Agustina Muñoz encarna a una actriz que viaja a las Azores para actuar como el personaje de Ariel en La tempestad de William Shakespeare. En su trayecto en barco se da cuenta de que toda la tripulación se ha dormido; el barco sigue navegando y ella se sumerge en un sueño colectivo. A partir de ese momento la película entra en una dimensión absurda y surrealista. Al llegar a la isla, Agustina no encuentra ni compañía ni teatro. Las personas con las que interactúa en el hotel donde se hospeda, en la calle, en el supermercado o en la gasolinera, parecen hablar recitando versos. Mientras se desplaza por lugares cotidianos, la sensación de extrañeza crece hasta que conoce a la actriz Irene Escolar, que dice ser el personaje de Ariel, y descubre que la obra ya comenzó: la isla entera es un teatro y sus habitantes son personajes.
El director Lois Patiño (Vigo, 1983), ha dirigido películas como Costa da morte o lua Vermella, que destacan por su estilo observacional y sensorial, o Samsara, donde refleja su pasión por la naturaleza y la antropología. Compaginó sus estudios de psicología con los de cine en Madrid y Nueva York, e hizo el máster en Documental de creación de la Pompeu Fabra en Barcelona.
La película se aleja de lo anterior porque se funde con el universo de Matías Piñeiro, el cual había explorado las obras de Shakespeare previamente. El proyecto nació como una colaboración, pero finalmente Patiño tuvo que continuarlo en solitario. Crearon juntos un cortometraje donde pudieron tener un primer acercamiento a la obra de La tempestad: Sycorax es un retrato de la bruja que encerró a Ariel en un árbol. Planteaban una cuestión sobre la voz del personaje femenino que no habla y todo lo que se sabe de ella es solo a través de los demás.
En Ariel, el director parte de su interés por la naturaleza animista y explora por primera vez la teatralidad. El resultado es una oda al teatro del absurdo de Pirandello, con ecos al cine portugués de Miguel Gomes o Manoel de Oliveira.
La relevancia del territorio atraviesa todas las obras del cineasta. Acostumbrado a filmar los paisajes desde una mirada más documental, en esta película mezcla esa aproximación con la ficción, cruzando la cuarta pared. La realidad, así, se despliega como un cuento. La tempestad transcurre en una isla, y el filme fue rodado en las islas de Faial y Pico. Las Azores resultaron el lugar perfecto para retratar a Ariel: espíritu del viento que simboliza libertad y naturaleza etérea. Un ser andrógino que cumple las órdenes de Próspero, como provocar la tormenta que inicia la obra. Desea ser liberado, y su relación con él combina obediencia y anhelo de independencia. Patiño hace presente el viento a lo largo de todo el filme: en el trabajo sonoro y en las imágenes de paisajes verdes agitados por su fuerza, integrando a Ariel en la forma y en el propio retrato del espacio.
En su primera vez trabajando con actrices profesionales, el cineasta decidió también incorporar a personas de la isla; participaron muchos habitantes locales, entre ellos varios biólogos marinos. Es interesante cómo cada personaje habla en su propio idioma, conserva su identidad y, al mismo tiempo, recrea a las figuras de Shakespeare mezclándolas con su propia manera de ser. Es un juego constante de adaptación y replanteamiento de esos personajes. Patiño explica que eligió el portugués ya que se trata de una lengua ajena a la tradición con la que se ha representado históricamente el legado de Shakespeare.
El director también es responsable del montaje del filme y se atreve a probar nuevas formas narrativas. Colores radicales tiñen la película con un tono profundo. Mientras el humor absurdo nos acompaña desde la llegada de Agustina a la isla, poco a poco el relato nos lleva a replantear cuestiones como la identidad, la memoria y la muerte. Los personajes de Shakespeare se revelan entonces como los propios personajes de la película. El filme llega a ser un poema que nos sumerge en ese universo y nos deja atrapados en su persistente reflexión.
Al final, ya no sabemos quién escribió qué, si Patiño o Shakespeare; pero, como dice Agustina, «al apagarse la pantalla, todo terminará y en cuanto alguien abra de nuevo el libro, volverá a empezar del mismo modo». El cineasta comenta que, con más tiempo, le habría gustado “abrir el melón” e indagar en ese diálogo entre cine, literatura y mito.









