Centipede Horror (Keith Li)

Hoy en día, supongo que lo que más inmediatamente viene a la cabeza del cinéfago de a pie al unir los términos “ciempiés” y “cine de terror” es The Human Centipede, la tronada película del holandés Tom Six que reinventó el concepto de ‘trenecito’. No obstante, el género ya coqueteó con estos desconcertantes insectos en otra cinta igualmente tronada de hace ya casi tres décadas, de nombre Centipede Horror. Esta vez ya no se trata del ciempiés como metáfora o como cristalización de la perversa imaginación de un moderno mad doctor, aunque tampoco estamos ante el insecto de toda la vida ni es ésta la peli de bichos asesinos al uso que uno esperaría encontrar en este especial que acabamos de iniciar en la web.

Antes una peli de brujería y maldiciones que de animales peligrosos, los ciempiés del film de Keith Li son el instrumento de un Mal superior, encarnado en la figura de un hechicero vengativo con mucho apego por esta y otras criaturillas venenosas. También es, sin dudarlo, uno de los ejemplos más evidentes de la vitalidad, imaginación y frescura que caracterizó al cine de terror y fantasía hongkonés en la década de los 80. En unos tiempos en los que impera el reciclaje y la fórmula, sorprende aún más la llamativa desvergüenza de obras como Centipede Horror, recorridas por un urgente sentido de la evasión y el puro goce que no va necesariamente reñido con una libertad tanto formal como narrativa muy rara de ver en el cine actual.

Aquí impera el frenesí, las ideas demenciales (pero jugosísimas, véase el desdoblamiento de la chica tras el accidente de coche), los apuntes extravagantes e incluso malsanos (qué difícil sería ver en una película de hoy a un bebé calcinado, imagen netamente enferma que aquí se ofrece despojada de verdadero afán morboso, más bien con una ingenuidad adorable en su propia inconsciencia), una ligereza narrativa que inmediatamente nos remite al cine de terror de Sam Raimi (puede que Arrástrame al infierno sea la única producción de género contemporánea que iguale el dinamismo del cine hongkonés de aquellos años, probablemente una de las fuentes de inspiración del autor de Posesión infernal) y una querencia por dos vertientes del horror nuevamente poco frecuentadas hoy en día: la mágica, con unos duelos de brujos que remiten al Roger Corman de El cuervo (pero sin su humor e ironía), y la (llamémosle así) “repugnante”, sustentada en ocasionales caídas en el asco, la putrefacción física y lo repulsivo.

Keith Li sirve este cóctel bizarre (aderezado con ciertos elementos kitsch) con notable habilidad, introduciéndonos en una turbia trama de venganza y magia negra prácticamente desde el minuto uno, gracias a una narrativa no sutil, pero sí sintética y briosa en su endiablada agilidad. Cuando uno duda de la capacidad del director para ilustrar con contundencia los espantos de la maldición del ciempiés que lanza sobre los protagonistas el villano de turno, Li satisface nuestro apetito tirando de gore sabrosón (los ciempiés brotando de las heridas purulentas de la hermana) o brindándonos momentos de cine imaginativo y bien hecho (la formidable escena del exorcismo de la joven, con su mezcla de fascinación por lo oculto, erotismo y horror cárnico). Hasta los golpes de humor involuntario (los pollos fantasmas o el flashback que recrea el incendio del poblado, con la tronchante muerte doble accidental) caen inevitablemente simpáticos y no restan, en absoluto, interés a la cinta.

No obstante, puede que alguno se pregunte si no es acaso mejor película de fantasía y poderes mágicos que de terror animal propiamente dicho, que es lo que aquí nos ocupa. Pues bien, aunque tenga más de lo primero que de lo segundo (abundan las confrontaciones de hechizos y la tradición mágica asiática cumple un papel primordial), Centipede Horror no deja de ofrecer sus buenas dosis de bichos amenazantes dispuestos a hacer pasar un muy mal rato a los entomófobicos de a pie, especialmente en un tramo final apabullante que trae a la memoria cierta escena clave de la infame (¡y reivindicable!) Slugs, para, acto seguido, finalizar esta locura con una repulsiva e hiperrealista escena en la que una joven vomita (literalmente) unos cuantos ciempiés vivos. Aviso: no hay trucos. Realmente salen ciempiés vivos de la boca de la muchacha, que sus buenos ovarios le echó para atreverse a hacer algo así. Impagable y nauseabundo broche de oro a una cult movie tan desconocida como disfrutable.

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