Sólo entre nosotros (Rajko Grlic)

El cineasta croata Rajko Grlić se ha caracterizado por una larga carrera a la sombra de los grandes nombres yugoslavos, si bien al principio su nombre estaba ligado al del guionista y posterior director serbio Srđan Karanović.

Tras la independencia de Croacia no lo tuvo nada fácil a la hora de volver al trabajo (su ritmo de producción decayó) aunque uno de sus mayores éxitos se produjo hace poco con la muy interesante Karaula. La cinta, una coproducción de casi todos los estados que en un pasado formaron Yugoslavia, se realizó gracias a la unión de su creador con el novelista Ante Tomić. La obra era una gran metáfora del final de Yugoslavia que funcionaba francamente bien. Cuatro años después la pareja artística formada por director y guionista vuelve otra vez a la pantalla, esta vez para hablarnos de Croacia.

Y es que si en Karaula todo era una alegoría sobre el derrumbamiento último y trágico de ese invento llamado Yugoslavia, en Sólo entre nosotros (Neka ostane medju nama, Rajko Grlić, 2010) la novela de Ante Tomić se centra en la parábola de la Croacia actual, hija de esa desdichada Yugoslavia para lo bueno, lo malo y lo peor. Un país con amnesia sobre el pasado más inmediato que se niega a verse reflejada en el invento de Tito, su socialismo y su tercera vía.

Vista en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, la cinta no se muestra amable con la sociedad actual croata, menos aún con esa clase media-alta carente de moral y que mira al resto por encima del hombro, mientras es despreciada por todos llenos de envidia, pues en el fondo desean ser como ellos. Y disfrutar de su éxito, dinero y sus mujeres.

Examinado desde la óptica de los dos hermanos, sería demasiado simplista acortar la obra a un punto de vista netamente machista. Nada más lejos de la realidad, que sus protagonistas no tengan reparo en acostarse o desear mantener relaciones extra matrimoniales con mujeres más bellas y jóvenes que ellos se debe a la intención del director de mostrarnos a una juventud deseosa de acariciar el poder, y no, como se ha insinuado en algunos sitios, de mostrarnos a viejos arrugados que se acuestan con jovencitas para disfrute de su director y perpetuar el machismo otra vez en el cine. La clave de la discusión es que ellas no parecen tener reparos. Puede que no sean de su clase social, pero lo están deseando. Se prostituyen, no físicamente, sino moralmente. No lo hacen porque estén enamoradas. Miki Manojlović interpreta al hermano de mayor categoría social y el auténtico Don Juan de los dos, manteniendo una vida plena de falsedad y mentiras hacia su pareja. Su hermano, celoso de él, no tarda en demostrar que no es más que el reflejo del mayor de los dos bajo una aparente sensibilidad artística. Quiere lo que el primero tiene. Quiere poder, éxito y jovencitas.

Como verán, la mirada del director no es especialmente machista, por mucho que sí lo sean sus dos personajes centrales, si bien es cierto que nos regala una sensualidad de los cuerpos femeninos que no tienen los agotados y cansados cuerpos masculinos de la cinta.

Al final se consigue la unión y la armonía gracias a la tragedia, que es cuando los personajes se arriman unos a otros de manera más sincera sin olvidar lo que son: unos mentirosos.

Toda la falsedad, no sólo de los hombres de la cinta, acabará por traer una conclusión de la que se sustrae que esa Croacia también es fruto de la mentira, donde no hay padres verdaderos. Pero no importa, en el fondo los croatas lo saben y prefieren mirar hacia adelante. El país es fruto de una mentira que se guarda en silencio y nadie menciona. Mientras finjamos que no lo sabemos, no lo sabremos.

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