Sesión doble: Verano con un extraño (1988) / La fille de nulle part (2012)

Una sesión doble de drama sobrenatural siempre va bien en medio de días festivos. La completamos con Verano con un extraño de Nobuhiko Ôbayashi, de 1988 y La fille de nulle part de Jean Claude-Brisseau, estrenada en 2012.

 

Verano con un extraño (Nobuhiko Ôbayashi)

Si por algo se distingue el corpus fílmico de Nobuhiko Ôbayashi es por su absoluta alergia a las etiquetas. Hoy es ampliamente conocido más allá de las fronteras niponas —nación donde fue enormemente popular—, pero muy específicamente por la película de culto Hausu (1977), festival kitsch de ‹J-Horror› y sumario de la amplitud de inquietudes estilísticas del director, que empezó a darse a conocer en la década de los 60 a través de trabajos experimentales con cámaras de 8 y 16 mm, consideradas en aquella época como dispositivos caseros y poco profesionales. Por suerte, si nos desplazamos por la prolífica y muy heteróclita filmografía de Ôbayashi, nos toparemos con no pocas obras (de las que ya discutiremos en otra ocasión) tan estimulantes como Verano con un extraño (1988).

Inicialmente planeada por la productora Sochiku como una película de terror, The Discarnates (su título internacional) pone sus cartas sobre la mesa desde el mismísimo título, en el que alude al cuerpo sin carne, al cuerpo espectral (de forma mucho más explícita que en su título español, también traducción literal del original Verano con un extraño). Si bien conocemos las virtudes de Ôbayashi con el género, el resultado final (y entendemos que la intención del cineasta) es el de un melodrama sobrenatural sobre las siempre difíciles relaciones humanas con el tiempo y con el espacio. El cineasta introduce a su protagonista, Harada, de forma brillante: desde la más absoluta de las penumbras, con un hilillo de luz procedente de un televisor. En una demostración de cómo trabajar los títulos de crédito de forma creativa, Ôbayashi va iluminando el espacio y con ello describe a Harada: profesional de éxito —es  guionista y está estudiando cómo funciona, una vez ya montado, el melodrama televisivo que ha escrito— pero taciturno en su vida personal (poco después descubriremos que lidia con un divorcio reciente y que vive en un bloque de oficinas habitado por solo otra vecina). Ôbayashi insistirá a lo largo del metraje en el carácter televisivo/melodramático de su película, por medio de transiciones de la imagen a blanco y negro (funcionan como elipsis narrativas), que desaparecerán hacia un fundido a negro como si fueran pantallas de televisión.

Pero un día, el torrente de amargura que arrastra al protagonista de Verano con un extraño desaparecerá como por arte de magia: en una visita al barrio que le vio crecer hasta los 12 años, se topará con un señor sospechosamente parecido a su padre, que le invitará a tomar unas cervezas. Extrañado pero seducido por la coincidencia, Harada acompaña al señor a su casa, donde encontrará una mujer que es la viva imagen de su madre. El conflicto descansa en una tragedia ocurrida décadas atrás, justo en el momento que Harada tenía 12 años, cuando sus padres fallecieron después de ser arrollados mientras se desplazaban en bicicleta. Lejos de inquietar a nuestro protagonista, el descubrimiento lo conmueve, pues termina interpretándolo como la oportunidad de recuperar (aunque sea parcialmente) el afecto paterno-maternal perdido. No hay ánimo de profundizar en el desarrollo de la trama, pero la nostalgia se erige como eje motor de la historia y también como ancla que impide a su protagonista avanzar en el tiempo.

Lo que interesa en Ôbayashi —al menos a servidor— es lo bien que trabaja los espacios y las atmósferas, la elegancia y la complejidad de sus composiciones (hay algunos diálogos con movimientos de cámara y reencuadres por los que muchos cineastas matarían) y lo cómodo que parecía sentirse ante proyectos arriesgados, sin caer nunca en lo excesivamente melodramático ni en lo excesivamente ridículo (y sin acomplejarse lo más mínimo cuando se acercaba a ellos). Verano con un extraño, de hecho, se mueve con sorprendente fluidez entre el romance tórrido, la dramedia familiar y el horror grotesco (si bien el clímax final parece impuesto por la productora, en tanto que parece contradecir la coherencia interna de la historia). Una muestra más que notable de la necesidad de seguir profundizando en la obra y figura de Ôbayashi, un cineasta sobrado de talento que ha dejado de ser invisible en occidente solo después del pelotazo que supuso la inclusión de Hausu en el catálogo de Criterion. Sigamos excavando.

Escrito por Maties Tugores

 

La fille de nulle part (Jean Claude-Brisseau)

Hay algo terriblemente francés en La fille de nulle part. Una afirmación tan obvia, dada la nacionalidad del film, como aparentemente intrascendente. Sin embargo hay algo en su cotidianidad trufada de elementos fantásticos, su enfoque, su tono, que nos remitiría, si no conociéramos la nacionalidad del film, al país galo. Y es que no cabe duda de que, si de fantasmas hablamos, el espíritu de Rohmer está presente durante el metraje del film de Brisseau.

No obstante, algo marca la diferencia, la habilidad para no tanto exponer el tema como para darle ese giro distanciado que va de lo irónico a lo verdaderamente trascendente. De alguna manera hay una falta de sentido del humor y un exceso de sobrexposición y verborrea en busca de una trascendencia que, paradójicamente, a pesar de los esfuerzos del director, nunca llega.

Y lo todavía más curioso es que detrás de todo, de las referencias cultas, del drama y del giro sobrenatural, nunca queda del todo claro qué es lo que estamos presenciando. O lo que es lo mismo, hay un trazo grueso que nos permite saber las líneas maestras de los subtextos en liza: la soledad, la inseguridad, el paso del tiempo y la necesidad de cubrir estas necesidades a través del contraste entre la senectud incipiente y una juventud que irrumpe misteriosamente en forma de visitante enigmática.

A partir de aquí La fille de nulle part se desliza en terrenos que van desde la disquisición culta hasta el ocultismo sobrenatural como forma de redención vital. Una historia de fantasmas de baja intensidad más preocupada en el efecto de lo fantasmagórico que en la explicación del suceso. Quizás el misterio, tal y como sucede, no debe desentrañarse del todo, radicando ahí la gracia del método: dejar al espectador vía libre para la interpretación y la reflexión. Algo que, por supuesto, está muy bien en teoría pero que no acaba de cuajar del todo.

¿El problema? Probablemente la opacidad tanto del conflicto como de la resolución de este. De hecho la película funciona mejor cuando lo sobrenatural, la fantasmagoría, no es revelada y el metraje se mueve más entorno a miradas, conversaciones veladas y elipsis temporales que intrigan bastante más que un mueble volando por los mismos aires que las preguntas que se lanzan.

Al final Brisseau intenta realizar un film cuya identidad formal se mueve en ámbitos de sobra conocidos y no por ello menos interesantes pero que no acaba de cuajar del todo con los elementos rompedores de género que quiere implementar. El resultado final en La fille de nulle part es de difícil clasificación, siendo una película que resulta híbrida y paradójica. Contra más se le ven las intenciones más críptica se torna. Y contra más inescrutable se torna pierde interés en sus posibles respuestas. Aun así se agradece que, con su ajustado metraje, haya tiempo para algunas reflexiones acertadas sobre el paso del tiempo, la imposibilidad de recuperarlo y de los amores perdidos como una suerte de piezas sueltas de puzles diferentes imposibles de encajar.

Escrito por Àlex P. Lascort

 

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