Lois Patiño… a examen (II)

Han pasado dos años desde que escribí para esta revista sobre uno de los directores más fascinantes e hipnóticos del cine contemporáneo, como es Lois Patiño. Dos años en que su cine ha experimentado una lenta metamorfosis en la que la palabra ha ido filtrándose en su críptica imagen o, según se vea, esta ha cedido espacio para ser complementada por el verbo. Ya escuchábamos voces en sus fabulosas Noite sem distância (2015) o Lúa vermella (2020), sí, aunque lejanas y tocadas por ese aire espectral que caracteriza su obra. En Samsara (2023) se hicieron más concretas y sus personajes iban adquiriendo más vida y llenándose de diálogos. También el director gallego ha sucumbido a la ficción, eso sí, sin renunciar a su cine contemplativo producto de la observación del paisaje, lo espacio-temporal, aportando un punto de vista filosófico provisto de una aparente ausencia narrativa.

Pero donde la palabra despertó con más gravedad fue cuando comenzó una singular colaboración con el director argentino Matías Piñeiro, imbuido seguro por su cine en el que la verbalización domina la escena. Especialmente en la del dramaturgo William Shakespeare que “salpica” recurrentemente sus películas como fuente viva y modernizada en su lectura contemporánea. Unir dos ecosistemas fílmicos tan opuestos no parecía viable, pero encontraron un punto intermedio sobresaliente en Sycorax (2021). Un corto que reunía tal concentración conceptual, intensidad plástica y sonora que clamaba a gritos una continuación. Piñeiro y Patiño con apellidos que los unen desde un lejano pasado, se complementaron a la perfección. Y el enorme sentido plástico del segundo en la interpretación de la naturaleza aportó el cobijo para esa tempestad shakespeariana y el personaje al que dan voz.

Sycorax ha prolongado sus brazos en la reciente estrenada Ariel (2025), ya largometraje, ideado entre los dos autores (como se refleja en créditos), pero materializado sólo por Lois Patiño para continuar con el hechizo del dramaturgo en esas Islas Azores suspendidas en el tiempo y el espacio bajo la interpretación teatral en bucle de personajes sumergidos bajo un limbo, los cuales han perdido su identidad para abrazar la obra clásica del escritor inglés y universal, creando un escenario natural entre lo surrealista y el teatro del absurdo. Una apuesta muy hablada, pero que no renuncia a la potente imagen que acostumbra el gallego, con pilares en las sobreimpresiones y el mar que tanto le define, en este caso de color violeta.

Pero volvamos al germen que despertó Ariel. Sycorax posee mucha más carga sensorial que su continuación. Desde el comienzo, con esas ramas gigantes que asemejan raíces, lo visual te arrastra hacia dentro de ella junto a lo sonoro, ya sea con la pieza musical de Henry Purcell llamada La tempestad (al igual que la obra de Shakespeare que inspira el corto) o los sonidos naturales virados hacia lo misterioso que acompañan todo su metraje. Sycorax es la bruja silenciada en La tempestad, la que encerró a Ariel en un árbol.

Este personaje femenino no aparece en la pieza del dramaturgo, pero su influencia es notoria en el desarrollo de la historia. En el corto de Piñeiro y Patiño se la visibiliza, la saca de su letargo, se la busca entre las mujeres de la isla, al igual que a otros personajes para hacer un casting. Sycorax se viste de negro con un capote que le tapa el rostro para pasar desapercibida por la noche como usaron muchas mujeres buscando la libertad que se les negaba. Sycorax posee muchas voces entre tantas mujeres. Sycorax camina junto a la protagonista (Agustina Muñoz, excelente y natural actriz muy frecuente en el cine de Matías Piñeiro) para decirle en qué árbol esta Ariel. No tiene voz, pero deambula, de negro entero, por el bosque con los árboles y helechos más grandes que existen.

Patiño y Mauro Herce traducen a imagen la fuerza natural y lo enigmático. En el mar que escolta los versos en portugués del dramaturgo inglés. Con la corteza llena de líquenes que se convierte mediante una sobreimpresión en cascada. En las texturas de cada plano. En la niebla que envuelve las copas de los árboles y se disipa con el viento introduciendo lentamente los fantasmagórico en el relato. La bruja Sycorax termina hablando en un lánguido y fabuloso portugués: «¿En qué árbol encerraste a Ariel?» «En el más bonito». Y en esa pausada búsqueda del árbol más bello nos dejamos llevar de la mano de este corto sensitivo y sugerente que le hace aparecer mediante un juego de imágenes detrás de la cascada.

Y así, una poderosa y lenta panorámica hacia abajo cubre el enorme árbol que alberga el misterio no sólo de Ariel, sino del cine. Capaz de arrojar tanto con su esencia: lo eminentemente visual, la alquimia de lo subconsciente, mientras escuchamos como un mantra la delicadeza de los versos repetidos.

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