¡Buenos días, mundo! (Anne-Lise Koehler, Éric Serre)

Planteado en un principio como miniserie televisiva y orientado posteriormente al formato largometraje, ¡Buenos días, mundo! es uno de esos proyectos de apariencia sencilla que esconden una gran ambición expresiva y un esfuerzo colosal, de casi una década. La idea fue llevada a cabo por los franceses Anne-Lise Koehler y Éric Serre, colaboradores habituales de Michel Ocelot, y surgió a iniciativa de Koehler, quien buscaba explorar a través de sus esculturas su interés por la naturaleza.

El resultado es un breve largometraje, de poco más de una hora, que sin embargo está construido con una minuciosidad impresionante, utilizando la técnica del ‹stop motion› sobre esculturas creadas con papel maché. El enfoque narrativo, una especie de documental ficcionado que recorre las vidas de diversos animales en un lago y el bosque que les rodea, es todo un catálogo de curiosidades detalladas sobre sus ciclos vitales en las que una voz en off guía a los animales, desde su nacimiento hasta su vida adulta, a plantearse su lugar en el mundo y a comprender quiénes son.

Esta suerte de perspectiva naturalista ficcionada, en la que los animales tienen su personalidad y sus arcos de autodescubrimiento, cae dentro de la no muy atractiva idea para mi gusto de antropomorfizar animales y atribuirles sentimientos y emociones humanas, Sin embargo, en esta ocasión dicha atribución no compromete en ningún momento el espíritu didáctico de la obra. ¡Buenos días, mundo! se demuestra como una muy buena ejecución de la premisa que permite generar fascinación en su público objetivo —que tanto por tono como por presentación parece ser eminentemente infantil— aportándoles piezas de información de una forma amena y comprensible. Durante su metraje, la película explora con la mezcla adecuada de rigor y ligereza un ecosistema complejo y fascinante, en el que quedan bien plasmados tanto el viaje personal de cada protagonista como la interacción de todos ellos con su medio.

Pero más allá del aprendizaje, e incluso de la curiosidad animalista que desprende, si por algo destaca la obra de Koehler y Serre es por su impresionante puesta en escena. Éste es, como menciono anteriormente, un proyecto que esconde un trabajo enorme detrás. No ya por la cantidad —y calidad— de modelos necesarios para esta animación, sino por la interacción constante de todos ellos. Cada fotograma es un cuadro complejo en el que están presentes varios elementos, y crearlos y posicionarlos en cámara a la manera del ‹stop motion› sin duda tiene muchísimo mérito, todavía más en una narración que, por su propia naturaleza, necesita sentirse cohesiva a pesar de explorar muchos puntos de vista paralelos.

La técnica utilizada para crear los modelos, el papel maché con trozos de periódico, es además de laboriosa bastante interesante desde el punto de vista artístico. Los personajes y el entorno se elaboran con una gran atención al detalle, pero en sus cuerpos se pueden ver impresas palabras y a veces noticias enteras, lo cual hace que se vean irreales. No es un error ni una limitación de la técnica, por lo que esta “distracción” parece deliberada y en mi opinión tiene sentido como una forma de explorar la habilidad de la representación artística para evocar a través de la abstracción. Llega un punto en el que lo obvio, lo que está a la vista y te recuerda que estos modelos son esculturas de papel, cae ante la pura visión empática que propone la obra sobre la naturaleza y sus habitantes. Viene a poner énfasis en el potencial de la animación como generadora de mundos y emociones en un metraje que, para el caso, bien podría haberse rodado en un lago natural cámara en mano; pero la sensación y la conexión no serían las mismas.

En cualquier caso, la ambición artística y el buen hacer narrativo no ocultan la sencillez expositiva de ¡Buenos días, mundo!, que puede no ser de gran atractivo en particular para un público fuera de su registro, y desde luego difícilmente asombrará por la complejidad de sus temas y conclusiones. No es ni mucho menos un elemento negativo, pero sí un recordatorio de que esta cinta evoca una ingenuidad y se dirige a una forma de ver el mundo que fuera de su audiencia objetivo no calan de la misma manera.

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