La alternativa | Accidente (Joseph Losey)

Guardo un muy grato recuerdo de Accidente (Accident, 1967). Fue la primera película que vi de un autor por aquel entonces, hace más de veinte años ya, desconocido para mí, por lo que no tenía referencia alguna de lo que me iba a encontrar. Llegué a ella a través de los DVD de las bibliotecas públicas de la Comunidad de Madrid, pues la caja que albergaba esta obra maestra casi siempre se hallaba disponible. Me llamaba la atención que casi nadie optara por coger este DVD, y a fuerza de toparme con él una y otra vez, decidí probar suerte.

Me encontré con una película diferente, una máquina de picar carne que me dejó el cerebro en estado casi líquido. Una película que no tenía nada que ver con ese melodrama clásico con ciertas derivadas románticas que esperaba hallar. Un film que había sido una clara influencia en cineastas rompedores como David Cronenberg o Paul Thomas Anderson.

Gracias a ella fui investigando acerca de la figura de su realizador, un Joseph Losey cuya vida ostenta un guion de película del que ya hemos hablado largo y tendido en otros artículos de la web. También me percaté que Losey tuvo una colaboración muy fructífera con su guionista, un Harold Pinter que amasó, junto con el director estadounidense, una portentosa trilogía emblema del cine de autor británico de los sesenta y setenta.

Con los años, y vistos gran parte de los filmes dirigidos por Losey, siento que el estadounidense merece un mayor reconocimiento popular, no por parte de la cinefilia más cinéfaga ya que de esta sé que lo tiene, puesto que atesora un puñado de películas imprescindibles para conocer la evolución del cine británico, y también americano en los fascinantes inicios de su carrera, desde mediados del siglo XX hasta nuestros días.

Accidente es ante todo una película muy compleja que deja un poso permanente en el recuerdo del espectador. La cinta se abre con el accidente que adorna el título, sirviendo este leitmotiv como base para construir un relato que se centra en los recuerdos, narrados mediante unas enigmáticas analepsis, de un profesor de Oxford llamado Stephen (Dirk Bogarde) y las intrincadas relaciones, a modo de teorema de trigonometría avanzada, que establecerá con una bella alumna de la facultad llamada Anna (Jacqueline Sassard), su novio fallecido en el accidente (interpretado por un joven Michael York) y un amigo íntimo de Stephen llamado Charley (interpretado por el mecenas de los primeros años de Losey en las islas británicas Stanley Baker). Todos ellos participarán en un juego de atracción y de deseos sexuales reprimidos y no convencionales complicados de llevar a cabo por esa barrera establecida por los convencionalismos socialmente aceptados por la mayoría, detonando así un sainete repleto de envidias, recelos y mentiras esparcidas dentro de unos contextos donde se pone de manifiesto esa necesidad de amar y ser amados que muy pocas veces se logra satisfacer.

Todo este complicado universo se benefició del extraordinario texto de Pinter, un analista prodigioso de la sociedad británica de los años sesenta capaz de desmigajar los vicios, pasiones más viscerales y frustraciones de una burguesía que bajo el paraguas del buen samaritano escondía en la trastienda no pocas faltas y deficiencias. Asimismo, no había mejor escenógrafo que Losey para poner en imágenes las palabras de Pinter. El autor de Eva era un excelente director de teatro, y Accidente, es fundamentalmente eso. Una obra de teatro dividida en múltiples actos y saltos en el tiempo y al vacío, poseedora de una fotografía hipnótica, pintada con una gama de colores fríos y deprimentes al estilo de la historia relatada, pero a su vez detentadora de una puesta en escena muy estilosa y estéticamente perfecta.

Según la ley del contrato de seguro un accidente es la lesión corporal que deriva de una causa violenta súbita, externa y ajena a la intencionalidad del asegurado, que produzca invalidez temporal o permanente o muerte. Todo ello lo pone de manifiesto Losey, salvo el hecho de que el accidente sea súbito o ajeno a la intencionalidad. A medida que nos vamos empapando de los dilemas morales evidenciados por las interrelaciones que se van dando entre los diferentes protagonistas que aparecen en pantalla, seremos conscientes que el accidente era inevitable, y que seguramente también fue intencionado.

Como ya habían cultivado con El sirviente, Losey y Pinter dibujan de forma sibilina y muy clara esas tensiones y dinámicas de poder que se ejercen desde las esferas de la clase media acomodada hacia unas víctimas que no se dan cuenta que están siendo devoradas y despojadas de alma por unos seres que codician poseer aquello que les ha sido prohibido, marcando de este modo con una cicatriz indeleble las vidas y las almas de unos pobres diablos que jamás podrán despojarse de una herida para la que no existe cura.

Si bien en muchas de las reseñas que escribo suelo comentar brevemente la sinopsis del filme, en este caso creo que la trama no es lo verdaderamente importante de Accidente. Es más, creo que la fascinación que sentí al ver por primera vez esta cinta se debe a la total ausencia de referencias que disponía en ese momento sobre las virtudes y el poder que ostentaba la película, sintiéndome de este modo atrapado en ese laberinto perfectamente diseñado y planificado por un maestro como Losey, un cineasta al que le gustaba tener el control de todas y cada una de las piezas que componen una película, no dejando nada al azar ni a la improvisación. El argumento aquí es tan solo una excusa para envolver al espectador en una madeja sensitiva y subliminal donde el mundo de las apariencias y el doble juego triunfa sobre lo evidente. Su aparatosa narración no lineal, el empleo de la imagen como elemento sensorial y dinamizador de dinámicas implícitas en las relaciones de los personajes y la total ausencia de diálogos relevantes, englobando los mismos en una levedad absolutamente consciente, son armas tan potentes que es mejor que su impacto esté exento de información previa.

Todo esto es Accidente, una obra maestra del cine de autor europeo de los sesenta que deja una huella persistente en la memoria del espectador. Un complejo tablero de ajedrez que refleja las contradicciones y el absurdo del alma humana. Un teatro clásico que encapsula el ambiente en una atmósfera opresiva y enfermiza que explota como una bomba de relojería en ese accidente sobre el que pivota todo lo construido por Losey y Pinter. Una historia que nos revela que el ser humano es tan solo una pieza expuesta al desencanto y la decepción cuando las interacciones se empapan de un aroma a cerrado y humedad que no deja respiro alguno. En definitiva, una de esas obras emblemáticas e imprescindibles, que, una vez vista, hace sentir que nos hemos enfrentado con una pieza cumbre que ha servido de base a buena parte de los dramas psicológicos más importantes del cine contemporáneo, y por ello un producto que merece un lugar privilegiado en la memoria cinéfila colectiva.

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