Querido trópico (Ana Endara Mislov)

Querido trópico, el debut en la ficción de la documentalista panameña Ana Endara Mislov, es todo un acercamiento al drama paciente, tranquilo y observador, casi clínico, desconozco si llevada por su pasado —porque tampoco he visto nada más de su filmografía todavía—, donde la cámara es un personaje más que ve, desde la intimidad de un hogar pudiente, cómo se construye paso a paso la convivencia entre Mercedes, una mujer de clase muy alta que comienza a mostrar signos de demencia y Ana María, la inmigrante colombiana que va ha sido contratada para cuidarla. De esa convivencia nace un vínculo sensible y realista, alejado del sentimentalismo fácil, de las prisas y de los excesos habitualmente previsibles en películas similares. Como si para ambas protagonistas el afecto se tuviera que ganar y una vez ganado mantenerlo negociando, quitando y dando.

La paciencia lo es todo en Querido trópico. Lo es todo para la cuidadora que, además de intentar legalizar su situación de migrante sin papeles con su pagadora —la hija de la señora que no se la quiere gestionar hasta asegurarse de que se la “merece”—, aguanta los desprecios de la señora de clase alta que, cuando no se ve afectada por los principios de demencia, es más mala que un demonio (presuponiendo que lo es porque sabe que viene a cuidarla por algo que no le ilusiona nada). Lo es también para la cuidada, que se ve abocada a asumir su enfermedad mientras su mente se va desvaneciendo sin apenas control. Y lo es para el espectador, que forma parte de una historia calmada y ponderada que no busca otra cosa que algo de vida en dos personas con una situación mental complicada.

Lo mejor de la película descansa en Paulina García (y el uso de ese verbo no es casual). Su interpretación de la señora Mercedes —contenida, pero de una emotividad basada en gestos mínimos y una mirada poliédrica— logra condensar los altibajos de una mente que se deteriora a la vez que se aferra con fuerza a los recuerdos que le quedan y a seguir cuidando de su jardín tropical (… sí, sí, eso he dicho). Momentos como su regreso a dicho jardín, los intentos de recuperar o no perder todas las partes de un pasado que se le escapa, revelan capas de dolor sin necesidad de recurrir al drama puro y duro; aquí no hay énfasis. También es notable la manera en que la película captura los efectos reales de la demencia: la ya mencionada mirada perdida que aparece de la nada, las transformaciones bruscas de carácter, la desesperación de la familia y la recurrente y también mencionada paciencia —a veces sometida, a veces cariñosa— de quien cuida.

Como quizás ya se ha podido entrever, Querido trópico se mueve por un terreno narrativo inestable. El ritmo es lento casi se diría que a propósito, especialmente en su tramo central, donde no existe siquiera una progresión dramática clara y esto lleva a que el interés decaiga en exceso, recuperándose de nuevo cuando la relación de las dos protagonistas se hace más real gracias a la química de sus protagonistas. La directora apuesta a partir de entonces por una acumulación de momentos y silencios que, si bien contribuyen a construir la atmósfera, a veces hacen que la historia se estanque, como si lo esencial de la obra no diera para más de 1 hora en realidad. Como si lo que quiere ser una pausa para observar la vida, por momentos parezca simplemente una falta de ideas claras sobre hacia dónde avanzar.

En cualquier caso, la decisión de construir la trama alrededor de una mentira —el embarazo inventado de Ana María— sirve para que, todo ese tiempo de paz y sosiego a la mitad de la película, el espectador piense en las posibilidades o el enorme potencial simbólico que esto va a dar de sí (incluso llevándoselo hacia ideas de realismo mágico que luego no): una mujer que ha perdido la posibilidad de ser madre y vive una fantasía como mecanismo de supervivencia emocional. Aunque al final el resultado de todas esas ideas será otro, esto, junto a la forma en que muestra el deterioro cognitivo de la otra protagonista, constituye uno de los mayores aciertos de Querido trópico, porque insinúa con elegancia el desgarro de ese deseo imposible a la vez que la imposibilidad de frenar el abandono de uno mismo. Si bien ambos conflictos quedan en el aire para todo aquel que busque mensajes muy claros, obvios o con consecuencias más claras, la metáfora —“un bebé al revés”, la anciana como una nueva forma de maternidad— está ahí para quien quiera verla.

Lástima que durante buena parte del metraje no pudiera yo evitar tener en cuenta su dimensión social. Aunque el contacto entre clases es central y Ana Endara Mislov subraya lo que estas mujeres comparten —soledad, desamparo, la sensación de haber sido abandonadas—, el resultado es una obra conciliadora en un contexto donde las desigualdades son demasiado urgentes para reducirlas a un espacio de comprensión íntima. Cuando la película termina, la vida continúa con los mismos problemas para la migrante: aunque consiga los papeles, su precariedad no ha cambiado y el vínculo no transforma nada, aunque tal vez esa sea la intención a pesar de su mirada algo previsible, amable con sus protagonistas y sin ninguna pretensión de juzgar.

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