Niki (Céline Sallette)

La actriz Céline Sallette —Casa de tolerancia o Les Revenants— debuta como directora en largo con Niki, película biográfica que nos cuenta un periodo de la vida de Catherine Marie-Agnès Fal de Saint Phalle —más conocida como Niki de Saint Phalle— con un tono íntimo y fragmentario que, alejado de la mente de su protagonista, termina siendo bastante lineal a pesar de todo. Aun así, no es un ‹biopic› demasiado convencional ni un repaso exhaustivo de la trayectoria de la escultora, pintora y cineasta francesa durante aproximadamente 10 años de su vida (desde 1950 hasta principios de los 60), sino un retrato parcial que se centra en los primeros pasos de una mujer destinada a convertirse en una de las grandes figuras del arte contemporáneo que personalmente no conocía. La película nos sitúa en un momento de búsqueda de la propia Niki, cuando trabajaba de modelo y actriz y ejercía de madre psicológicamente atrapada en un entorno doméstico aburrido, mucho antes de que sus esculturas y sus célebres Nanas la hicieran reconocida en todo el mundo, como bien he sabido después de leerme su artículo en la Wikipedia.

La película, en cualquier caso, parte de un trauma anterior a todo como motor de suspensión y avance: la infancia marcada por los abusos de su padre, un trauma que atravesaría toda su obra y su vida, pero que parece activarse precisamente en el momento de mayor estabilidad de la pareja protagonista, que no de Niki. Desde pequeña encontró en la pintura una forma de catarsis, una manera de transformar el dolor en energía creativa, prácticamente en la única manera de convivir con el dolor y los recuerdos casi reprimidos. Tras huir del macartismo estadounidense junto a su marido, el escritor estadounidense Harry Mathews —poco conocido en el mercado español, aunque ilustre miembro extranjero de la sociedad literaria Oulipo (famosa por autores como Raymond Queneau, Italo Calvino o Georges Perec)— y llegar a Francia, su existencia se vuelve errática, carente de creatividad, pues hasta el ámbito artístico en el que trabajaba resulta para ella otra jaula existencial. Tras ser descubierta escondiendo cuchillos y otro tipo de armas bajo el colchón de su cama, el trasfondo turbulento de su pasado pasa a estar mucho más presente en la narración, insinuada en los ‹flashbacks›, los silencios, los gestos nerviosos o en cenas familiares que transmiten la opresión psicológica de Niki.

La propuesta de Sallette, que pretende mostrar a Niki como un lienzo aún en construcción, se vuelve mucho más atrevida cuando aleja al personaje de su vida burguesa, como si el guion estuviese psicológicamente conectado a la mente de la artista, lo cual posee sentido teniendo en cuenta que la película se basa en un libro escrito por la propia Niki de Saint Phalle con la pretensión de que su hija entendiera algunas de sus decisiones. Esta perspectiva tan personal, claro, se nota también en el ritmo, que avanza sin prisa, aunque a saltos, a través de detalles mínimos que potencian y se benefician de la mirada movediza de la actriz Charlotte Le Bon, capaz de transmitir al mismo tiempo inseguridad e inestabilidad con confianza y desahogo. El recurso de la pantalla dividida, sobre todo en la primera escena en que se usa este recurso (con el padre ocupando la mitad del plano como una voz devoradora), condensa con acierto la presión psicológica que marcó la relación entre ambos y la vida posterior de Niki. La cámara, que en la mayoría del metraje se mueve con discreción, sin artificios y sin la grandilocuencia típica del ‹biopic› clásico o de la explosividad del arte de su protagonista, está mucho más interesada en dar con el origen (doloroso) de una necesidad para expresarse. Así, lo que vemos no es la consagración de una artista, sino el nacimiento de esa necesidad artística que tiene lugar, además, en plena segunda ola feminista.

Aunque esto puede resultar irrelevante, me dio por buscar la razón por la que no vemos ninguna de las obras de Niki en pantalla y resulta que es una cuestión de limitaciones de derechos y ya está. Pero más allá de que esta explicación quite relevancia a una posible razón cinematográfica más elaborada o de si esta decisión podría haberse convertido en un obstáculo para según qué espectadores, me parece igualmente una opción coherente en el discurso de la propia película: el cuerpo y el rostro de la protagonista, su trabajo con las manos, se convierten en su auténtico lienzo; la evolución de sus expresiones, la confianza que gana con cada nueva obra y cada relación que aparece en el camino, los nuevos traumas que pretende asesinar a través de sus obras. En lugar de las esculturas, lo que observamos es la génesis de la artista desde su interioridad y la intimidad de la vida bohemia y burguesa a partes iguales. Ese desplazamiento del objeto al sujeto evita que el relato, aunque pueda haber sido sin querer, quede atrapado en ilustraciones de lo ya conocido y permite que el espectador viva la creación como un proceso íntimo y todavía incierto.

Dado su protagonismo, el peso de la película recae en Charlotte Le Bon, que encarna a Niki con una intensidad contenida. Su interpretación transmite fragilidad y determinación a la vez, pero no de manera grandilocuente, reflejando el torbellino interior de una mujer dividida entre el deber y el deseo y rota por la mitad por su pasado. La fotografía, que se aprovecha de la luz de la siempre agradable campiña francesa hasta en interiores, refuerza un enfoque optimista a pesar de la gravedad que acecha a su mente. La Francia de posguerra aparece como un espacio doble: escenario de libertad artística entre bohemios futuros herederos, pero también sociedad atravesada por roles rígidos que limitan a la protagonista. Es en esa contradicción donde germina la necesidad de una ruptura, de una voz propia. Así, lo que queda es una aproximación apreciable y sensible que tiene más valor por las ganas que dan de buscar a las personas reales para saber más de ellas que por el resultado final en sí, que parece dar por hecho que todos conocemos tanto a la protagonista, sus obras, o al resto de los personajes que aparecen y desaparecen sin apenas saber nada más de ellos que su peso en los cambios vitales de Niki.

Por cierto, dato anecdótico a la par que irrelevante: Damien Bonnard y Judith Chemla vuelven a hacer de pareja tras El sexto hijo (2022).

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