Cooties (Cary Murnion, Jonathan Milott)

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Una de las críticas más habituales al subgénero zombie, o como el caso que nos ocupa, su variante de infectados, es su escasa originalidad. Puede cambiar el tono, la ambientación, el contexto, pero al final estamos siempre e inevitablemente ante la misma película una y otra vez. Cooties, no es en absoluto una excepción a ello. En el fondo, nada de lo que nos cuenta aporta absolutamente que sea mínimamente novedoso y sin embargo…

Hay algo en ella que resulta enternecedor, quizás su propia autoconsciencia génerica, su sapiencia en el sentido de saberse jugadora de una liga menor, ese ‹know how› que demuestran los directores del artefacto a la hora de buscar, encontrar y dar exactamente lo que su público objetivo reclama.

Y es que deliberadamente se omite el factor creepy del asunto. No, no esperen esos niños acojonantes y acojonadores de, por ejemplo, ¿Quién puede matar a un niño? O Cromosoma 3. No, aquí son meros elementos violentos, e hijos putiles del decorado; instrumentos cuya condición infantil sirve para uno o dos chistes al respecto y ya. Tómenlos por lo que son, bestias vírico-rabiosas implacables.

Aquí el meollo de la cuestión se centra en el mundo adulto, concretamente en los arquetipos del mundo del profesorado. Y sí, lo decimos así porque la intención ya es esa desde el minuto 1. Presentar a los personajes lo más rápidamente posible, lo menos matizados que se pueda para sentar rápidamente las bases del chiste, de las relaciones obvias que van a tener y poder pasar a la acción sin más preámbulos. Un planteamiento del que se agradece su sinceridad y en cierta manera su riesgo.

Porque efectivamente, la propuesta genera inmediatamente simpatía, conexión y permite al mismo tiempo conseguir que la mirada se centre en otros lugares, como por ejemplo el juego meta con ese mini clásico reciente que es The Faculty .Tomándola de referencia la pone en frente de un espejo reverenciándola vía guiño de guión y presencia de un divertido Elijah Wood y subvirtiéndola a base de reversificar situaciones.

El problema es, quizás, que todo lo positivo generado en base a ir a barraca sin contemplaciones también genera su opuesto. La pérdida rápida de interés. La velocidad aquí resulta decisiva en cuanto al desarrollo y previsibilidad. Todo va muy rápido, pero tanto que el estancamiento llega también de sopetón y aquello que era divertido empieza a ser cansino, el cliché se convierte en reiteración, y el personaje codificado en elemento superfluo y prescindible.

Es por ello que el tramo final de Cooties es lo más parecido a un globo en pleno proceso de desinflado involuntario. Sigues jugando con él pretendiendo que sigue intacto pero sabiendo que no es así. Es un estirar metraje buscando un último clímax más poderoso si cabe a base de barroquismo sin contar nada que esencialmente ya se hubiera producido anteriormente. Un recurso este que acaba lastrando el film, entre otras cosas porque rompe la mezcla voluntariedad/ingenuidad anterior en pos de un cierto afán de resolución notoria que el film no necesita. Una pena pues que Cooties no acabe de poder ser ese producto ‹sleeper› y se quede en una simpática nadería con un cierto regustillo a palomita revenida.

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