Cinétracts (VVAA)

A pesar de que los Cinetracts se entiendan como una colección de imágenes de autoría comunal y anónima, por aquello de simbolizar la disolución de la voluntad de uno en una causa común en la que ya no importa tanto el individuo sino más bien el grupo, es llamativa la anécdota de la genial Jackie Raynal según la cual una serie de cineastas aburguesados se montaban para rondar por esas calles de París en el coche con el que Godard da fin a su película una, única y divina El desprecio, algo que, lejos de todo lo que yo vaya a querer decir ahora, presagia algo así como el fin violento y el regusto de la tragedia. Es así como encontramos, ya desde la propia creación de estos Cinetracts, un choque primordial y originario que consiste en la introducción de unas figuras que se saben autores-Deus-creadores en una multitud en puro movimiento para registrarlo y revelarlo, aportando así un orden basado en el encuadre, la sucesión no aleatoria (la repetición buscada, la intención del choque), el ritmo, el uso del intertítulo y la numeración. Es precisamente esta ecuación la que da un resultado que hace intuir una sublimación derivada del vértigo ante lo inaprensible que, no correspondiéndose con la del prototipo de poeta que se funde con la Naturaleza, pero tampoco con la de aquel que, surgiendo a raíz de las nuevas velocidades y el desarrollo de las urbes del siglo XX, se deja llevar y se disuelve en la Gran Ciudad, entronca con la exaltación del sentirse en un momento concreto de dinamismo que busca romper la medida, derivando naturalmente en esa otra modalidad de vértigo, que tan solo difiere en la causa de los citados aquí arriba, del resquequebrajar para caer en lo informe, y luego Dios dirá. Es este crear desde la exaltación y en la corriente el que, más allá de parir un producto estrictamente propagandístico, etiqueta con la que se suele tachar a estos Cinetracts, deja entrever ese aura de la imagen inintencionada que se dirige a todas direcciones, y ya que cual la atienda desde su mirada.

Es este carácter de inmensidad del momento concreto en puro devenir y en constante búsqueda de romper la forma que encorseta el que se ve reflejado en una oscilación que va de los primeros planos de las caras de los que por allí andan a los planos generales en los que aparece esa masa de manifestantes y policías dándose de hostias, pasando por los gestos repelentes tanto de puños en alto y demás cosas que dan uniformidad a los revolucionarios, como de protección protocolaria de los protectores de los guardianes de la paz y del orden. Es decir, que a pesar de que sí haya medida en cuanto a este discurrir de lo general a lo particular y viceversa, de lo que se trata es de que aquellos que durante las revueltas asistían a las proyecciones de estos Cinetracts en Universidades y demás sitios podían tener claro que «vale, estos son nuestras caras de pena y de alegría, esta es la violencia desesperada que emplea el Estado» pero ¿y mañana qué coño? Es decir, que es la presencia constante de una x sin despejar, de unos movimientos que para nada se sabe a dónde pueden llevar, lo que va (llevaría vamos, supongo, que yo no lo he vivido) de esas imágenes concretas a un abismo que cubre del vértigo que se deriva de la aniquilación del pasado y del futuro para sentir lo absoluto del momento concreto. Toda una paranoia romántica —esta que aquí redacto sin querer reconocer que esto, visto desde mi tiempo, no es más que un documento— llena de tantas contradicciones como las que se dan en cada época para permitir el dinamismo de la Historia. Espero también yo ser mañana otra cosa que la que soy hoy.

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