Los informes sobre Sarah y Saleem (Muayad Alayan)

El relato de Reports on Sarah and Saleem (Muayad Alayan, 2018) arranca ‹in medias res›, con el protagonista palestino siendo detenido por la policía israelí y acusado de tratar de reclutar a una mujer. No puede ser más explícita desde el primer momento una doble intención: mantener al espectador pendiente de qué sucedió para llegar a esa situación, pero también dejar claro desde un punto de vista moral apriorístico que su comportamiento es reprobable —al margen de cualquier otra condición o circunstancia desconocida todavía—. Las imprevisibles consecuencias de la mentira y el engaño las tienen, por tanto, más que merecidas. Saleem, un repartidor, tenía una aventura con una mujer casada dueña de una cafetería (Sarah) a la que lleva sus encargos. Un engaño que intenta encubrir cuando es acusado de traficar con droga y tratar con prostitutas y acaba registrando informes falsos para la inteligencia palestina. Ya no sólo tenemos el suspense de si serán descubiertos o no por sus respectivas parejas, sino también una intrincada red de falsedades e hipocresías que conectan su conducta con el conflicto palestino. Todo mientras evoluciona la narración a una especie de thriller policíaco y moral en el que parece se toma el adulterio entre miembros de estas comunidades enfrentadas históricamente como un símbolo de la naturaleza de los desencuentros y la violencia en la región de sobra conocidos.

Así es, el director considera la esencia humana —mediatizada por unas culturas, prejuicios y tradiciones que en ningún momento se tratan o cuestionan en la exploración que propone la película— como ejemplo válido extensible para explicar a partir de ella la dimensión social y política de las dinámicas creadas entre sus personajes. En este caso unas dinámicas descritas de manera débil. Las motivaciones, la insatisfacción, el deseo, las condiciones previas que pudieran explicar el comienzo de la relación adúltera no se tienen en cuenta. De hecho, la narrativa del film rehuye mostrarlo y nos introduce directamente en una serie de tórridos encuentros en la parte de atrás de la furgoneta en los que parece recrearse sin ninguna justificación hasta que llega el punto de inflexión mencionado anteriormente. La aproximación naturalista con la cámara en mano y su temblor característico de nada sirven para dotar de autenticidad a una escena funcional al servicio exclusivo del desarrollo del melodrama. Un melodrama al que se entregan también sus intérpretes hasta el exceso en determinados momentos, que no se acompaña con la necesaria construcción de una tensión acorde a las graves repercusiones que pueden tener sus actos. Los estallidos emocionales parecen insertos burdos para elevar forzosamente la inversión del espectador en estos apenas dibujos esquemáticos de individuos que suscitan un interés escaso.

Planos medios y una edición de las escenas poco intrusiva y respetando el punto de vista que va saltando progresivamente según avanza su metraje sí que permiten al menos —dentro de lo convencional de la cinta— mantener las expectativas alrededor de su resolución y las mujeres que toman el control de la trama. Pero la distancia con el proceso judicial, la carencia absoluta de ambientación del conflicto en las calles y un entendimiento más bien folletinesco de su desarrollo lo reducen todo a lo anecdótico y superficial. Para ejemplo un momento en el que Sarah y su marido observan por la televisión incursiones del ejército israelí en territorios ocupados de Cisjordania. El único momento en que su marido, un oficial del ejército, y su esposa experimentan de primera mano la violencia y el conflicto es cuando visitan la casa de la mujer de Saleem y son apedreados por los vecinos. La moraleja de la historia desde el primer momento es que la mentira tiene consecuencias imprevisibles y si los personajes que dan título a la película nunca hubieran cometido adulterio jamás habrían sufrido las consecuencias de dicho conflicto. La imagen no miente incluso cuando intenta engañarnos. Aquí se intenta crear una reflexión moral que viene ya predefinida por la intención del desarrollo dramático y no deja nada al azar. Nosotros como espectadores estamos obligados a asimilar su discurso y el tosco intento de manipulación se evidencia por sí mismo.

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