vista elaborado hasta ese momento —aunque lo fuera de forma un tanto patética— e impone el suyo en la narración.

El gesto romántico del rescate, del esfuerzo titánico de un hombre por su amor verdadero —mujer— queda destruido. La narrativa que había construido en su cabeza, ridiculizada. La damisela en apuros y su proeza no existen y el amor romántico, como las historias tradicionales de ese oeste legendario, es una mentira nociva e insostenible. Mia Wasikowska es la protagonista de una historia de amor que desconocemos, de una vida repleta de aventuras de la que no sabemos nada y del esfuerzo por perdurar en un entorno hostil que la ha llevado exactamente a donde quería. Los hermanos Zellner recorren el camino inverso para hacer todo una prueba y estudio de carácter. La entereza, la valentía, la fuerza, la inteligencia, la capacidad de supervivencia que Samuel quería fingir que poseía, Penelope es quien los tiene. Con la búsqueda de simetrías y la profundidad de campo a favor de su acercamiento cómico —ya sea gamberro, morboso o cáustico—, con el fuera de campo y el montaje como aliados, los directores despliegan todo un arsenal de sutilezas pero también de recursos obvios que son integrados cuando son necesarios. La concreción en sus planos, la ya habitual naturalidad al exponer sin problemas sus cortes dando consistencia al tratamiento espacial, la descripción del paisaje y el enfrentamiento del individuo contra el entorno —que ya pudo verse en Kid-Thing (2012) y en Kumiko, the Treausure Hunter (2014)— vuelve a formar parte de la iconografía que compone esta película. Una película del verdadero oeste, una que no respeta ni su legado fílmico ni su perspectiva sesgada, salvaje y anacrónica y que se siente orgullosa de ello.

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