Resurrection (Bi Gan)

Ante el exceso desmedido que abarca el cómputo total de Resurrection, última película de Bi Gan —Kaili Blues (2015), Largo viaje hacia la noche (2018)—, cabe la posibilidad de verse arrollado por la pasión que motiva el devenir de su mutación constante. El camino que recorre se revela incierto hasta para la propia película; vinculando un tipo de disertación espiritual del celuloide y la cinefilia a lo largo de un siglo de imágenes en movimiento, que se despliega progresivamente a través de una sucesión de historias diferenciadas por su naturaleza y vocación de estilo. Sin embargo, esta razón de ser (y el riesgo que comporta) no solo soporta el peso de su presunta ambigüedad, sino que eleva su resignificación perpetua hasta atar cabos en un tipo de reivindicación casi milagrosa, convirtiendo el viaje en un sugerente alegato emocional a favor de aquello que atañe al séptimo arte y su cualidad sobrenatural.

La idea de la resurrección a la que alude el título viene anunciada por medio de una narración de carácter omnisciente, estableciendo una serie de intertítulos que ensamblan una secuencia con otra. Podemos localizar ejemplos recientes que se asemejan en su misma intención, como sucede con Eureka (2023), donde Lisandro Alonso deshace el cuadro cinematográfico de un televisor hasta la realidad para ligar el corpus de ambas ficciones; o Samsara (2023) de Lois Patiño, que acompaña este proceso mediante una pantalla en negro e invita a cerrar los ojos y creer en la posibilidad de la reencarnación de las almas —y por consecuencia, de las imágenes—. En el caso de la película de Bi Gan, la relación entre géneros y homenajes abrazan un todo mayor que confluye por medio del dominio de su escritura y puesta en escena, funcionando también de forma episódica e introduciendo nuevos matices y derivas a medida que va descubriéndose (a sí misma y al espectador).

Diferenciada por cinco segmentos principales, su hibridación transita con fluidez y sin acentos marcados; del cine de los orígenes al ‹noir›, de la fábula fantástica a los monstruos clásicos, de los asesinos del ‹giallo› al romance juvenil y despechado… De un modo similar a la reivindicable Tres mil años esperándote (2022), todo tiene cabida y se hereda por medio de una narración inagotable y expansiva, como una historia sobre otras historias. Por ende, temas como la memoria y la distorsión de los recuerdos adquieren una importancia central, representados a través de las localizaciones y decorados; espacios prácticamente desprendidos de la realidad y expuestos en ruinas y escombros. Esto queda representado, en último término, por la cera que se deshace, que aquí aparece continuamente como ‹leitmotiv› y paralelo metafórico de esa descomposición inevitable.

Como apunta esto último, otra de sus fijaciones principales recae sobre la concepción elemental de la materia, donde toma una presencia notoria el agua y los reflejos. En su mutabilidad, el director traza una comparación con la propia imagen cinematográfica, que abraza su naturaleza y la ilusión de su engaño. Esta reflexión, extendida desde distintos registros a lo largo del filme, llega a su punto climático en un último tramo, donde vuelve a hacer uso del plano secuencia para mostrar un amor fugaz de Breve encuentro (1945) en unos códigos (casi) apocalípticos al trasladar la acción hasta la noche fin de año de 1999. La relación de estos amantes desconocidos adquiere una dimensión elusiva y prácticamente fantasmagórica, en una búsqueda inagotable del otro que culmina como una especie de descubrimiento insólito cercano a El rayo verde (1986) de Eric Rohmer, con esa extraña melancolía que sucede a lo extraordinario.

En su ambición, Resurrection constata un estimulante objeto íntegramente volcado a su pasión; una historia que busca su revelación constante para suscribir la grandilocuencia de su hazaña —no es casual que se hable de sus adeptos como ‘los delirantes’—. Desde luego, pocas películas hay como esta, pero claramente, esta es indivisible de todas ellas, de los Lumière hasta nuestro presente. Sin duda, una de las más bellas cartas de amor al cine y su influencia vital.

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