Echemos un vistazo a esta producción en la que Larry es un treinteañero despedido del restaurante que trabaja por robar licores y servirse otros cuantos mientras es vigilado en el circuito cerrado de videocámaras por su jefe. Visita a su abuela, la última pariente viva que además intenta ser la voz de su conciencia. Es un nieto desastroso que tiene conversaciones trascendentales con su perra Arrow, dormilona y roncadora, quizás el único ser vivo que parece comprenderlo. Consigue otro empleo en un taller de puesta a punto de automóviles, aunque sea un conductor que lleva colgando el espejo retrovisor dentro de su coche. Su mejor amigo trabaja como auxiliar en una residencia de ancianos y le provee de píldoras y pastillas. Larry se pasa días y noches empinando el codo sin tener que soportar un solo control de alcoholemia. Es el blanco preferido de jefes y subalternos vengativos de antiguas empresas. Una de sus mayores diversiones es cantar en un karaoke. Tiene un curriculum lleno de amores platónicos. Todo esto mientras escuchamos una banda sonora con canciones de R.E.M. —ese 7 Chinese Brothers del título—, The Cars con el inconfundible Rick Ocasek ¿Seguro que estamos en el año 2015?
Protagonizada por Jason Schwartzman, uno de los rostros más reconocibles en la renovación de la comedia y del cine independiente USA del siglo veintiuno. Actor en largos y cortos de Wes Anderson, en producciones de familiares suyos como Sofía y Roman Coppola, o contemporáneos del estilo de Judd Apatow y Edgar Wright. Schwartzman, un cómico preparado y solvente, lleva el peso del film junto a su perra Arrow, todo un descubrimiento. En esta recta final de la segunda década del tercer milenio, el buscavidas de Larry recorre un sendero que ya transitaban otros tipos normales, excéntricos o marginales en los años ochenta y noventa actuando, en films de Alexandre Rockwell, Jim Jarmusch, Tom DiCillo, Gus Van Sant, Allison Anders, Richard Linklater, Mark Romanek, Hal Hartley, Matthew Harrison o Kevin Smith por citar a varios. Escoge el tipo de papeles que ya hacían entonces Tim Roth, Matt Dillon y David Arquette. Quizás es el film que no nos hubiera extrañado ver protagonizar a Ethan Hawke o el mismo Steve Buscemi hace más de veinte años. Es una rareza en el presente porque el cine independiente norteamericano actual transita por otras maneras de abordar los géneros, revisando en muchos caso la ciencia ficción con presupuestos cortos como los de Coherence, Upstream colour y Otra Tierra. O acercamientos respetuosos pero creativos a los géneros fantástico, western, cine negro, terror y comedia en casos más o menos próximos como Take shelter, Mud, Martha Marcy May Marlene, Killer Joe y Frances Ha.
Bob Byington escoge por casualidad, o por guasa, la canción numérica de los R.E.M. 7 Chinese Brothers para que coincida con su séptima película larga si es válida Tuna, que por duración solo llegaba a ser un mediometraje. Aunque en España no se haya podido ver ninguno de los anteriores films, en la presente descubrimos un director y guionista volcado en la comedia suave, costumbrista, desnortada como sus personajes, más simpática que tronchante. Sigue a Larry, un soltero vago o un slacker, como es etiquetado ese tipo de personas por los norteamericanos. Un hombre maduro en edad e inmaduro con sus dudas e indecisiones. Byington confía en el talento indudable de su reparto de intérpretes con secundarios geniales como Olimpia Dukakys y Stephen Root. Mantiene un buen pulso durante un metraje ajustado y agradecido de ochenta minutos, midiendo bien la duración de las secuencias, los planos, utilizando la cámara al hombro que sigue a sus personajes y justifica sus movimientos. Y aplicando un par de fundidos a negro que funcionan bien como cortes entre los episodios de la narración.
Demuestra además buen oído en el uso de las canciones elegidas, aunque algo menos con una banda sonora original que suena un poco prescindible. El resultado final es el tipo de película que Jason Schwartzman no pudo protagonizar en los noventa porque apenas tendría catorce años en aquella época. Una historia corriente, sin superhéroes, con situaciones creíbles y cierto regusto a narración realista que maneja la balanza de las emociones sin cargar las tintas en los momentos dramáticos, pero tratándolos con la debida reverencia y respeto, huyendo del efectismo.
Se le puede echar en cara que parezca una obra fuera de su tiempo, como si ahora el mismo Linklater se empeñara en regresar a sus orígenes suburbiales con enamorados del grunge y sus propios slackers. Pero no se puede reprochar su honestidad, que también la posee. De todas maneras queda como un oasis en la evolución del film algo costumbrista y amable que ahora llenan otras tendencias más interesantes como la de Wes Anderson con sus comedias artísticas o Charlie Kaufman con sus viajes lisérgicos.