La vida de Adèle (Abdel Kechiche)

El célebre escritor valenciano Juan José Millás escribió, en una de sus muchas ocasiones de habitual lucidez, un pequeño relato compuesto por breves reflexiones acerca de los estados emocionales y las rutinas de una pareja poseída por la más pura y absoluta de las enajenaciones amorosas. Maestro de la verbalización hacia aquello que consideramos casi inefable, algunos de sus apuntes, adaptados fielmente —pero no de forma literal— al universo femenino de Kechiche, fueron los siguientes:

Más que conocerse, se reconocieron, pues las dos tenían la impresión de haberse tratado en una vida anterior. Hacían el amor en cualquier sitio y en todas las posturas, como si buscaran un constante acoplamiento que les permitiera ser una. Cuando cualquiera de ellas salía de la cama para ir a la nevera o al trabajo, la otra se sentía amputada. No soportaban las separaciones porque cada una era el oxígeno de la otra, la sangre de la otra, el alma de la otra. La excitación que les proporcionaba encontrarse procedía del sentimiento compartido de estar al fin completas de nuevo. Solo estaban completas cuando se encontraban la una sobre la otra, o la una al lado de la otra, o la una debajo de la otra. Se metían la lengua por todos los orificios del cuerpo, incluidos los de las narices. Estaban enamoradas, en fin.

Lo sorprendente era que la pasión duraba. No la atenuaban ni el calor, ni el frío ni el paso de las semanas o las estaciones. A veces, comenzaban a desnudarse en el ascensor para no perder un segundo del tiempo que se les permitía estar juntas. Llegaron a pensar que lo suyo no se parecía a lo de nadie. Lo ocultaban por miedo a despertar envidias, recelos, comentarios. Desde la altura de su completitud, observaban con cierta lástima al resto de la humanidad como los dioses observan con piedad a los mortales desde el Olimpo. Disfrutaban de la comida, del sexo, del cine, de la televisión, de la calle. Todo lo que hacían juntas adquiría una relevancia especial por el simple hecho de que ellas lo tocaban con su magia.

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Ciertamente, esta excelsa obra cinematográfica de Abdel Kechiche no se parece a nada de lo que cualquier película haya podido abordar, con valentía y arrojo, sobre el romance homosexual femenino, y a su vez se parece a mucho de lo que docenas de personas anónimas de cualquier inclinación han podido experimentar cuando se han visto movidas y poseídas por la más descontrolada, febril e irracional de las pasiones hacia alguien a quien se ama. Esta película no solo comparte la pasión como apetito carnal insaciable y exposición geométrica del éxtasis incontenido, sino que también nos muestra una nueva forma de intimidad, explícita y a la vez sutil, a la hora de radiografiar los ademanes más irracionales del deseo.

En este sentido, el director tunecino teje sus madejas narrativas con la misma templanza y contemplación con la que un sentimiento nace, se reafirma en su desquiciada radicalidad y alterna finalmente nuestra calma hormonal con exaltadas alteraciones fisiológicas. Todo lo representado por sus dos eminentes intérpretes, con una Adèle Exarchopoulos sobrenatural y merecedora de premios que aún no se han inventado, exhala un desproporcionado hiperrealismo en sus formas y sus figuras. La exaltación de sus voluntades, de sus tragedias y de sus pasiones se representa con exuberante autenticidad, mostrando el hueso de las emociones a través de una metafísica radiográfica. Sus cuerpos, sudorosos y contorsionistas, rompen la cuarta pared ficcional a través de eyaculaciones y gemidos, que contrarrestan la mera adaptación de las pulsiones sexuales y las convierten en un retrato de alta definición.

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Frente a la explícita y visceral representación del sexo y el amor pasional se encuentra también, casi igual de profunda, una mirada analítica hacia los sistemas educacionales franceses —tema de habitual emergencia en las producciones galas—, cuyo hermetismo y esquematismo didáctico hacen que emerjan estados de rebeldía estudiantil, despertares sexuales en la inocencia de unos jóvenes aletargados y virulencia inquisidora en las acartonadas curiosidades de los prejuiciosos. Esta línea argumental resulta la más usual en el libreto de Kechiche, pero su nerviosa e insistente realización ayuda a elevar su texto plagado de recursos temáticos y ricos matices.

Una propuesta que, a su vez, consigue el milagro de coartar la atención usual hacia la teoría guionística del desarrollo actancial, puesto que la intensa problematización y articulación de sus pasajes más físicos y ferozmente sentimentales avanzan en un imparable crescendo que hace perder de vista, por momentos, los mecanismos de anticipación narrativa. Todo es previsible en su causa-efecto pero no en el estilo en que está ejecutado, atendiendo a los cánones del nexo cinematográfico.

Esto, en resumidas cuentas, sumas enteros a la película en su osada pretensión de desarmar la placidez espectadora y obligarnos a una implicación psiquiátrica y quirúrgica con una pantalla sudorosa que busca plasmar y satisfacer nuestra excitación a golpe de grito placentero. Cine que busca la experiencia y no el espectáculo, que sin moralejas te arrebata un pedazo de alma, pues el amor, y la locura del mismo, son principios de una universalidad eterna.

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4 comentarios en «La vida de Adèle (Abdel Kechiche)»

  1. Y los planos, los planos son una delicia, desde principio a fin el recorte sobre las miradas lo adentran a uno en el Universo Emocional de la protagonista.

  2. Sinceramente, para que se hagan películas lésbicas como ésta prefiero que no se haga ninguna… porque mucho decir que visibilizan y normalizan pero parece que nadie ve que en realidad estamos en lo de siempre: las relaciones entre mujeres se convierten en objetos de morbo masculino y en escenitas degradantes de tetas y coños antes que en cualquier otra cosa, y eso es más un retroceso que un avance.
    Soy lesbiana y estoy muy harta de escuchar tantas alabanzas absurdas a esta película que no es más que el desahogo pornográfico de las obsesiones de un director déspota. Fui a verla ilusionadísima porque el cómic me había encantado y tenía las esperanzas de encontrarme con algo igual de bueno o quizá mejor, pero no puedo expresar mi sorpresa al encontrarme tamaña basura… Quince minutos de porno lésbico completamente gratuito e injustificado que ensucian el resto del metraje y actúan a modo de llamada de atención desesperada (así como llamada a la recaudación, a la audiencia y a la crítica masculina) para disculpar tres horas insustanciales, desaprovechadas y vacías, con lo que podía haber dado de sí una temática inicial tan fantástica. El director sólo se preocupó de rodar tijeras y cunnilingus, no hay rastro de la profundidad de la novela gráfica, de su estética cautivante, de su buen gusto, de su sensibilidad, de su despliegue en cuanto a temas y motivos… sólo sexo explícito, poses ridículas y morbo facilón para arrastrar a la gente a verla y convertirla en vouyers.
    Sin esas largas escenas de sexo la película habría ganado en dignidad y fuerza, precisamente es contraproducente a su causa este excesivo regodeo. En lugar de estas escenas (o de gran parte de ellas) se podría haber aprovechado metraje e incluir, por ejemplo, una escena de ataque homófobo de los que están tan tristemente vigentes en Francia u otros países europeos, eso sí contribuiría a una mayor sensibilización del público y no una escena como la de las tijeras con la que la película cae en el ridículo, se descalifica a sí misma y le da la razón a quienes afirman que es pornografía mostrada sólo con el propósito de excitar. ¿Cuál es la intención si no de regodearse de tal manera? ¿Si no vemos ocho orgasmos no entendemos la pasión entre ambas protagonistas? ¿O la “necesidad” de meter estos quince minutos de sexo salvaje era porque si no nadie aguantaría tres horas soporíferas viendo a una actriz con cara de empanada?
    Me pregunto cómo es posible que nadie (o muy pocos) vean lo que es en realidad esta película: una fantasía pornográfica de un director heterosexual, basándose en un juicio apriorístico de cómo follan dos lesbianas que no es más que su propio deseo puesto en imágenes (y además tiránicamente, en plan «vosotras tocaos hasta la extenuación que yo filmo mientras babeo). De haber sido dos hombres los protagonistas (o un hombre y una mujer), el director jamás se habría recreado así en una escena sexual entre ellos y la película no habría sido tan brillante para los críticos. Si la pareja hubiera sido heterosexual y si el sexo, aunque realista, hubiera sido tratado de manera más sutil, de esta película ni se habla. Y mucho menos se la premia. Pero claro, a los críticos heterosexuales les ha gustado mucho y por eso ganó Cannes…
    Por eso, lo que me escama de todo esto (aparte de que me es imposible simpatizar con un señor que ha hecho que sus actrices se sientan poco menos que abusadas…) es que el director ha reducido una historia compleja sobre el amor, la amistad, la intimidad… en una larguísima escena de sexo hecha desde el punto de vista de un observador masculino y heterosexual (qué sorpresa) que reduce a las lesbianas y a las mujeres en general en objetos hipersexualizados cuyas prácticas sexuales son y deben ser aquellas que despiertan los deseos de este público en particular. Como siempre, se reduce a las mujeres (lesbianas o no) a lo mismo. Objetos. Objetos con los que vender, comerciar, excitar… objetos masturbatorios y poco más. Con lo que nos ha costado (y aún nos cuesta) hacernos respetar para que al final nos veamos reducidas a lo de siempre y encima se aplauda.
    Esta película no hace ningún favor a la causa homosexual, más bien todo lo contrario.

  3. Esta no es más que una película plagada de tópicos facilones sobre homosexualidad con un guión naïf e inocentón en exceso que camufla sus carencias bajo toneladas de sexo explícito innecesario y planos de “visión masculina” absolutamente injustificados y que te recuerdan desde las primeras escenas que esta película de lesbianas “huele a polla” por los cuatro costados (lo que viene a decir que se nota a legua que está dirigida por un hombre). No me extraña nada que las actrices esté tan furiosas con el director; el montaje final de esas escenas de sexo roza el ridículo.
    Me acuerdo de Fucking Amal, de Lukas Moodyson, que con una película inocente sobre lesbianas, y que dura la mitad de tiempo, logra transmitir bastante más de lo que logra Adele en tres larguisimas horas.

  4. Esta es la película más machista que he visto en mi vida… Además de ser un bodrio de película, aburridísima, interminable, deshilvanada y absurda, tiene la desfachatez de frivolizar hasta extremos increíbles con las relaciones homosexuales entre mujeres. No se la recomiendo a nadie, toda ella me parece una predecible y tópica fantasía masculina.
    Sobre ella se ha discutido mucho sobre que si no es pornográfica, que si las escenas sexuales son gratuitas o no, que la historia original fue escrita por una mujer lesbiana y un hombre heterosexual se ha encargado de degradarla (cosa en la que estoy de acuerdo), que si en realidad está mostrando la realidad de cualquier relación, no sólo homosexual, blablablá. Pues que nadie se lleve a engaño, puesto que como suele decirse, “la respuesta más obvia es siempre la correcta”: la película puede parecer pornográfica y tener escenas gratuitamente morbosas, pero ES realmente una película pornográfica y gratuitamente morbosa.

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