Never Alone – Nunca más (Klaus Härö)

El otro día una vecina que vive constantemente alerta ante la otredad, comentaba en el rellano que su hijo le había dicho que ahora los ancianos no pueden salir a la calle porque les pegan para robarles y aquí no pasa nada; y que, para entrar a robar en casas, lo que hacen es llamar al vecino de al lado para evitar que se les descubra. El otro día, pero de otro día, hablaba con una amiga sobre sus vacaciones y me comentaba que, yendo a diferentes peñas de su pueblo por las noches, varios amigos y novios de toda la vida de sus amigas no paraban de darle la brasa sobre la situación de España con los inmigrantes, la violencia que se vive en prácticamente todos los rincones del país y sobre la casi obligatoriedad de las mujeres hoy en día de tener que regresar a casa acompañadas por un hombre para protegerse de los violadores de otras religiones. Cuando ella creía que ya habían acabado de dar la tabarra con un tema, de repente resultaba que tenían otro nuevo que añadir como perros de caza incapaces de soltar a su presa hasta que en algún momento esta les diera la razón, aunque simplemente fuera por agotamiento.

Mientras se sucede un genocidio en directo con imágenes diarias mostrando el horror en Gaza y los defensores de la existencia de túneles secretos debajo de hospitales ahora carecen de memoria (aunque siempre carecen de memoria en favor de bulos nuevos que aplastan el recuerdo de otros más antiguos como el de los chemtrails del verano pasado o los de los nuevos apagones totales que el gobierno ya tenía planeados tras el original), mientras somos testigos de lo que hace Trump en Estados Unidos con los migrantes y descendientes de migrantes que no le hacen gracia, y mientras el marco de las discusiones “políticas” cada vez parece virar más y más a la derecha, convirtiendo cualquier debate en un “malismo vs buenismo” que se resuelve con un «a mamarla, progres» y «todos los políticos son iguales» cuando les pillas en un renuncio que trasciende cada vez más el zasca de las redes sociales instalando la sensación de que hablar como un nazi en la vida real no está mal, el director Klaus Härö estrena Never Alone (Nunca más), una película basada en hechos reales sobre la alianza entre Finlandia y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, con la que el primero pretendía protegerse de la URSS, y con la que el segundo pretendía llevar a cabo sus planes genocidas allá donde le era posible.

Lo que de primeras podría sonar a una suerte de La lista de Schindler a la finlandesa —Abraham Stiller, un empresario judío, arriesga su vida para impedir que los servicios de seguridad finlandeses entreguen en secreto a refugiados judíos a la Gestapo, nos cuenta la sinopsis—, es en realidad una suerte de relato humanista que intenta insuflar de aliento al espectador más preocupado por el aumento de los discursos fascistas en nuestro tiempo, con mejores intenciones que optimismo en su discurso, que esconde en sus ‹flashbacks› al futuro —‹backs› porque ocurren en los 70, cuando una periodista pretende entrevistar a un anciano Stiller 25 años después de los hechos— algunas dudas sobre la sensación de “victoria” frente a los nazis sabiendo lo que hicieron durante el transcurso previo a sus soluciones finales, centrándose en la importancia de que cada uno haga su parte frente a las injusticias y la necesidad constante de empatía como forma de evitar la deshumanización de las personas por el motivo que sea.

Habrá quien piense que estamos ante otra película sobre el holocausto, y no le faltará razón, pues formalmente Härö no se separa de aquellas, al filmar con una elegancia contenida y tonos fríos espacios que transmiten claustrofobia y sensación de amenaza latente, pero puede que se quede en una descripción muy vaga sobre lo que en realidad es Never Alone (Nunca más): es también un recordatorio de que la deshumanización empieza con palabras, bulos y miedos cotidianos. Y, aunque no es una película perfecta, a veces cae en el sentimentalismo y a veces cae en la monotonía, dura menos de hora y media y cumple su sobria función al contar una historia poco conocida de un país no muy dado a estrenar aquí con un discurso que resulta relevante en el momento actual de muchos países, donde, igual que entonces, cada ola de odio tiene precedentes y consecuencias.

Casi como a modo de aviso legal o de descargo de responsabilidad, la amiga que volvió de vacaciones acabó su historia sobre los nazis de sus amigos y conocidos con la frase «cuando no hablan de política ni beben son un encanto de personas».

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