Bodies, Bodies, Bodies (Halina Reijn)

Aún en pleno 2023 sigue existiendo un corte entre cine comercial y cine de autor. O al menos la separación existe en formato etiqueta. Puede que los límites se estén difuminando, puede que incluso cupiera la posibilidad de debatir al respecto de la oportunidad de los términos en la actualidad. Pero está claro que, al fin y al cabo, seguimos necesitando de etiquetas, de modos de clasificación ni que sea, para incluso definir nuestros gustos y/o expectativas. Justamente en lo que respecta a estas consideraciones se está produciendo un fenómeno que parece nuevo pero que paradójicamente nos retrotrae a épocas pretéritas del cine: la expectación por un film debido a la productora/distribuidora que la presenta. Hablamos, en este caso, de A24 (pero podría aplicarse, por ejemplo a Blumhouse). Si antiguamente el fan del terror se interesaba e incluso entusiasmaba por un film sencillamente porque venía de la mano de la Universal o más tarde de la Hammer o la Amicus, hoy en día A24 funciona por sí sola como sello que anuncia productos independientes o de género que, como mínimo, serán interesantes.

Por ello, el ‹hype› generado por un film como Bodies Bodies Bodies, es hasta cierto punto comprensible: sello de prestigio, ‹slasher› autoconsciente y grupo de adolescentes prestos y dispuestos a ser asesinados parecen ingredientes más que suficientes como para esperar algo tan festivo como digno de celebración. Y en realidad todo ello está ahí. ¿El problema? Que nada funciona, como si a todo se le hubiera pasado un filtro dietético dispuesto a hacerlo tan rutinario y falto de interés como fuera posible.

El planteamiento, aunque nada original, no es lo problemático. Otra versión más de un ‹whodunnit› típico de Agatha Christie, con el conteo habitual de cadáveres, un derrame de sangre elevado (aunque lo justo) para satisfacer a los amantes del género, personajes odiosos y un ligero final ‹twist›. Todo ello pasado por el tamiz de unos visuales sacados de filtros de Instagram y despliegue “tiktokero”. Todo ello, que podría parecer hasta negativo, en realidad era lo esperado. Sencillamente es que nada funciona.

Ni el humor, ni las motivaciones, ni el dibujo de los personajes están a la altura de lo esperado. De hecho, ni la ironía de hacerlos anti-empáticos funciona. Sus muertes no generan el mínimo jolgorio necesario. Da igual quién muere, quién sobrevive o quién es el culpable. En realidad todos son intercambiables. Difícil pues entrar en un juego donde no solo no importan las reglas sino que su cumplimiento o infracción tienen el mismo valor que no es otro que cero.

En este sentido su resolución es quizás el ejemplo más claro: se busca un final ‹twist› tan bobo como impactante, que dé cuenta de la futilidad de todo. Y, en cierta manera, es así. Solo que consigue despertar un atisbo de sonrisa ante la ironía del asunto. Sencillamente se queda en algo más parecido a un truco de mago tendente más al bostezo que al impacto real. En definitiva Bodies Bodies Bodies, desmiente la idea que un sello, por sí solo, es garantía de nada. Un pequeño fracaso que no tiene ni la virtud de molestar. Una nada inane, vacía.

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