Blue Moon (Richard Linklater)

Blue Moon llega a la cartelera nacional apenas unas semanas antes de Nouvelle vague (2024): dos nuevas obras firmadas por Richard Linklater entre las que hay una clara conversación más allá de su coincidencia temporal. Ambas miran a figuras artísticas del siglo XX, pero rehúyen las narrativas totalizantes del ‹biopic› para centrarse en un momento concreto de sus vidas. Y esta restricción temporal (siempre tan significativa en la obra de Linklater) es un ejercicio de metonimia. Si Nouvelle vague aspira a retratar todo una revolución del cine a través de unas semanas de rodaje, Blue Moon se construye fundamentalmente como un estudio de personaje, en el que un momento de no retorno condensa los conflictos de toda una vida.

Así, esta cinta se ocupa del letrista Lorenz Hart (Ethan Hawke), a quien conocemos, tras un prólogo premonitorio de su final, en el momento en que se asoma al abismo. Es la noche del estreno de Oklahoma!, el primer musical que su amigo y compañero artístico, el compositor Richard Rodgers (Andrew Scott), firma con otro socio. Aunque Hart aborrece esta obra, ya intuye el éxito estelar que aguarda a su compañero y del que él no forma parte. Y lo acompañamos en esta noche amarga, protagonista absoluto que no solo ocupa el centro dramático sino que inunda el metraje con su discurso continuo.

Blue Moon no explica demasiado sobre la obra de Hart como letrista, sino que prefiere reproducir su uso del lenguaje (preciso, ingenioso, mordaz), y es su verborrea incontenible la que marca el ritmo ágil de la narrativa. Así, se establece una suerte de correspondencia entre el espíritu de la película y el del personaje. El diálogo continuo, que Hart llena de giros verbales y de pullas sofisticadas, genera una superficie liviana y ligera, que invita al espectador a sonreír durante todo el metraje. Pero, bajo esta apariencia, el núcleo tiene la textura trágica de lo que está llegando a su fin.

Esta abundancia textual no es lo único que da una dimensión teatral al largometraje. Como ya sucedía en obras anteriores de Linklater como Tape (2001) y Antes del atardecer (2004), la narración avanza casi a tiempo real, y, exceptuando las dos secuencias iniciales, está contenida en los confines de un bar. Este minimalismo no solo enfatiza el gesto metonímico que mencionábamos, sino que retrata a un personaje atrapado, la puerta de la vida que desea cerrada ante él. Hart permanece en el espacio, mientras las personas que más le importan, como Rodgers y su idolatrada Elizabeth Weiland (Margaret Qualley), solo lo transitan. No es casual que la acción suceda siempre de manera adyacente a fiestas que no llegamos a ver, desde la ovación final a Oklahoma! a la fiesta en casa de Rodgers que continúa en la noche.

En Blue Moon brilla en definitiva el guion de Robert Kaplow, con quien Linklater ya colaboró en Me and Orson Welles (2008), otra exploración inusual de una admirada figura artística. Pero también destaca el trabajo de unos actores en estado de gracia. Ethan Hawke, en un papel en absoluto obvio para él, equilibra el carisma y el patetismo del personaje sin ceder nunca a ninguno de los dos. Y destacan sus secuencias compartidas con Andrew Scott, en las que todo se juega entre texto y subtexto, la palabra y su sombra. Gracias al dominio de los actores de dicho juego, se condensa en estos momentos una amistad de décadas, con toda la complejidad del cariño, el rencor, el agradecimiento y los reproches entrelazados irresolublemente. Así, Blue Moon sobresale como un poliédrico retrato de la amistad y colaboración artística en el último momento en que parece sostenerse en pie.

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