Septiembre dice (Ariane Labed)

Basada en la novela Hermanas (Editorial Periférica) de la escritora británica Daisy Johnson, Septiembre dice es el primer largometraje de la actriz greco-francesa Ariane Labed, rostro reconocible del cine europeo contemporáneo que se presenta formalmente como directora y guionista con una película íntima —que no necesariamente intimista— sobre la adolescencia, sus contradicciones y los trastornos psicológicos y físicos que protagonizan dos hermanas de carácter complicado y una madre que necesita un poco de tiempo para ella.

Desde un planteamiento aparentemente sencillo —una mudanza, un nuevo comienzo, un secreto que los espectadores conocemos—, la película se esfuerza por evitar los lugares comunes del drama adolescente o del cine de iniciación. Labed desarrolla la historia desde un enfoque claramente personal, en el que la mirada sobre los personajes está cargada de matices, evitando que lo previsible se convierta en rutinario. Ese es, para mí, uno de sus mayores logros. Las dos hermanas, July y September (en los subtítulos Julio y Septiembre), son figuras inquietantes, a veces casi simbióticas, que comparten una relación tan intensa como disfuncional. Su dinámica, a ratos tierna y a ratos perturbadora, se sitúa en una zona gris, moralmente ambigua, que evita el maniqueísmo y contribuye a la riqueza psicológica de la película, manteniendo al espectador en una tensión constante, como si algo fuera a romperse en cualquier momento, aunque nunca lo haga del todo.

Porque Septiembre dice es un poco como sus personajes, incluso en sus relaciones tóxicas, aportando hasta algunos momentos de humor que contrastan bastante con el tono del resto de la película. Lo interesante es que casi nunca se siente forzado, aunque de repente te pueda pillar a contrapié: las interacciones de los personajes ofrecen una visión con aristas que impide que nuestro juicio sobre alguna de las protagonistas sea duro o que sigamos luchando por entender qué está pasando entre las dos hermanas que se protegen y se hacen daño por igual. Así, la película consigue diferenciarse de otras similares precisamente por esa ambigüedad emocional que forma parte de casi cada escena. El relato, aunque marcado por una aparente monotonía —reflejo de la rutina y cierta soledad en la que viven las protagonistas—, se va contaminando poco a poco de una extrañeza sutil, casi fantasmal, que alcanza su clímax (el previsible) hacia la mitad del metraje. En ese punto, la historia parece empezar de nuevo, pero en realidad no: simplemente se desplaza, se desdobla, como si sus personajes estuvieran atrapados en un bucle emocional del que no supieran salir.

Teniendo en cuenta que estamos ante la ópera prima en largo de su directora, se podría decir que el resultado es más que satisfactorio, si bien parece que la película lucha contra sus propias ganas de desbordarse, de llevar al límite sus hallazgos formales y narrativos. Esa contención, sin embargo, también puede generar cierta frustración: hay pasajes en los que uno siente que el interés decae, que la película bordea el estancamiento (pasando de ser una película sobre el ‹bullying› a una ‹coming of age› que en realidad va de otra cosa), pero luego la extrañeza te despierta porque el universo en el que viven las hermanas y su madre no deja de sorprender, entre transiciones, encuadres y diseños sonoros en los que parece que Ariane Labed ha puesto especial cuidado y cariño para mantener la tensión.

Me parece que es un poco pronto para valorar qué he visto. Ojalá un apagón total para poder pensar más detenidamente en ella. A veces tengo la impresión de que es una película para adolescentes perfecta en su visión de ese periplo vital extraño, aunque sea para un público elegido entre esa edad; a veces creo que el resultado es fallido por su esfuerzo en desconcertar, en su locura, su delicadeza y su irregularidad. Y luego está el último tercio que tampoco sé si lo estropea todo o lo mejora, o si es previsible o al revés. Lo que sí se es que toda la sutileza que juega al mismo tiempo con cierta visceralidad abstracta te deja con el culo torcido por el tiempo suficiente como para meditar en sus créditos finales sobre lo visto durante la hora y media anterior.

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