El otro día en el trabajo, durante el descanso para comer, un compañero empezó a preguntar a todos los presentes si alguna vez se habían comido un culo o se lo habían comido. No todo el mundo se atrevió a responder, especialmente en el lado masculino y más incluso respecto a la segunda cuestión. El compañero que había preguntado y que habitualmente “agita el tablero” (usando sus palabras) para evitar conversaciones anodinas, se sorprendió al ver cómo algunos de los presentes se mostraban entre incómodos y algo pasivo-agresivos, y en especial el que ya había sido señalado como hetero-básico unas semanas antes por el mismo compañero, que también se refirió a él como un macho sentimental para que no se tomara a mal el adjetivo previo. La cosa quedó ahí hasta que poco después le preguntaron al hetero-básico si sabía qué era un hetero-curioso. Este, que se acordaba de la primera conversación, dijo que era un hombre al que le gustaba que le comieran el culo. La reacción fue bastante explosiva (por las risas, sobre todo), pero la de él fue la más llamativa: estaba indignado. ¿Para qué va a querer nadie heterosexual varón que le toquen el culo? Entonces se sucedió el siguiente diálogo: «¿Pero y si te lo hace una mujer?» «Da igual, es el culo.» «¿Y si tu novia usa un “cintupene” y le estás comiendo las tetas a la vez?».
En Sex no se habla directamente de este tema, pero en cierto modo el espíritu es el mismo, quitando que el protagonista de la historia anterior tiene 23 años y aquí hablamos de dos hombres maduros en proceso de deconstrucción entre paisajes urbanísticos en construcción. O al menos esa sería la premisa. Aburridos de sus vidas anodinas con familias perfectas, pasando por la crisis de la mediana edad o cuestionándose su sexualidad, sencillamente. Esas serían las distintas formas de resumir la película según las sensibilidades del espectador e incluso del resto de los personajes. Porque el director noruego Dag Johan Haugerud, que inicia con Sex una trilogía que se completa con Love y Dreams (todas del 2024), reflexiona de manera eminentemente escandinava —es decir: eliminando el componente de dinamizadores o agitadores del tablero— sobre todo lo que existe alrededor del sexo, pero como si la noción de sexo fuera casi nueva para sus protagonistas, teniendo que partir de cero y con las particularidades de una vida hecha y ordenada. En absoluto ignorantes, pero sí tan acostumbrados a ser parte de la corriente que, al experimentar alguna novedad, se ven obligados a afrontarlas como cosas anormales.
En ese sentido, Sex es una película bastante profunda, que se sabe autoconsciente tanto de los temas que trata como del origen noruego de la propia película a la hora de construirse. Siempre en construcción. Con diálogos que incluyen frases como «en esencia, se trata de llegar a un lugar donde te sientas libre» o «algunas personas hacen el mundo más pequeño y otras lo hacen más grande», explora las posibilidades de libertad real en una sociedad reconocida como de las más liberadas del mundo. Es, con la adaptación al medio que permiten los años y los muebles de IKEA en la decoración, como un festival de conversaciones que te habría firmado Bergman si este se hubiese preguntado por su sexualidad tanto como por nuestra identidad subjetiva socialmente definida.
Sí, no me lo invento: Sex es una búsqueda plácida y casi superficial (en su profundidad constantemente reflexiva y en cierto modo llena de comicidad) de algún tipo de sentimiento de autenticidad en un mundo discursivamente atrapado en el marco de la política de identidades; en una búsqueda de la posibilidad de algún encuentro verdadero con otras personas. Así, los protagonistas se enredan dialécticamente en todas estas formas en que la intersubjetividad se ha convertido en mercancía y está socialmente codificada. Con ellos, el espectador se acaba preguntando dónde está entonces la intimidad real, o si el amor es una elección, un deseo o una obligación, admirando entre tanto las actuaciones de todo el elenco.