Camila saldrá esta noche (Inés María Barrionuevo)

Envuelta en un alegórico humo verde aparece la joven actriz Nina Dziembrowski mirando desafiante a cámara en el cartel de Camila saldrá esta noche (Inés María Barrionuevo, 2021), cuyo título también supone una síntesis discursiva de la película. Camila (Dziembrowski) es una adolescente platense que se muda junto a su madre (Adriana Ferrer) y hermana (Carolina Rojas) a Buenos Aires a la casa de su abuela, que se encuentra hospitalizada en estado grave. Deja atrás un colegio progresista para entrar dentro de uno religioso, que choca frontalmente desde el principio con sus convicciones políticas y comprometido activismo. En un primer momento el director (interpretado por Guillermo Pfening) le hace guardar el pañuelo verde que tenia anudado a la mochila y que desentona con el uniforme obligatorio, que homogeniza al alumnado. La escuela no permite que se exprese ningún posicionamiento ideológico, dice. Pero la doctrina religiosa católica campa a sus anchas en su interior. El centro educativo se convierte en una representación encapsulada de las imposiciones de la tradición y las instituciones, que pretenden simplificar la realidad social, obviando la complejidad y diversidad existentes tanto fuera como dentro de sus aulas.

Mientras la protagonista se rebela en pequeños detalles y se enfrenta al ‹bullying› en el colegio por sus ideas, vemos además cómo desarrolla su sexualidad con chicos y chicas, encuentra amigos con los que compartir su tiempo —y construir un entorno de confianza y compañerismo— o salir de fiesta por las noches. A la vez, la relación con su progenitora se va degradando por las arbitrarias normas que le impone en una casa que no es la suya, donde debe seguir las reglas de una abuela ausente. Una tensión que explicita el conflicto latente entre las nuevas generaciones que buscan reivindicar su lugar en el mundo, lastradas por las viejas costumbres y las posiciones reaccionarias de otros tiempos, seguidas por inercia e incluso comodidad. Los planos fijos y el montaje elíptico se combinan con una concepción naturalista del relato, que deja las acciones de los personajes fuera de cualquier tipo de perspectiva psicológica en la narración para explicar su comportamiento. La luz difusa e indirecta inunda sus composiciones minuciosas en los interiores del apartamento, con una aproximación muy sensorial a su fotografía. La cámara se fija en el rostro de Camila para comprender lo que le rodea, pero también asume una posición observacional desde su espalda, que agrega cierto sentido de imposibilidad de desentrañar sus deseos y motivaciones.

Podría parecer esto una versión adolescente continuista de la reciente Las niñas (Pilar Palomero, 2020) o al menos existente en el mismo universo, también por sus coincidencias temáticas o la relación ambivalente con su madre. Camila le dice a Clara (Maite Valero), con quien mantiene una relación, que posee dos personalidades. Una dentro de la escuela y otra fuera. Un contraste con ella misma, que no puede evitar ser fiel a sus convicciones en cualquier contexto, aunque le provoque problemas en sus estudios o en el día a día de la escuela o su familia. Pero al igual que su madre o su abuela, Clara también oculta un pasado que ha mediatizado cómo prefiere existir en sociedad y explica sus decisiones en el presente, que no se puede obviar.

La campaña de reivindicación feminista del derecho al aborto en Argentina —que estaba ya presente desde el arranque del largometraje— reaparece en su parte final y asume el foco del argumento y sus dimensiones políticas. La realidad rompe las barreras de la propia ficción y se introduce en ella. Lo hace a través de la confrontación directa de Camila contra la hipocresía de una representación religiosa de los alumnos, en la que señala la dictadura moral de la Iglesia y los efectos sobre la sociedad y, más específicamente, sobre los cuerpos de las mujeres. Unos cuerpos que Inés María Barrionuevo muestra a lo largo del metraje ejerciendo libremente su sexualidad, pero también siendo agredidos, violentados y oprimidos sistemáticamente. Son esos cuerpos los que al final se apropian las alumnas y resignifican como arma para la lucha reivindicativa, en una secuencia de poderoso simbolismo, que transgrede lo establecido para honrar el legado de las que ya no están y no pudieron ser libres en vida. Unas reivindicaciones que finalmente se hicieron ley.

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