
Brother verses Brother es una película que desde el momento de conocer su existencia llamó la atención por varios factores, y ninguno de ellos se ha confirmado como elemental para elevar la cálida recepción que está recibiendo en su recorrido por festivales; por una parte, el film de Ari Gold se presentó como un proyecto apadrinado por el mismísimo Francis Ford Coppola, razón suficiente como para acaparar miradas, pero además encontramos que la historia introduce al espectador por la orografía urbana de San Francisco a través de un único plano secuencia que se extiende hasta los 90 minutos. Inspirados por eso que algunos definen como el ‹live cinema›, doctrina en el que el arte cinematográfico se une a conceptos como la ‹performance›, la pretensión escénica o la improvisación, Ari Gold se dirige así mismo y a su hermano Ethan en un recorrido por las calles de su ciudad natal, proyectando una serie de reflejos autobiográficos mientras se disponen a visitar a su padre, un anciano escritor, el popular novelista norteamericano Herbert Gold. Ambos hermanos son músicos, pero tiene especial preponderancia la carrera como cantautor de Ethan, sirviéndonos ello para recorrer algunos de los paisajes musicales que esconde la majestuosa San Francisco.

El propio director confiesa que la relación amor-odio con su hermano fue lo que motivó el lanzar este proyecto adelante, convirtiéndose en su principal motor narrativo. Y es precisamente la ausencia de interpretación ficticia entre ambos lo que adhiere a la película un excelsa naturalidad, que permite al espectador en convertirse en un invitado de excepción para conocer un núcleo familiar interesantísimo. Es una devoción inherente por la música, y la facultad creativa de Ethan, la que nos sumerge por ese San Francisco que no suele salir en las guías turísticas (le vemos actuar por diversos bares), y que nos permite disfrutar de la idiosincrasia musical de la ciudad. Brother verses Brother es una película que respira libertad creativa haciéndonos partícipes de un sentido narrativo autónomo, con un falso plano secuencia (en realidad la película se rodó en cinco semanas) que da una dinámica natural y entusiasta al ritmo de la historia. Una trama desarrollada a golpe de improvisación con ambos hermanos huyendo de cualquier tipo de ficcionalidad, haciendo de la espontaneidad un grado importante para el desarrollo de estos 90 minutos dentro de la vida de los Gold. Porque ante todo la película busca ser la reivindicación de un sentido para el cine libre de ataduras, donde la narrativa brota de manera natural y en donde los márgenes de la ficción vuelan por los aires bajo la proyección tan íntima de ambos hermanos. Si bien el desarrollo de la película transcurre con una idea puesta en escena muy recurrida en el cine indie (dos personajes que disertan mientras caminan a través de diferentes emplazamientos), la película de Ari Gold transmite una luz especial, capaz de reivindicar su propia estirpe familiar, y en el que dejan para el final un necesario rescate: la figura paternal, a la cual, ambos hermanos, después de diversas aventuras musicales e incluso románticas a través de su recorrido por ese San Francisco contracultural, pueden dedicarle a su anciano padre una sentida despedida; Herbert Gold falleció tan sólo pocas semanas después de filmar esa última escena de la película, lo que supone un insuperable colofón final a este viaje a través del cual los Gold destapan ese núcleo familiar con las luces y sombras habituales en este tipo de epicentros afectivos.

Brother verses Brother es una película que se siente libre y natural por huir de los ya cansinos artificios a los que nos tienen acostumbrados las propuestas cinematográficas convencionales cuando se detienen en ahondar en los focos familiares; aquí, la perspectiva autobiográfica gana la partida. En unos tiempos actuales donde se respiran ciertos vientos de cambio que inician al pesimismo, Ari Gold rescata las querencias artísticas de su familia para hablar de la hermandad, la pulsión lumínica de la música y del vigor existencial de una ciudad como San Francisco, que parece inexorable en su idiosincrasia al paso de los tiempos. Uno siente caer en uno de esos tópicos analíticos tan fáciles de recurrir como sería el decir que la gran urbe aquí es un personaje más; pero aquí, es inevitable caer en el tropo, ya que la San Francisco que vio nacer a los Gold es la principal testigo de la fantástica inmersión que el espectador puede hacer de un legado cultural que los hermanos han decidido compartir.






