Carla Simón… a examen

La versatilidad de Carla Simón como cineasta puede no resultar evidente a partir de sus dos largometrajes, Estiu 1993 (2017) y Alcarràs (2022), en los que ha desarrollado un estilo muy específico en la relación con el entorno y sus personajes de cercanía absoluta, tratando de evitar distancias con la posición de la cámara y gestos innecesarios. Sin embargo, sus cortos durante su época de formación e incluso alguno más reciente como Después también (2018) o Correspondencia (2020) —trabajo de ensayo documental epistolar realizado en colaboración con Dominga Sotomayor— dejan ver una variedad de recursos estéticos y visuales que van desde el tratamiento experimental a la radical estilización formal de Las pequeñas cosas (2015). El que fuera su corto de graduación en la London Film School se vincula claramente con el resto de su filmografía, en la que introduce elementos biográficos o de su experiencia personal como material sobre el que construir las imágenes y la ficción. En este caso se trata de la relación de una mujer ya mayor con su hija de mediana edad, que está inspirada en la de su abuela y su tía. Entre ellas vemos pasar los días previos a la inesperada visita de su otro hijo, a través de una descripción de su cotidianidad que desvela las ambigüedades de su relación maternofilial.

Ya desde el primer plano cerrado sobre un cenicero en la habitación de Anita (Ana Prada), una mujer de 40 años con enanismo que convive con su madre María (Carme Sansa), podemos intuir su difícil convivencia. Anita oculta que fuma, no le gusta el crucifijo que coloca sobre el cabecero de su cama y no soporta las continuas correcciones y cuidados no solicitados de su progenitora. Carla Simón establece el uso de planos fijos, que permiten describir el espacio interior de la casa con un fuerte sentido estético y utilizar los detalles de decoración y arquitectónicos para una composición minuciosa de cada toma, que podrían evocar a la utilización de la dirección de arte tan refinada de Aki Kaurismäki —además de por su humor seco e irónico—. La cámara en mano no está presente y nos encontramos con el uso de movimientos lentos de aproximación o alejamiento de la misma para bloquear distintos encuadres dentro de una misma secuencia o trávelin laterales para mostrar las habitaciones por las que transitan los personajes, repletas de recuerdos y fotografías de toda una vida familiar. De todos ellos solo queda la ausencia de los que fueran buenos momentos. Quizá de antes de que su hermano se fuera del hogar familiar para prometer recurrentemente visitarlas sin nunca aparecer finalmente, con una vida propia y emancipado del núcleo familiar.

Los reencuadres son la herramienta que utiliza la directora para enjaular a sus dos protagonistas en la casa, donde transcurre prácticamente toda la acción del relato. Los marcos de las puertas y la perspectiva para usar los pasillos, los muebles o las paredes se configuran como elementos opresivos de la realidad de ambas. Su existencia está mediatizada por la codependencia y por las necesidades especiales de quien sufre acondroplasia. Un tema que palpita en el subtexto de cada escena y diálogos, en los que nunca se hace referencia directa a ello salvo cuando su madre esconde su silla, porque desluce la mesa que ha preparado para recibir a su hijo. Este constante enfrentamiento soterrado se expresa progresivamente a través de la misma propuesta escénica de Carla Simón, que aprovecha la fotografía para jugar con la situación de los personajes con la profundidad de campo —situándolas con mayor o menor distancia de la cámara, en el fondo y primer plano—; con el corte de plano-contraplano en unas conversaciones, que intensifica la ruptura entre ellas situadas en el espacio negativo de la otra respectivamente; o con tomas perpendiculares de los propios muros que separan estancias de la casa en los que cada una intenta guardar su intimidad sin mucho éxito. Las pequeñas cosas acaba siendo así tanto un ejercicio de impecable elaboración visual y extremo compromiso formal, como un filme ilustrativo del punto de vista cinematográfico profundamente humanista de la directora, antes de que pudiera desarrollarlo libre de las ataduras del academicismo.

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