Bliss (Joe Begos)

Dezzy de rizos indómitos. Dezzy tras las gafas de sol oscuras. Dezzy drogándose para obviar la realidad. Dezzy enajenada inspirándose para evolucionar su arte. Dezzy entregada al éxtasis es el único motivo de la existencia de Bliss.

Una artista ante un bloqueo existencial irrecuperable se planta ante un lienzo inmenso de tonalidades rojas que no encuentra su verdadera forma expresiva. Un cuadro que conformará el hilo conductor de una película llena de excesos, movimientos histriónicos y música metal, algo que empasta elocuentemente con las aventuras que arremeten contra Dezzy.

Bliss se confunde con un retrato del vampirismo comercial del arte en los tiempos de consumismo rápido, de altos precios, de encargos encorsetados a contrarreloj. Pero no utiliza lobos disfrazados de seres inocentes, juega con el más puro terror que nos ofrece la noche de las calles más alternativas de Los Ángeles para dar forma a impulsos creativos y desastres naturales.

El delirio del éxtasis como forma de vida. La creación artística como única alternativa expresiva. El rojo, la simple llama sanguínea que nos lleva al estallido al ver un cuadro terminado. Así se percibe Bliss, con los ojos bien abiertos, sin capacidad de parpadear, de moverse, reaccionar. Simplemente absorber la batería de imágenes que se forma alrededor de Dezzy, combinando la fantasía, pura flotación corporal gracias a alguna droga extrema aspirada por la nariz con ansia, con la mutación vampírica que ofrece la sangre, ansias infinitas por dominar al contrario con el salvajismo de la muerte incrustado en sus dientes. Ambos caminos nos llevan al extremismo, al puro delirio para encontrar la dominación dentro de lo artístico.

Mientras el cuadro va tomando forma, Dezzy pierde el control, inhabilita todos sus sentidos para mimetizarse con su obra, como una visión única de la creación. Totalmente desprovista de voluntad, sin presión ni libertad, sintetizando la energía en un único proceso, la protagonista focaliza su vida en crear una ‹fucking masterpiece› con la que terminar esa parada cardiorespiratioria que sufre su carrera.

Joe Begos, tan fanánico del cine ochentero que ha resucitado en cada uno de sus títulos, escoge a todas esas heroínas del terror de Serie B que han sufrido mutaciones indelebles y las fusiona con una potente Dezzy, un arma onírica y orgásmica que disfruta y rebate todo lo que frena su voluntad. La artista indie sin dinero y sin futuro, la drogadicta cool que se eleva a los infiernos de la química por vicio, la contestataria dispuesta a sobrellevar ese universo lleno de arpías en el que vive. Puestos a simbolizar, su ducha llena de sangre no me deja olvidar Thirst de Rod Hardy, sus violentos mordiscos a Trouble Every Day de Claire Denis, o los fatídicos movimientos de cámara a… Basta, solo son símbolos, reflejos de cine frente a la brutalidad generada por Begos, que va de la simple palabrería socioeconómica a la debacle sentimental, pasando por nuestro mimetismo con cada escena donde despliega la violencia sin un sentido concreto, con la única intención de extasiarnos al nivel en que ella rompe con cualquier regla establecida mientras la sangre corre incesantemente a través de su cuerpo o sobre el mismo, y la música nos clava en una butaca ajena para que, al salir de allí, solo sepamos que se ha utilizado el arte para experimentar con el arte, en cuerpo y alma, en un proceso globalizado y letal, hasta solo quedar la definición absoluta del rojo más puro.

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