Sitges 2013: Top 10 y conclusiones

Sitges 2013

La 46ª edición del Festival de Sitges presentaba, a priori, uno de los carteles más suculentos de los últimos años, y es que aunar en ella nombres de jóvenes promesas como Hélène Cattet y Bruno Forzani, Ti West, Aharon Keshales y Navot Papushado, Denis Villeneuve o Sebastián Hofmann, por incluir algunos ejemplos, junto a talentos ya consagrados como los siempre habituales del festival Johnnie To, Sion Sono y Takashi Miike, o cineastas de la vieja Europa como Alex van Warmerdam o Jean-Claude Brisseau, sin olvidar la presencia de los Gilliam, Jarmusch, Jodorowsky o Plympton, hacían del Sitges 2013 una cita difícilmente eludible a juzgar por la cantidad de talento por metro cuadrado. Todo ello, unido a las ya habituales sorpresas del festival que han tomado forma en films como The Battery, For Those in Peril, Proxy y Nos héros sont morts ce soir, por citar algunos ejemplos, ha derivado en la consecución de uno de esos años inolvidables, mezcla de la buena cosecha que traía consigo 2013 y de los acertados (en algunos casos, no siempre) criterios de selección del festival.

Quizá uno de los principales peros dentro de esa selección es el hecho de armar tantas secciones paralelas repletas de material, y es que si bien una de las citas que más se oyó durante el festival era que Sitges acogía esta edición hasta 333 títulos, da la sensación de que tanta sobresaturación de películas no beneficia en exceso la dinámica. Ya no hablo de si entre ese material hay aportaciones con la suficiente calidad como para que pueda entrar o no, pues ya se sabe que cada año se cuelan cosas más personales que, por un motivo u otro, habrán convencido al festival, e incluso que ciertos cineastas no pueden quedar fuera del mismo por la buena relación que han mantenido con el mismo, sino más bien del hecho de encontrar más títulos de los que uno puede abarcar. Y ojo, no lo digo en el sentido de que uno vaya al festival única y exclusivamente a atiborrarse de cuanto cine pueda, pues es evidente que cada cual tendrá sus preferencias y sabrá darles prioridad, sino más bien en el de encontrar ciertos títulos con determinada relevancia dentro del marco de Sitges con un único pase, o simplemente ver como a otros muy jugosos sólo se puede acceder en intempestivas sesiones nocturnas que no permiten mucho margen de maniobra.

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Pese a ello, el tono heterogeneo de un cartel que, como de costumbre, se permite algún que otro dislate, ha sabido sucumbir a los múltiples fallos ya no sólo de programación, sino de planificación (por ejemplo, que la sesión sorpresa tuviese un margen de 2 horas respecto a la siguiente sesión, sabiendo que el film duraba más de 120 minutos y la consecuente presentación podía llevarnos perfectamente a las 2’5/3 horas, son cosas que el festival no se puede permitir) e incluso de errores técnicos (los fallos en el Auditori no tienen excusa, y las proyecciones que han quedado a medias, tampoco), y ha logrado congregar propuestas de toda índole que este año han marcado la pauta de un festival al que siempre parece costarle arrancar (sigue siendo extraño ese primer fin de semana tan flojo que rara vez no se sucede), pero que posee los suficientes alicientes como para animar al espectador entre una programación quizá demasiado extensa, pero sin duda con los suficientes galones como para adquirir una cierta personalidad que parecía ir perdiendo paulatinamente el festival, y que recupera en pos del hecho de marcar una tendencia que parecía haber desaparecido, pero va volviendo a su lugar.

Tendencia que, por otro lado, puede quedar fielmente reflejada en los listados y tops que han ido surgiendo durante el festival, y del que servidor les deja una muestra a continuación.

10. La fille de nulle part (Jean Claude-Brisseau) — Empiezo (o termino, mejor dicho) con una de las grandes presentes esta edición, film que el festival recuperaba tras haber sido ignorada en España pese a haber ganado el máximo galardón en la edición de Locarno 2012, y en la cual Jean-Claude Brisseau rueda una home movie (es decir, una película bastante modesta rodada con poco presupuesto y casi en familia) donde el fantástico apunta en otras direcciones y prácticamente queda desposeído de sus habituales características en pos de un acercamiento más natural e incluso híbrido que queda reforzado gracias a algunas imponentes secuencias, y a un uso de la iluminación fantástico que hace del film del galo una parada obligatoria para los fans del cine de género.

09. Big Bad Wolves (Aharon Keshales, Navot Papushado) — Tras rodar la curiosa, interesante e inexplicablemente infravalorada Rabies, el tándem de cineastas israelíes llegaba a esta edición con un film que parecía poseer un aspecto mucho más compacto y unos cimientos más sólidos en los que afianzarse. Así es, Papushado y Keshales van un poco más lejos y ejecutan un potente ejercicio audiovisual donde lo que bien podría ser un «torture porn» termina sirviendo como base a los cineastas para enarbolar una crítica no exenta de un humor negro muy necesario (y que algún espectador pareció no encajar/comprender demasiado bien) que hace de Big Bad Wolves uno de los thrillers de la temporada, y a sus directores, una pareja artística a seguir.

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08. L’étrange couleur des larmes de ton corps (Hélène Cattet, Bruno Forzani) — Cuando un servidor tuvo la ocasión de asistir en 2009 a una tertulia ofrecida por Hélène Cattet y Bruno Forzani donde esclarecían que ellos iban a seguir haciendo su cine pese al éxito que hubiese podido tener de Amer, poco espero encontrarse con una declaración de intenciones como L’étrange couleur des larmes de ton corps. Más que delcaración, pragmática puesta en escena de las mismas en este juego de estilo que surca nuevos terrenos y adquiere una mayor personalidad en una cinta que quizá pueda resultar irregular o incluso reiterativa en algunos puntos, pero sigue estableciendo los parámetros de un cine sensorial que, de seguir así, puede llegar muy lejos.

07. Borgman (Alex van Warmerdam) — Pasó de puntillas (de modo injustificado) por Cannes, y Bormgan llegaba a Sitges para erigirse como una de las grandes sorpresas del festival. A los conocedores del cine de este particular talento holandés, quizá no les cogiera tanto por sorpresa, pero aquellos que iban sin conocer su estilo, a buen seguro se habrán llevado un sugestivo regalo. En Borgman, van Warmerdam sigue digiriendo el cambio de siglo, y aunque se echan en falta aquellos escenarios tan típicos del cineasta, su humor negro se mantiene intacto para trazar una mordaz parábola entorno al ente y la sociedad que culmina con uno de los finales más desconcertantes en lo que llevamos de año. Chapeau.

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06. Cheatin’ (Bill Plympton) — Bill Plympton vuelve al festival, y Bill Plympton nunca falla. Su Cheatin’ lo demuestra, y además lo hace con un alarde de valentía que ya tenía su inicio en Idiots & Angels, cinta que quizá pareciera menor en su día dentro de la filmografía del cineasta, pero que a buen seguro ganará fuerza con los años. Valentía porque, en efecto, el cine de Plympton ya no es el vendaval de homenajes que era cuando nos regalaba joyas como Hair High o Mutant Aliens y, sin embargo, sabe condensar a la perfección las características de un cine que emociona como algo tan simple (y difícil de manejar) como una historia de amor, dejándole a uno prendado de este inimitable autor que, si ya se había ganado nuestro aprecio, ahora además tiene nuestra total y absoluta confianza.

05. Halley (Sebastián Hofmann) — Resulta complicado escribir sobre Halley sin despedazar un poco el magnífico ejercicio realizado por un Hofmann que sigue la línea de ese nuevo cine mexicano compuesto por nombres como los de Carlos Reygadas o Amat Escalante. De tempo reposado, planos inamovibles y una atmósfera que cala hasta las trancas, Halley sigue el periplo de un hombre que parece estar en proceso de descomposición, algo que Hofmann enlaza al mondo zombie para servirnos uno de los títulos más existencialistas que se hayan dado en este particular subgénero, y que nos descubre un talento capaz de suscitar sensaciones y enarbolar un cine magnético que, finalmente, parece clavársele a uno casi sin quererlo.

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04. For Those In Peril (Paul Wright) — Otra de las llegadas de Cannes era el debut de Paul Wright, que con su For Those In Peril pone en liza una muestra de talento al alcance de muy pocos debutantes. Juegos de texturas que definen un poco el universo creado por Wright, una referencialidad entorno al fantástico que se moldea entorno a ese mal fario que el resto de personajes parecen adjudicar al protagonista y una mixtura genérica que nos lleva de la mano en uno de los ejercicios más absorbentes de la temporada, donde incluso en su fantástico cierre, Wright lanza un guiño final a su protagonista que encierra una bellísima conclusión poniendo en liza un cine tan único como cautivador que habrá que seguir desde ya.

03. Why Don’t You Play In Hell? (Sion Sono) — katanas, metacine, risas, sangre, mafiosos… parecía que todo estaba dicho en Why Don’t You Play In Hell?, pero Sion Sono no hace más que desprenderse de una imagen que parece empezar a pesar, y es que todos sus seguidores esperan del autor de Cold Fish lo mismo que lleva otorgando en sus últimas cintas, esa enajenación y locura dignas de su cine, pero que parecían no dejarle avanzar entorno a algo más complejo e intrincado: desnudar su cine. En Why Don’t You Play In Hell lo consigue, y lo hace otorgando uno de los más bellos homenajes al cine que servidor haya visto, y que quizá decaiga en algún que otro momento, pero confirma que lo de Sono es algo más que un trastorno: es una pasión.

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02. The Battery (Jeremy Gardner) — Sin palabras. Así es como se queda uno tras asistir a uno de los debuts más rompedores e intensos de los últimos años. Y es que el agotamiento al que ha llegado la temática zombi toma una bocanada de aire fresco en The Battery que, más allá de la habitual (y aquí pormenorizada, diría) crítica en este tipo de films, sirve un mosaico, ante todo, humano. Porque los dos personajes centrales de la ópera prima de Gardner destilan eso, humanidad: con sus defectos, sus achaques, sus (pocas) virtudes e incluso su punto de locura, suponen uno de los mejores tándems que ha dado últimamente el cine en esta suerte de road movie (con algo de buddy) perfectamente orquestrada y con una media hora final simplemente apabullante. Imprescindible.

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01. The Sacrament (Ti West) — Revolucionó el panorama con La casa del diablo y, pese a pasar desapercibida su The Innkeepers, volvía por la puerta grande con The Sacrament, producida por Eli Roth. Era la clausura de Sitges y, como no, tenía que estar rodeada de cierta polémica. Así fue. Unos la acusaron de amarillista (término que se cae por su propio peso), otros hablaban sobre que rompía las reglas del «found footage» (en opinión del que esto escribe, necesariamente), e incluso su recepción llegó a ser tibia. Siendo sinceros, diré que asistí a una de las experiencias más perturbadoras y terroríficas de los últimos años. Hablando en plata, The Sacrament te deja hecho puré, y no es de extrañar, pues el tangible horror que arma Ti West resulta tan atronador como impactante. Hay que verla.

The Sacrament

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