November (Rainer Sarnet)

No lo puedo evitar, es ver una gallina en pantalla y saber que la cordura se esfumará, que pensaré en las reminiscencias del cine checo, que «oh, nuestro incomprendido Dios Jan Svankmajer ha iluminado este preciso instante fílmico». Jan Svankmajer como Dios porque siempre ha sido capaz de crear, de dar vida a las piezas más complejas. Objetos que respiran, se mueven, nos apartan de la concepción de normalidad.

Basado en la novela Rehepapp ehk November de Andrus Kivirähk, un bombazo en las librerías estonias, nos encontramos con November, cuyo inicio tiene a esas criaturas tan propias que hablan y funcionan en base a su formato de objeto. El humano herramienta, la azada servil. La escalera. La carcajada.

En un tiempo en el que las religiones no retenían a sus súbditos si las supercherías, hechizos y fuerzas ocultas resultaban más convenientes; cuando el bosque se encontraba a la puerta del hogar, acogiendo secretos de estado; ese en el que la diversidad social separaba cualquier pueblo, grande o insignificante, entre ricos y pobres, marqueses y empleados, dos y todos los demás. Ahí es donde se encuentra November, el mes de las ánimas malditas.

El blanco y negro como distancia formal y una ambientación casi pictórica, antepasada, acompañan a November para, escondidos tras un humor que aparece de un modo apenas perceptible, transgredir los grandes temas de la humanidad y, puestos a dar el paso, crear una imagen del más allá. A partir de dos jóvenes, una interesada en el otro, y el otro más atento a lo que está fuera de su alcance, conocemos una pequeña comunidad donde la normalidad desaparece tan rápido como los tiempos del verano.

Maneras noveladas e imagen pura, los entresijos de esta historia son el verdadero circo del film. Se suceden pequeñas historias que recrean tanto lo intenso como lo cómico. Muchos personajes que conectan entre sí y que interaccionan en pequeños círculos que muestran la circunstancia, el momento. Uno pagano, exagerado e irracional.

Arriesgada en su narración, con lo que realmente conquista November es con su nítida fotografía, su buscada intención de impactar con la imagen, un estudiado escenario vaporoso y un extremo uso de sus actores para complacer a base de imagen, implementando la historia como una decoración, llevándonos al exceso entre tanta pobreza.

Esta opción por lo visual juega con la naturaleza en una alianza extraña. Ver la intervención de sus personajes con la misma consigue exceder la belleza, y olvidar lo humano para aferrarse a su parte más animal. Del mismo modo, esa exagerada diferencia que marca entre clases sociales se recrea ensuciando ese escenario enriquecido, destruyendo lo impoluto y perfecto, dejando clara la huella animal, que también mancha a los de alta cuna. Tampoco hay reparos para redefinir los límites de la muerte y su significado.

Conversaciones imposibles en escenarios equivocados, la exquisitez con la que traza la contrariedad puede repeler o enamorar, pero sin duda November es todo un ejercicio de estilo, además de una amplia gama de pecados que corromper, demostrando una vez más que en el frío se obtienen las ideas más elocuentes, y que llevarlas a cabo no puede más que intrigarnos. A esta película se llega con ojos curiosos y se termina con cierta complacencia inesperada.

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