Carajita (Ulises Porra, Silvina Schnicer)

La argentina Silvina Schnicer y el español Ulises Porra abordan en su segundo largometraje una idea de la dominicana Ulla Prida, que muestra una realidad muy extendida y normalizada en su país de origen: la existencia de “nanas”, es decir, niñeras que cuidan a niños y adolescentes de familias pudientes, muchas veces alejándose de sus propias familias. Sara, una adolescente rica, es cuidada por Yarisa, con quien establece una relación maternofilial muy tierna; pero un terrible accidente pone de manifiesto las enormes diferencias de clase y posición social entre ambas, abriendo una brecha que Sara no será capaz de cerrar.

Carajita no nos cuenta una historia excesivamente novedosa. Ya se ha tratado en ficción, en repetidas ocasiones, la cuestión de las diferencias de clase irreconciliables; también, específicamente, en el terreno del empleo doméstico. Uno de los recursos que utiliza la cinta para darle un toque distintivo es el uso de un simbolismo algo elusivo, que deja un poco de margen a la interpretación del espectador y que genera una atmósfera que incluso se llega a asemejar a tensión psicológica y misterio en una historia que en realidad es puramente dramática. Esta estrategia funciona bien, en su mayor parte, pero no siento que sea una decisión óptima para lo que se quiere contar.

De hecho, si tengo que quedarme con una vertiente de la película, esa es la claramente dramática, en la que se puede seguir con linealidad exacta cómo el accidente rompe la relación entre Yarisa y Sara, y cómo ambas y en especial Sara se dan cuenta de todo lo que las separa. Y es que, más allá de la inventiva en los símbolos y de los juegos con el tono narrativo, creo que lo que hace bueno y en no pocas ocasiones fascinante a este filme es la caracterización de los personajes y de su cotidianeidad, de una sorprendente elocuencia y atención a los detalles descriptivos, teniendo en cuenta que la pareja de directores es ajena a la realidad sociocultural dominicana.

En Carajita, Schnicer y Porra desgranan con una precisión demoledora lo que se esconde detrás del fenómeno local de las “nanas”, cómo detrás de una relación que se presenta idílica hay una montaña de privilegios impuestos y normalizados, familias que se rompen y desestructuran para que otras tengan todas las comodidades y realidades económicas y cotidianas completamente distintas. Y al contrario que en otras obras que también abordan esta temática, no lo hace a través de una caricaturización tragicómica sino de una forma sutil, manteniendo un pie en la realidad costumbrista y mostrando que los prejuicios y el desprecio que ejercen las clases altas frente a aquellos que no están en su esfera no se dan a través del odio, sino incluso de la compasión autoindulgente y de la empatía mal dirigida. En un momento de la cinta, la familia de Sara insiste en decirle a Yarisa que deje de limpiar para que pueda descansar y asimilar lo sucedido, pero no la detienen ni adoptan una postura proactiva. Hacen lo mínimo para sentirse bien con ellos mismos, y ese tipo de sensaciones, que no surgen de una maldad o confrontación genuina pero sí de un egoísmo y una condescendencia nada disimulados, son los que al final dan a entender que su entendimiento era una ilusión.

Asimismo, todo lo narrado sucede en una etapa vital de Sara muy delicada, una transición a la adultez en la que apenas comienza a asomarse y experimentar. Se podría considerar su desarrollo, en ese sentido, como una suerte de ‹coming of age› truncado para su protagonista, quien vive una situación de ruptura total con lo que hasta entonces se había construido en su sistema de valores; lo cual le hace tomar conciencia no ya de sus privilegios sino de lo que representaba su relación con Yarisa, la falsedad conveniente que se ocultaba detrás de su principal vínculo emocional. Desde el accidente, Sara camina perdida, sin rumbo, viendo cómo su burbuja se rompe, sintiéndose afectada pero sabiendo en su fuero interno que ella no es la víctima. Lo que hace esta película con su protagonista, y la propia interpretación perdida de Cecile van Welie, son de una delicadeza muy meritoria.

En conjunto, y pese a que no me termine de convencer su búsqueda medio experimental de otras sensaciones como parte del todo, creo que Carajita es una muy buena película, rodada con mucha destreza y no menos elegante y elocuente en su narración; en ella se tratan temas comunes y muy sobados, pero demuestra una comprensión íntima de los mismos, una empatía y una capacidad para ponerlos por encima de la mesa sin cargar las tintas que, sin duda, la elevan de categoría.

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