En las estampas iniciales de su film, Aliyar Rasti presenta a su personaje central en una serie de planos fijos: un individuo en apariencia monocromo —algo que refuerza la paleta del film, apelando a tonos ocres y apagados— que prepara un viaje indefinido espoleado por la quimera generada en un extraño sueño.
La aparición de una serie de billetes preparados por dicho personaje en las calles de la ciudad dará pie a una serie de entrevistas por cuya afluencia incluso el propio Beitollah se sorprenderá. Desempleados, descreídos y hasta individuos sin razón de ser se darán cita en su casa siendo inquiridos acerca de sus creencias y objetivos, hecho que se antoja esencial en la empresa del protagonista.
La selección dará con el rostro de un joven del que pronto descubriremos que vagabundea por la ciudad en busca de cobijo, destacando en él una noción de la realidad que se aleja de cualquier rasgo social: su única meta es la supervivencia, no a costa de todo pero sí entendiendo un lugar y una situación en la que no caben ilusiones, y donde la palabra creer se antoja un mero espejismo ante aquello que es tangible o, cuanto menos, explicable.
Es por ello que su reacción ante el propósito de Beitollah derive en torno a un escepticismo que pronto germina en palabras. ¿Cómo asumir que aquello que germinó en un sueño puede ser real? ¿Hasta qué punto una ilusión puede dar forma a la realidad? ¿Puede aquello quimérico, irreal, ser parte de nuestro destino? Preguntas que Rasti no ejecuta frontalmente más allá de algún diálogo complementario (como ese en el que su acompañante alega que «cuando estás seguro de algo, eso no es una ilusión», a lo que el protagonista contesta que «eso es precisamente una ilusión»), pero que sin embargo quedan bordeadas por una sustantividad que en The Great Yawn of History la construyen escenarios decadentes dominados por casas envejecidas por el paso del tiempo cuando no directamente casi derruidas, con paredes a medio pintar y plásticos cubriendo algunas estancias y ventanas, además de esa sensación de no avance, de estancamiento que se desprende de diferentes personajes —como esa mujer que vive del campo e invitará al acompañante del protagonista a quedarse con ella, a no proseguir con un engaño a través del cual saca partido de él—.
El cineasta iraní filma sin grandes alardes, pero siempre pegado a sus personajes centrales, trazando una hoja de ruta difusa, que les llevará a emplazamientos de la más variada índole a raíz de la memoria de Beitollah, única guía en este viaje en busca de una cueva cuyo paradero desconocen. Aunque el film no apuntale en un inicio las causas de esta búsqueda, terminaremos conociendo por boca del protagonista unas motivaciones que apuntalan todo lo descrito por el iraní ante un paraje que no es precisamente esperanzador. Algo que no da, de hecho, lugar a fugas, y es que Aliyar Rasti evita mayormente incursiones o desvíos genéricos que en realidad no tendrían razón de ser, pues aquello que interesa al cineasta no es otra cosa que saber hasta dónde deciden creer o no sus personajes —algo que apuntala en una última escena de lo más esclarecedora, haciendo hincapié en signos (esos que abraza constantemente Beitollah) que no sabemos si, al fin y al cabo, son fruto de la imaginación de su compañero o no—.
The Great Yawn of History dibuja así un recorrido cuyo propósito atraviesa la narración en todo momento, y aunque puede que termine vagando (que no divagando), sin llegar a mostrarse errática, del mismo modo que lo hacen sus personajes, el debut del cineasta iraní se revela como una de esas piezas tan modestas como enigmáticas donde ensueño y realidad no terminan estando tan lejos como parecen.

Larga vida a la nueva carne.