Con los resquicios aún presentes de su más reciente matrimonio fallido, Vicente vive su edad avanzada con júbilo y libertinaje, en el complejo turístico de Maspalomas, un lugar de peregrinación para hombres homosexuales, de todas las edades, en busca de encuentros íntimos fugaces. Tras su jubilación, Vicente disfruta de una segunda juventud, que resulta abruptamente interrumpida cuando, en plena faena, sufre un ictus que le impide continuar su día a día con normalidad. En contra de su voluntad, regresa a su San Sebastián natal, y es ingresado en una residencia para ancianos, a petición de su hija. Allí, Vicente, interpretado por un acertado José Ramón Soroiz, vuelve a entrar en el armario y se ve obligado a revivir ese proceso de liberación que ya creía olvidado.
Maspalomas es la última película dirigida por la sociedad que forman Aitor Arregi y Jose Mari Goenaga, dos de los integrantes del tríptico Moriarti, completado por Jon Garraño, que en esta ocasión no figura en los créditos. Su última película es de las pocas en su filmografía ambientada en un presente relativamente reciente, con el amanecer de la crisis del COVID-19 como eje subyacente que recorre la cinta. A la vez, esta circunstancia tan significativa no tiene otra función que la de situar la trama en un contexto histórico concreto, sin afectar directamente a la narrativa. Esto ocurre con otros elementos que son mencionados puntualmente, pero no ayudan a formar una perspectiva matizada del presente y resultan en situaciones tensadas artificialmente para generar un conflicto, que nunca es subterráneo. Solo entiendo estas decisiones como el resultado de unos guionistas que, tan acostumbrados a escribir cine de época, se sienten desamparados sin una columna vertebral cronológica en la que sostener su relato.
Esta literalidad y a la vez falta de matices es una constante en las decisiones, tanto estéticas como narrativas, en Maspalomas. El primer acto me sorprendió por su explicitud y exuberancia visual, pero rápidamente este gesto osado se desvela como una forma de yuxtaposición traumática, reforzada por la aparición tardía del título del film. Un mecanismo efectista y ligeramente cruel, entendiendo lo que supone este cambio para Vicente. Superados estos primeros veinte minutos la película adopta unas tonalidades distintas. La vida en la residencia es ardua y estática, consecuentemente el ritmo de la cinta se ralentiza para ir en consonancia con su protagonista. La película sigue rigurosamente al personaje de Vicente y no se despega de él en ningún momento. En esa proximidad se encuentra lo bello de la obra. Somos cómplices de Vicente en su soledad y en su deseo y somos los únicos testigos de su transformación.
Los relatos sobre liberación sexual abundan en el cine contemporáneo, y muy justificadamente, viendo el incremento en los discursos y crímenes de odio estos últimos años. En Maspalomas se habla del sexo sin tapujos. El gran atractivo del film es la naturalidad con la que muestra ese deseo sexual, sin juzgar a su protagonista y sin ocultar nada. Esa transparencia me parece especialmente relevante intuyendo que esta cinta va a llegar a gente que se puede encontrar en el lugar de Vicente, o en el opuesto. No soy el más partidario de entender el cine como una herramienta de transformación social, pero estos temas solo se pueden tratar con firmeza y sin concesiones, como lo hace Maspalomas. Por otro lado la película también consigue ser emotiva cuando se lo propone. En algunos momentos esa dicotomía entre lo explicito y lo sensible acaba resultando en leves (y no tan leves) desafinadas en el tono, disimuladas por la imperturbable interpretación de José Ramón Soroiz.
Arregi y Goenaga son cineastas ágiles y solventes y este no es su primer rodeo. No destacan por su autoría ni por su originalidad. Demasiado insulsos y poco condimentados como para fascinar, y lo suficientemente emotivos y dinámicos como para no aburrir. Pero no son esclavos del guion, por muy verbal y explicativo que sea, y siempre están buscando formas de hablar con las imágenes, con sus aciertos, sus errores y sus momentos naif. Perfectos para dirigir el anuncio anual de la lotería de Navidad, y muy correctos para dirigir una película como Maspalomas, pero no lo suficientemente memorables como para trascender.
Escrito por Carles Verdaguer
