Burning Fire (Michael Karrer)

La gente cambia pero en el fondo no tanto, siguen persistiendo modos de reacción, de análisis, de interacción y de convivencia, y en ese sentido la motivación progresista entra en choque con los líos de una especie que aunque fuerza su separación de las demás sigue siendo animal; estas dubitaciones se plantean en la presente obra de una manera peculiar, pues por momentos da la impresión de que estamos siendo voyeurs de una comunidad que se divide entre diferentes capas generacionales, y digo voyeur porque la organización de la narrativa es caótica hasta el punto de que al principio pareciera que vemos clips inconexos de la cotidianidad de los personajes; y aquí influye también la distancia de los planos, que es bastante considerable remarcando así una extrañeza o sentimiento ajeno con respecto a los sujetos, y así con estas condiciones narrativas y estéticas se van desarrollando  con pocos sobresaltos pequeños dramas entre los personajes. 

Por lo expuesto es difícil categorizar o delimitar de manera correcta a los personajes, y mucho menos hablar de su desarrollo como caracteres, pues es sencillo confundirlos en la distancia, e incluso por momentos puede ser un poco frustrante en especial mientras se comprende la intención de la cinta. A pesar de estos inconvenientes, es de elogiar el trabajo realizado con los actores ya que logran representar de una manera realista lo que son las interacciones entre grupos hasta el punto de plantear si lo que se ve no es en cierta manera un documental. De entre las diferentes escenas van surgiendo pequeñas tensiones, a veces románticas, a veces violentas, que en algún momento pueden incluso llegar a preocupar, pero más allá de ello se advierte que este no es un drama en el que el desenlace nos quiera llevar por algún camino radical o sorpresivo; como la vida misma, la mayoría de las situaciones se resuelven sin mayor escándalo, y no por ello quiere decir que tengan menor peso, es solo que impera una necesidad social para contener los estallidos; y en ese sentido es un acierto cómo la cinta retrata las dinámicas comunes de fastidiarse entre personas cercanas, ese juego de poder en el que los amigos se van importunando entre ellos, jugando con fuego, abriendo las puertas a un estallido que de nuevo la mayoría de las veces nunca ocurre. Y lo mismo, si bien está más presente en las generaciones jóvenes, también sucede en las adultas a pesar del lenguaje cordial que dichas manejan. 

A lo largo de la trama algunos temas se subrayan de manera curiosamente superficial: debates sobre la corrección política o sobre la crisis existencial están presentes y son detonantes fundamentales para algunas escenas, pero a pesar de la relevancia y el peso de los mismos la indagación discursiva se omite, como si el autor en su apuesta ignorase lo político, o por lo menos el debate moral y su profundidad prefiriendo quedarse con la reacción, con la piel y el tacto, remarcando así la animalidad escueta del humano; no confundir la palabra animalidad con salvajismo, pues con la primera se subraya el legado natural con el que carga el ser humano independientemente de su desarrollo racional. A grandes rasgos la cinta es una indagación en la estética de lo social, en la expresión del gesto, de la muletilla, de todo aquello que está inmerso en la convivencia, sin tocar el fondo de manera demasiado honda; un ejercicio al que se le puede achacar la falta de compromiso intelectual con alguna de las posturas que cita, pero que a pesar de esto termina siendo por lo menos una curiosidad fílmica por su estética y su compromiso en la representación verosímil y veraz de sus sujetos. 

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