A Taxi Driver. Los héroes de Gwangju (Jang Hoon)

Tras el asesinato del dictador Park Chung-hee, Corea del Sur sufrió un golpe de estado y el general del ejército Chun Doo-hwan ascendió al poder. Inmediatamente después, centenares de personas —sobre todo estudiantes— tomaron las calles de Seúl y otras ciudades surcoreanas para reclamar libertades y democracia. Estos levantamientos fueron duramente reprimidos por la policía y el ejército, ocasionando un gran número de muertes. Gwangju, al suroeste del país, se llevó la peor parte de la represión gubernamental, con más de 600 muertos, hecho que el gobierno intentó ocultar mediante un control estricto de carreteras y medios de comunicación.

En ese contexto histórico se enmarca el cuarto largometraje del director surcoreano Jang Hoon, Taeksi Woonjunsa (Los héroes de Gwangju.18.05.80), seleccionada por el país oriental como candidata al Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Song Kang-ho (The Host, Memories of murder) interpreta a un taxista viudo que se ve envuelto sin quererlo en el fragor de las protestas, al aceptar como pasajero a un reportero alemán (Thomas Kretschmann) que busca cubrir los incidentes de Gwangju.

Como en el caso de otras películas recientes, como Train to busan o The Host, el film de Jang Hoon es una película con mensaje político, pero rodada como si se tratara de un blockbuster de acción. El film cuenta en ese sentido con una estructura convencional, con su anti-héroe, sus giros de guion, su suspense y su clímax espectacular, sin que ello significa que lo que narra (el asesinato de civiles por parte del ejército surcoreano) sea menos impactante. Hay ciertamente valentía a la hora de tratar tan abiertamente un tema seguramente espinoso en el país, tomando partido por un bando —los manifestantes— que no resultó vencedor.

Gracias a una buenísima interpretación de Song Kang-ho, que demuestra una vez más su infinita variedad de registros, y de un guion bien construido, asistimos al despertar político de un trabajador, a la chispa de pensamiento crítico de una persona corriente ante los hechos que le rodean. Los héroes de Gwangju es una película de excesos, que busca menos narrar un acontecimiento histórico con honestidad de entretener y emocionar al espectador, lo que en ocasiones conlleva a una espectacularización de la violencia y de la muerte. La cámara lenta con la que los manifestantes caen heridos no está tan lejos del travelling con el que Gillo Pontecorvo se acercaba a la mano moribunda de un prisionero en Kapo, y que ocasionó aquel ya célebre artículo de Jacques Rivette, De l’abjection.

Este exceso, unido al de metraje (137 minutos es demasiado para lo que se narra), y su sumisión a una estructura convencional, acaban por mermar un film que destaca por la gran interpretación de su protagonista y por su manejo del ritmo cinematográfico. Aunque Hoon demuestra unas buenas dotes técnicas, la película falla precisamente en ese «demostrar», ya que al querer ser tan espectacular acaba cumpliendo con cada uno de los clichés de las películas de acción estadounidenses: protagonista con drama familiar, conspiración política, persecuciones a pie y en coche, muertes con violencia, explosiones y la ausencia casi total de personajes femeninos.

Los héroes de Gwangju es, pese a resultar excesiva, una película muy entretenida y poco reprochable técnicamente. Sin embargo, su falta de compromiso histórico evita que trascienda en su dimensión política, como si conseguían sorprendentemente films de género fantástico como The Host o Train to Busan.

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