Amores brujos (Lucía Álvarez)

El compositor Manuel de Falla (1876-1946), figura clave en la música del s. XX, necesitaba un homenaje en el cine de manera urgente y por fin ha ocurrido con Amores brujos. El vínculo del músico gaditano con el séptimo arte se remonta a su estancia en París a principios de siglo buscando imbuirse de las vanguardias de la época. Sin embargo, se vio abocado en sus comienzos a formar parte de una compañía que interpretaba la pantomima El hijo pródigo de Michel Carré para sobrevivir mientras aguardaba el reconocimiento que merecía su talento. Se trataba de una producción itinerante por varios países que promocionaba la adaptación al cine en 1907 de la obra en la que muy probablemente se montarían espectáculos mixtos de pantomima y proyección del cinematógrafo sentándose al piano «el laureado compositor de la Academia de Bellas Artes de Madrid, Manuel de Falla», como expresaba la prensa del momento. No existe una evidencia directa de su dedicación al acompañamiento musical de cine, pero sí se encontró una carta dirigida a sus padres en la que nombraba «su gira cinematográfica», dato que le unía a él de forma explícita.

El músico nunca compuso para el cine, pero no fue por falta de peticiones, las cuales iba declinando por un ligero prejuicio hacia un arte que tardó años en considerarse como tal y por su recelo en supeditar una creación musical genuina a otras manifestaciones artísticas. Tuvo ofertas de Edgar Neville, Argentina o Hollywood, aunque no llegaron a culminarse. «Prefiero que hagan una película sobre mi música», pronunció en una ocasión poniendo de manifiesto la preponderancia de su pensamiento. Su música ha vibrado en la banda sonora de muchas películas, pero el cine tenía una deuda pendiente con una producción que homenajeara su obra incombustible, tal como sí ocurrió con esa efigie de los billetes de 100 ptas., que le inmortalizó en el pasado.

En Amores brujos le vemos vestido de blanco inmaculado con sus características gafas redondas, a través de la sobresaliente actuación de Jesús Barranco —«un Falla resucitado» según el guionista de la película, que sugirió su presencia—, actor de gran empaque que nos habla cara a cara por medio de los sentidos pensamientos, diálogos y relaciones epistolares del compositor en las dramatizaciones que vertebran la película. Escenas escritas con la exquisita pluma de José Ramón Fernández —que se propuso encontrar la voz del compositor cuando evoca a aquellas personas fundamentales en su vida como Lejárraga, Lorca o Debussy— y recitadas pasionalmente por los actores y actrices envueltos en una acústica excelente. Porque en esta película Falla no camina solo por ese reconocimiento a su persona y su obra musical. Lucía Álvarez apuesta en gran manera por la influyente presencia vital y profesional de la dramaturga y escritora María de la O Lejárraga (interpretada con gran sensibilidad por la directora), amiga personal también de Juan Ramón Jiménez y Joaquín Turina.

Activista en su época y, sin embargo, una de las muchas mujeres que engrosa la lista de esas artistas silenciadas e invisibles bajo seudónimos. María escribía con el nombre de su marido, Gregorio Martínez Sierra, para que su talento pudiera ver la luz. «Me encontré con un libro en París sobre Granada que guio mi vida. Luego supe que lo habías escrito tú, como todo lo que firmó tu marido», le comenta Falla a Lejárraga en las partes ficcionadas. Ella agacha la cabeza con un gesto entre vergüenza, rabia y resignación. No es necesario ahondar más. Con esa sencilla y natural conversación se reestablece su memoria y se hace justicia a la humilde, servil y a la vez orgullosa voz femenina delante de esa máquina de escribir escondida “entre bastidores”.

La película profundiza en el Falla flamenco, aquel terreno fértil al que estaba predestinado de alguna forma viviendo aún en Francia con la apasionada lectura de la guía sobre Granada que brotó esa misma noche en la composición de Noches en los jardines de España y el consejo de su amigo Claude Debussy cuando le exhortó a que «su corazón tenía que beber del corazón del flamenco». Amores brujos establece un diálogo entre lo clásico y el patrimonio universal del flamenco, que terminó por conquistar al gaditano y que remataría a raíz del encuentro con “su hijo” Federico García Lorca (con voz de Luis García-Montero) al que le dice: «tú me enseñaste el secreto de los gitanos». «Por ti escribí El amor brujo» le comenta también apasionadamente a María Lejárraga. Una comunión la de la escritora y el músico dotada de una alquimia llevada al paroxismo que ardió para gestar esta obra escénica integral imperecedera con el libreto escrito por ella de forma arrebatada, del que Gregorio se llevó los honores y que Pastora Imperio interpretó poderosamente.

La música del genio gaditano impresionaba a su amiga Lejárraga. «Música en toda la carne y toda la sangre. Bravía, cruel, dulcísima, áspera y soñadora, desolada y desgarradora, mora y mística a un tiempo. De una alquimia endemoniada y que sabe a fatalidad». Palabras exaltadas que escuchamos con la voz dulce y pasional de Lucía Álvarez y que ponen de manifiesto el especial vínculo que unió para siempre a la pareja.

La puesta en escena de la película pasa por espacios como la Residencia de estudiantes, el Teatro Lara o de la Zarzuela, escenarios que marcan los cuadros musicales gobernados por el piano que toca con fuerza interpretativa Rosa Torres-Pardo, artista que goza de mucha presencia acompañada de otros grandes artistas. Las figuras simbólicas de Lejárraga y Falla en escenas minimalistas observan con orgullo y melancolía cada espectáculo mientras expresan su fervor, sus inspiraciones y creatividad. El cantaor Israel Fernández arranca con su voz quebrada con una de las varias canciones populares de Falla que salen en la película. La guitarra de Cañizares abraza el sentimiento por la pérdida de Claude Debussy en su homenaje mientras Falla le observa y expresa que «con estas notas encontrarás el camino hasta mi casa».

Nos trasladamos al Museo del Prado en las salas de Velázquez y Goya con una cámara fluida que se pasea de forma envolvente y delicada por cada cuadro pictórico al igual que se nos exhibirá cada cuadro de cante y baile flamenco después.

El violonchelista Adolfo Gutiérrez establece un diálogo sublime con el piano de Torres-Pardo; la bailarina Helena Martín, la pianista Constanza Lechner y la armónica de Antonio Serrano mixturan su arte perfectamente, así como la cantaora Rocío Márquez refulge en sus tres intervenciones de El amor brujo, complementada con un fondo rojo tras la pasional interpretación de nuevo de Torres-Pardo. La bailaora Patricia Guerrero derrama su duende por el piano de cola para agitar después su bata de cola roja ardorosamente, complementada con el número clásico del bailarín Sergio Bernal que aparece en escena con la magia del claroscuro sobre los relieves de su cuerpo y el fondo azul que rige la escena con misterio. Escuchamos con deleite a Ana María Valderrama al violín y Carmen París con Jota sobre el piano de Torres-Pardo nuevamente, que además comparte número con Alexis Delgado tocando Noches en los jardines de España con estupenda compenetración. Antonio Gades tiene una presencia pequeña, pero importante, en esa pantalla partida que reivindica a una de las figuras más claves del arte flamenco.

Las partes recitadas de El amor brujo tienen como protagonista en los escenarios exteriores y nocturnos a Clara Múñiz, que aporta enérgicamente el desgarro de la gitana Candelas por el amor perdido y los hechizos e invocaciones para reencontrase con él. También Lucía Álvarez, como María Lejárraga, se rompe casi al final del metraje entonando de forma honda y desde las alturas de los bastidores la gravedad que requieren las palabras del exilio a Argentina por la guerra civil: «Cuidar un jardín en la lejanía, delante de mis ojos ha brotado la hierba de la muerte…».

Amores brujos posee el duende necesario en este espectáculo integral y poético, con reminiscencias de la obra de Carlos Saura dedicada al flamenco, producto de —como respuesta de la directora a mis preguntas— un trabajo repleto de «talento y el amor de todas las personas que han participado en la película». El piano está muy presente en el metraje y posee mucha fuerza en la puesta en escena porque «Falla tocaba ese instrumento. No podemos pensar en Falla sin pensar en el piano».

Trabajo dedicado a la escritora Almudena Grandes —«Almudena es mi íntima amiga desde mis 15 años. Y hablo en presente porque ella siempre está aquí de alguna manera. Me enseñó lo que es el motor de mi vida: La alegría es una forma de resistencia»— y que ha tardado seis largos años en ver la luz, aunque con la recompensa de un éxito asegurado.

Lucía Álvarez tiene un férreo compromiso con el acceso universal a la cultura, por ello apuesta por una película plenamente accesible a personas con discapacidad visual y auditiva en todas sus sesiones, siendo la primera en España con esas características, abriendo camino a las siguientes que habrán de adaptarse a la nueva Ley del cine que facilitará la afluencia de «ese 15% de la población a la que, históricamente, se les ha negado su acceso a la cultura», según comenta la directora y que «ahora, paulatinamente, se irán incorporando a las salas de cine». Su labor fue reconocida con el Premio Accesibilidad 2023 por su lucha por el derecho a la cultura universal.

Amores brujos llega a las pantallas el 13 de junio con la existencia de subtítulos especiales y audiodescripciones que pueden descargarse previamente en una aplicación que permitirán disfrutar de este exquisito y sensible reconocimiento a la vibrante, misteriosa, enérgica y poderosa música de Manuel de Falla. A sus obras más importantes, su derroche de pasión y la relación con intelectuales que representaron un influjo clave en su biografía —en especial con María Lejárraga—, alumbrando una de las carreras musicales más brillantes del s. XX.

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