Ana, mon amour (Calin Peter Netzer)

Chico conoce a chica. Él se llama Toma, es un universitario de veintitantos años. Dejó una carrera de ciencias económicas para empezar otra de humanidades. En la facultad conoce a una chica más joven, Ana. Los dos se atraen y poco a poco se enamoran. Ella es un cúmulo de inseguridades, ataques de pánico y otros retos que su novio afrontará para seguir juntos. A veces discuten pero siguen conviviendo hasta que se casan. En ocasiones se enfrentan aunque el amor los une mientras también los separa del resto del mundo. Tras casarse, tienen un hijo. Se odian. Se quieren. Viven.

Puede ser que cada época tenga su historia de amor característica, con un amante débil, otro fuerte, ambos cómplices. También que cada historia de amor sea más romántica, consistente o duradera en la memoria, debido a las imposibilidades, al rechazo por las circunstancias que rodean a los enamorados. No se trata de Romeo y Julieta de William Shakespeare, esa relación inmortal llevada al fracaso, con el entorno amenazador de dos jóvenes obnubilados por una pasión que no les deja ver el mundo más allá de los siguientes diez minutos, al tiempo que todo lo que los rodea está en contra de ellos. De la misma manera que una comedia puede ser graciosa cuando mayor es el drama que oculta. Igual que un film de guerra será más devastador cuando su mensaje es más antibélico. Así se presentan algunas de las mejores historias de amor, si están más abocadas a la ruptura o al conflicto entre las dos partes.

Ana, mon amour, más allá del título en francés, es una coproducción rumano-alemana y gala. La historia comienza de forma cronológica, durante uno de los primeros encuentros de la pareja en el apartamento de Toma. Escuchando los gritos de placer de fondo de unos vecinos mientras practican sexo, los dos jóvenes debaten sobre Filosofía y filósofos, tratando de mantener la atención. Esta forma de mantener una situación complicada con un entorno que solicita la sonrisa o incluso la carcajada, es un método de representación que acompaña varias secuencias del film. Buena manera de suavizar un guión en el que se proyectan los acercamientos, romance, momentos de sexo, otros íntimos, las disputas, aborrecimiento, dudas y dependencias de dos seres dependientes. Ella por debilidad, él por la necesidad de ayudarla. Pero en lugar de un viaje, la relación se convertirá en un columpio en el que suben y bajan los dos, a veces con suavidad, otras de modo brusco. Entonces, desde la butaca percibiremos que no se trata de la proyección de una historia, sino de la certeza de hallarnos como personas ante un espejo que nos refleja a nosotros mismos. Ahí se halla la verdadera dureza de la película.

Podemos citar referentes cinematográficos sobre el desamor, que se sitúan en las épocas que retratan. Algunos de los más claros serían varios films de Bergman, sean o no acerca del matrimonio. Otras, las desilusiones que deja el tiempo a cineastas como Woody Allen. O bien relaciones tempestuosas como las de algún ególatra danés. Sin embargo las influencias más directas en este vaivén emocional que dirige Calin Peter Netzer, se atisban en obras tan distintas como Dos en la carretera y Delicias turcas. En el caso de la primera escoge la presentación a base de saltos temporales que suceden a lo largo una década de vida en pareja, con Ana y Toma envejeciendo desde los veinte hasta los cuarenta años. Secuencias en las que se intercalan escenas de las confesiones y sesiones de psicoanálisis de Toma. De Verhoeven absorbe su espíritu.

El producto final resulta agotador por momentos en el sentido emocional, siempre intenso e incluso divertido en algunos instantes. Puede que la estructura del juego, de avances y retrocesos en el tiempo, nos narcotice por el desarrollo descompensado de algunos pasajes respecto a otros, no tan logrados como el primer y último tercio del film. Tampoco se trata de crear un guión al uso, con tres actos y sus giros, porque la textura de la película es similar a la de la vida. Con instantes fuertes que transcurren muy rápido y se alojan en el recuerdo, frente a otros más anodinos que pasan lentos. El cineasta rumano apuesta por un rigor documental extremo, moviendo la cámara como una sombra en planos medios, cortos y cerca de los actores. La verdad casi suicida de Mircea Postelnicu con Diana Cavalloti, dos intérpretes brutales, capaces de crear dos figuras creíbles, en crecimiento, inmortales, a pesar de la juventud de ambos.

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