The Furious (Kenji Tanigaki)

Una niña secuestrada (así como quien no quiere la cosa), y ya tenemos la fiesta montada. Poco más necesita Tenji Tanigaki para invocar la ya clásica ensalada de hostias oriental. Entre tanto, un padre desesperado capaz de arremeter contra quien se le ponga enfrente, y un investigador sin (en apariencia) nada que perder. Podría sonar a ‹telefilm›, y visto ese plano inicial con una foto familiar hasta lo podría parecer, pero por suerte la coartada dramática es mínima en manos del cineasta nipón —que debutó hace apenas 5 años co-dirigiendo junto al mítico Wong Jing una Operación dragón gordo protagonizada por Donnie Yen, aunque mayormente haya destacado como coreógrafo en films como la reciente La ciudad de los guerreros—. The Furious, en ese aspecto, también tiene poco que perder: basta que sus descargas adrenalínicas funcionen con la eficiencia que se espera de una obra de estas características para volver a estar ante el enésimo fenómeno del cine de acción oriental.

Y la cosa, cuando se encuentra en manos de especialistas como Tanigaki, Tse Miu, Joe Taslim o Yaya Ruhian, entre otros, funciona, para qué mentir. Las coreografías siguen apelando al salvajismo habitual de este tipo de producciones, incluyendo además un acercamiento al cine de Jackie Chan —aunque sin su punto distendido y juguetón— e incluso fugas que orbitan en torno a un ‹mondo zombie› no concretado: los cuerpos se apiñan, retratando esa lucha casi agónica de un muerto viviente por dar caza a su presa, y son desechados representando la naturaleza efímera del extra del cine de acción asiático. El frenesí se proyecta sobre cada nueva secuencia, y la fuerza que contienen algunas de ellas arrastra como un torrente una narrativa sencilla y concisa, sin apenas tiempo para preludios, y mucho menos para incisos; condición que refleja con imprudencia el personaje interpretado por Tse Miu, que repite vez tras otra estarse quedando sin tiempo y se precipita sobre cualquier situación, por suicida que pueda parecer.

The Furious no titubea en cuanto a exhibir músculo, dar rienda suelta a un salvajismo casi inherente y dejar que sean los cuerpos quienes establezcan cualquier diálogo posible. Es cierto que puede que su banda sonora no funcione siempre del mejor modo (más allá de esos apuntes que refuerzan su casi testimonial faceta dramática), e incluso sus soluciones para dar continuidad al maremágnum de tollinas resulten disparatadas, pero tanto como que es casi hipnótico observar a sus actores en una pelea inmisericorde por ver qué ‹skills› resultan más sorprendentes y extraordinarias. Desde aquí bancamos la agilidad improbable de un actor desconocido para quien estas líneas escribe, Brian Le, y la incontrolable y violenta irrupción de Joey Iwanaga casi en las postrimerías del film, que consigue darle un nuevo rumbo en su tramo menos inspirado.

Ante la obviedad de que el film necesita un respiro, Tanigaki propone desvíos que derivan en una reducción drástica de energía e incluso un obvio homenaje a uno de esos clásicos indiscutibles del género. Pero The Furious pierde fuelle cuando se aleja de su esencia: ser un rabioso e imparable film de acción. No es que ello entorpezca su avance, aunque sí lo atenúa. Ello, unido a un final que se siente un tanto anticlimático —aunque siempre haya tiempo para introducir el ya clásico epílogo dramático—, hace de The Furious una propuesta que sin lugar a dudas seducirá a los acólitos del género, pero que se aleja quizá de sus mejores propuestas, aunque sea capaz de aprovechar sus escenarios y personajes como pocas. No perdamos, sin embargo, la perspectiva, y es que a fin de cuentas estamos ante una cita ineludible que, por defectos que pueda contener, no deja de ser tan llanamente disfrutable como lo suelen ser este tipo de propuestas, que no es poco.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *