El segundo trabajo del director francés Eric Gravel es un buen ejemplo de producto no excelso pero sí (casi) perfecto. La clase de trabajo que parte de una posición modesta pero que consigue mantenerse en ella durante todo el trayecto. Lo que modestamente llamaríamos, sin más rodeos y para dejar de complicarlo, una buena película.
De hecho, A tiempo completo tiene una de las mayores virtudes del buen cine: lograr que el espectador centre todo su interés en el devenir de los hechos. Ello se debe, en primer lugar, a que Eric Gravel dedica la mayoría del esfuerzo en narrar los acontecimientos que conforman la historia. Sin espacio para distracciones, el tiempo vuela, la protagonista corre, los conflictos se suceden. Todos los obstáculos que obstruyen la vida de la humilde madre de familia son introducidos a gran velocidad, de modo que casi provocan taquicardia (mérito, sobre todo, de la buena conjunción entre la planificación de Gravel y el galopante montaje de Mathilde Van de Moortel —al ‹tempo› de una igual de acertada banda sonora generada por sintetizadores—).
Esta conjunción es sin duda una de las grandes responsables de que la película haya sido catalogada, por algunos críticos, como thriller. En mi opinión, incluso transmite cierta sensación de policíaco, a pesar de no contar con elementos terroríficos ni giros dramáticos espectaculares: todo el suspense nace de la permanente situación extrema que afronta la protagonista. Una situación extrema que tampoco se debe a ninguna intriga de asesinatos ni a misiones secretas imposibles, sino a un conflicto de apariencia tan sencilla como el de cuadrar horarios. Y de ahí otra razón del mencionado magnetismo que posee A tiempo completo: toda la historia resulta tremendamente creíble.
El hecho de que la película rehúya el esquema fabulesco de “buenos y malos” contribuye a reforzar esta credibilidad. Y es que tan comprensible resulta la urgente necesidad de Julie de encontrar un canguro para sus hijos como la imposibilidad de su anciana vecina de hacerse cargo de ellos. En cierto momento, el director incluso se permite mostrar un gesto amable frente a las negligencias de Julie por parte de su patrona (negligencias igualmente comprensibles). Así es como A tiempo completo nos recuerda que en la jauría competitiva que es el mundo capitalista existen situaciones cuya resolución jamás podrá contentar a todo el mundo (en este aspecto, el trabajo de Gravel tiene un ligero parentesco con el también reciente —y excelente trabajo de Asghar Farhadi, Un héroe).
Así, la nueva película de Eric Gravel funciona tanto por su discurso como por sus formas. La vida, profesión y trabajos de Julie son interesantes, las dificultades que afronta despiertan empatía. Hasta los detalles que conforman su entorno generan cierta curiosidad (las metodologías de trabajo de la protagonista, los personajes secundarios, su interacción con los mismos, la relación con sus hijos…). Y al mismo tiempo, Gravel narra con tal agilidad y describe los conflictos con tanta eficacia que la ansiedad por descubrir dónde carajo desembocará la historia jamás decae. Dos aspectos (discurso y formas) que hasta parecen fusionarse en un todo al que resulta realmente difícil encontrarle pegas.
De ahí que digamos que A tiempo completo es, aun tratándose de un trabajo modesto, una obra perfecta. O, si se prefiere rebajar el grado épico de la descripción, una buena película.