Entramos en la última semana previa a Halloween y lo celebramos con una sesión doble de niños mortales. Combinamos para la ocasión Abrazo mortal (The Children) de Max Kalmanowicz creada en 1980 y The Children de Tom Shankland, que presentó en 2008. ¡Qué miedo vais a pasar!
Abrazo mortal (Max Kalmanowicz)

Una nube tóxica desprendida por la fuga producida en una central nuclear próxima será el desencadenante del primer largometraje (de una suma de dos en total) de Max Kalmanowicz tras las cámaras. Abrazo mortal —traducción de aquella manera del original The Children, que nada tiene que ver con el film que rodaría el británico Tom Shankland casi 30 años más tarde— empuña así ese género que abraza una infancia viciada, desposeída de su inocencia, volviéndose contra todo orden establecido para concretar uno nuevo.
Para el caso, el cineasta —mucho más habitual en la mesa de sonido— huye de cualquier rasgo psicopático habido y por haber, y se aferra a la morfología del zombi “romeriano”: los movimientos de esos infantes, toscos, mecanizados y desprovistos de cualquier signo de emoción —por más que sean capaces de reproducir palabras muy básicas, casi primitivas—, sirven como arma de doble filo al cineasta; por un lado, concretando la raigambre de un horror de naturaleza extraña, que focaliza su mayor potestad sobre lo desconocido del mismo; y por el otro, por la conexión establecida para con la obra del cineasta de El Bronx, que apelaba a lo social en los estratos de su cine, pasos que sigue de algún modo Kalmanowicz.
Abrazo mortal va, sin embargo, mucho más allá de los recovecos del eco terror que se parece deslizar de su inicio, incidiendo también en una cierta desconexión generacional —que apuntala en especial a través de la reacción de los padres al enterarse de que el autobús donde viajaban sus hijos ha aparecido vacío en mitad de la carretera—, y en una desafección patente reflejada en ese viaje que por momentos pierde su razón de ser, enrocándose más en posibles causas que en la búsqueda de los infantes.
Kalmanowicz compone así un film que, sin salirse de los derroteros de la serie B —ya empuñada desde —, hilvana una serie de motivos desde los que amplificar su espectro; pero no nos engañemos, estamos ante una pieza puramente genérica que pronto desliza los límites de su universo, le otorga unas directrices y desplaza cualquier atisbo de duda acerca de su condición. Algo que complementa con una sapiencia en la lectura de los códigos desde la que lograr que sus distintos referentes se sientan integrados a la perfección en el relato, y el hecho de invocar determinadas obras u autores no suponga un escollo, sino más bien un estímulo.
La presencia de una banda sonora que invoca grandes clásicos —incluso en un momento parece emular, teclado mediante y aunque de forma tímida, el Halloween de Carpenter—, la composición de un horror capaz de generar estampas de lo más turbadoras, la presencia de un humor gamberro y hasta las veces perverso y hasta el acertado empleo de determinados recursos —ese corte que nos lleva en la escena del granero al exterior en un ‹travelling› que nos aleja del lugar donde se sitúa la acción con tenacidad—, otorgan a Abrazo mortal los alicientes necesarios como para perdonar sus deslices —que los tiene, especialmente en el modo de administrar las subtramas—. Nada como el poder regenerador del terror para desplazar sus tropos a un terreno mucho más fértil donde descubrir ‹raras avis› como la que nos ocupa.
Escrito por Rubén Collazos
The Children (Tom Shankland)

Ser padre nunca es fácil en una película de terror. O, bueno, no lo es en ninguna situación. Podemos añadir el factor de falta de energía, porque eso de prodigar amor incondicional cuando tienes las neuronas justas para comprender la palabra “familia” complica la situación, sin duda. Algo así ocurre en The Children una gran película navideña que deriva en el género de terror anticonceptivo, porque las caras inocentes no siempre son suficientes para ver el futuro en ellas.
La película comienza festiva, navideña y cómplice entre sus personajes, cuando en pocos segundos puedes intuir la personalidad de sus personajes. Tom Shankland sabe guardar sus ases bajo la manga a la hora de desarrollar su evolución frente al caos en una película que, sin quererlo, mantiene el nivel de crispación desde el primer momento. En ocasiones el exceso de felicidad puede ser más terrorífico que mirar a los ojos a la parca. En The Children nos plantamos en mitad de una celebración entre las familias de dos hermanas para iniciar el año juntas. Esto conlleva mezclar sus diferentes situaciones. Tenemos a la desastrosa madre con segunda pareja con el que comparte dos hijos además de su primera hija (ajena al marido) emo y antisocial; estos visitan a la madre ejemplar que educa a sus hijos en casa tras una exitosa venta de negocio que les permite dedicarse plenamente a la vida en el hogar con marido cañón e hijos imaginativos. La algarabía inicial solo alimenta las sospechas del espectador sobre el motivo que hará correr sangre sobre la nieve. La excusa es básica pero resultona cuando en plena comida de celebración que tanto habían esperado aparecen en pantalla pequeños ‹flashforwards› que nos permiten intuir un cambio en la historia en el momento en que todos los pequeños (con síntomas de enfermedad que ignoran los padres) entran en un ataque de llantos y los adultos en un ataque de nervios por no saber manejar la situación. Es aquí cuando Shankland saca toda la artillería y comienza una cadena de catástrofes cuando los juegos infantiles pasan a otro término. Con el ideal de “divide y vencerás” la película nos va dirigiendo sin orden concreto hacia la situación de cada personaje que cambia su rol frente a las circunstancias. Shankland pasa de explicar el cómo ni el cuándo, solo transmite los resultados poniendo al límite a personas que supuestamente sienten amor unos por otros y teniendo en cuenta que instintivamente uno hace por defender a los niños, ante la incredulidad de que puedan ser el origen de esa especie de fin del mundo. Para ello aprovecha el hecho de encontrarse en una casa aislada en mitad de una tormenta de nieve, y que aquellos que han perdido el control conocen las frases básicas para expresarse. Sigue a todo esto una explosión violenta muy británica, niños liándola, un “malrollerismo” familiar propiamente discípulo del Dogma 95 y una adolescente incapaz de procesar su lugar en toda esta historia cuando ya tiene bastante con sus propios traumas de adolescente.
The Children juega así con el resultado más que con el motivo, sin perder de vista la oportunidad de destruir la imagen de familia obligando a ambas madres a seguir su instinto por caminos totalmente irracionales y con un final que, aunque sea previsible, cumple con todas las expectativas tras semejante disloque.
Escrito por Cristina Ejarque





