Sesión doble: El espía (1952) / La escuela de espías de Nakano (1966)

Sin trampa ni cartón, esta semana la sesión doble tiene ligeramente algo que ver con… espías, pues rescatamos títulos como El espía de Russell Rouse, hombre de pocas palabras en 1952, y La escuela de espías de Nakano de Yasuzō Masumura, dirigida en 1966. No os perdáis estas propuestas.

 

El espía (Russell Rouse)

No son pocas las ocasiones en que se ha forjado esa mirada en torno al mundo del espionaje como un universo frío, donde prevalece el cálculo y la emoción se extirpa de raíz; gobernado por la soledad e incluso un aislamiento que solo se ve coartado por conatos de comunicación en forma de notas, llamadas telefónicas sin respuesta o intercambios en cabinas o taquillas sin dueño ni nombre.

Es por ello que el acercamiento de Russell Rouse, uno de esos autores a (re)descubrir autor de títulos como New York Confidential, se antoja como una de esas piezas tan sugestivas como pertinentes. Pues nos encontramos ante un film mudo —si bien el cine sonoro ya llevaba lustros dando un nuevo enfoque al arte cinematográfico— que germina a partir de algunos de los códigos del ‹noir› —tan en boga en aquellos años—, armando un ejercicio que no es simplemente de estilo, y mutando en una suerte de thriller psicológico desde el que retratatar las vicisitudes de ese mundo descrito.

Rouse arranca el film haciendo hincapié en la rutina del personaje central, un individuo que recorre distintas oficinas en busca de documentos secretos que capturar con su diminuta cámara. Un proceso que se repite, y que el cineasta expone concienzudamente entre silencios solo rotos por llamadas, como decíamos, sin responder, una patente soledad y un minucioso hábito.

Los picados y contrapicados describen esa sensación de acecho, de alerta incesante, mientras los claroscuros introducidos por el trabajo fotográfico de Sam Leavitt —habitual, más adelante, de la misma labor en films de cineastas de la talla de Preminger o Siegel— refuerza la vertiente ‹noir› de la obra, que se dirime entre callejones, habitaciones vacías e incluso un conato de ‹femme fatale› que no terminará de fructificar por el carácter silente de El espía.

Puntos todos ellos que otorgan a la cinta un aspecto formal de lo más sugerente, pero que a su vez apuntalan la visión de un micrcosmos que pocas veces ha hallado una descripción tan pormenorizada e inteligente. Una virtud a la que también contribuye la presencia de un actor del talante de Ray Milland, reflejando una sensación constante de inquietud y zozobra en un universo del que se desliza un desasosiego constante.

Pero no solo por los vaivenes de una situación incierta, sino por cómo es capaz de compactar y trasladar dicha percepción Rouse en alguna de sus secuencias, como la de esa magnífica persecución por las entradas del Empire State Building, que recoge una tensión digna de elogio a través de una idea tan sencilla como efectiva.

El espía se propone así como algo mas que una ‹rara avis› siendo capaz de condensar algunas de las claves del cine de espionaje y de otorgarles empaque mediante el periplo de un personaje que termina preso de su propia condición, sin salida de escape posible y en una huida perenne que no hace sino acrecentar las sombras de un microcosmos tan mecánico en la superficie como abrasivo en un fondo que Rouse recoge con la destreza necesaria como para encontrarnos ante una pieza a la que merece la pena prestar atención.

Escrito por Rubén Collazos

 

La escuela de espías de Nakano (Yasuzō Masumura)

El cine de Yasuzō Masumura, sin duda uno de los directores más importantes del cine japonés tras su edad de oro, resulta un artefacto fascinante, por lo inclasificable e impredecible, pero también por su versatilidad en géneros y tonos, desde un melodrama bélico hasta una comedia subida de tono. En La escuela de espías de Nakano, se atreve con el género de espionaje a través del personaje de Jiro, un reservista con un futuro prometedor en medio de la guerra chino-japonesa, quien, de la noche a la mañana, se ve reclutado en un centro de entrenamiento intensivo de espías junto con otros diecisiete jóvenes. Para graduarse y abrazar su nuevo rol, Jiro abandonará toda su vida y relaciones pasadas, incluida su intención de casarse con su prometida Yukiko, y se convertirá en una persona completamente nueva.

La narración en ‹off› de Jiro, de una determinación que hiela la sangre, resulta en cierto modo sorprendente, porque uno esperaría que hubiese momentos de duda más claros en lo que al final, para él y para los otros reservistas encerrados en esa escuela, supone dejarlo todo atrás. Sin embargo, y pese a que algunos de sus compañeros llegan a plantear la posibilidad de dejar el entrenamiento, él y el resto muy pronto asumen con total naturalidad su nueva situación, movidos por el discurso identitario y cohesivo de su formador y la sensación de estar formando parte de una comunidad y de luchar a su manera por su país. En este sentido, Masumura plantea, con ciertos giros de tuerca —el odio contra el ejército y frente a las estrategias coloniales brutales que, según ellos, convierten a Japón en el villano de la historia, es patente en sus motivaciones—, lo que es al final una representación radical del sentido del deber patriótico. La postura moral de la película, que se reproduce en sus personajes, está repleta de ambigüedad, y no es difícil señalar las contradicciones que cabalga el desprecio hacia las acciones militares convencionales cuando Jiro y sus compañeros se plantean blanquear el régimen que representan y obtener los mismos resultados por medios que consideran más limpios y dignos, pero que igualmente suponen un lavado de cara al imperialismo japonés de la época.

La película maneja a conciencia un artefacto complicado, desde el punto de vista ético y de la revisión histórica, y no concede nada en este sentido al espectador: con todas las contradicciones de sus posturas, los espías son hombres íntegros, movidos por ideales que consideran nobles, y con los que la obra se toma la libertad de empatizar. Se mueve en una línea incómoda entre la sátira que desmonta los argumentos emocionales y la cohesión nacionalista de sus personajes y la épica totalmente carente de ironía que los ensalza, y, en ese término medio, ofrece una visión procedimental maravillosa del espionaje, que va desde escarbar en el detalle de cada aprendizaje en la escuela de espías hasta describir la frialdad de unos personajes entrenados para actuar siempre, medir cada gesto y matar a sus seres más queridos si es necesario. Masumura los observa con una fascinación genuina, una admiración nada disimulada que bordea pero no concreta la complicidad emocional, y el resultado es en sí mismo fascinante en su intensidad y compromiso a mostrar el espionaje como una actividad que tal vez no sea lo honorable que sus personajes quieren creer que es, pero que representa un sentimiento con el que la narración está dispuesta a jugar hasta el final.

La escuela de espías de Nakano, como corresponde a una película que adopta este posicionamiento, y en particular décadas después de la derrota del Japón imperial, es, en esencia, muy discutible. En medio de su narración brillante, tensa y absorbente, esto supone, desde mi postura como espectador, un desafío; y, como alguien inclinado a problematizar y confrontar sus mensajes, uno que encuentro fascinante y que ensalza todavía más la experiencia.

Escrito por Javier Abarca