La reconstrucción (Lucian Pintilie)

La reconstrucción es considerada por gran parte de la crítica internacional como la mejor película de la historia del cine rumano. Si descartamos el reciente boom que el cine procedente de aquellas latitudes está experimentando en la última década, sí que es cierto que esta es una de las escasas piezas de cine clásico que podemos hallar disponibles para visualizar, lo cual no deja de ser un signo de su calidad intrínseca. Sin duda, La reconstrucción forma parte de ese tipo de películas que surgieron a mediados de los años sesenta en los países ordenados bajo un Régimen Comunista que a través de una ácida sátira costumbrista y un floreciente talento para narrar historias desde la más profunda sencillez descriptora consiguieron lanzar afiladas denuncias en contra de la dictadura y la falta de libertad existente más allá del Telón de Acero. Múltiples son los ejemplos que podríamos enumerar. Desde Checoslovaquia La oreja, Las margaritas, Zert, The party and the guest, El incinerador de cadáveres… Desde Hungría The witness y podríamos seguir enumerando ejemplos procedentes de Polonia (La barrera, El hombre de mármol, Rejs) o de la misma URSS (Arrepentimiento, Mi amigo Iván Lapshin, Ciudad cero, etc).

La película bebe claramente de la influencia de la Nueva Ola Checoslovaca siendo notorias las múltiples conexiones formales y argumentales existentes entre la cinta rumana con los grandes clásicos de trincheras de nacionalidad checoslovaca. Entre los nexos más rotundos con la corriente de origen centro-europeo se halla el excelente uso del blanco y negro exponente del gris y triste panorama carente de libertad reflejado en el film, la sencillez estructural que huye de todo viso de espectacularidad y complejidad tanto en cuanto a planos como respecto a las interpretaciones de los protagonistas, el hecho de enfocar el centro de la trama en el ambiente bucólico de un pequeño pueblo rodeado de frondosos bosques y riachuelos alejado del bullicio de las grandes urbes y sobre todo el uso refrescante de un sentido del humor despiadado y desgarrador que consigue emanar la sonrisa del espectador de situaciones dantescas y surrealistas apoyándose en el magnífico juego de mezclar realidad con ficción con un estilo que roza la esquizofrenia paranoica.

La valentía de la propuesta firmada por el realizador Lucian Pintilie chocó con la censura de su país natal. Y es que la cinta fue, nada más estrenarse en los cines de Rumanía, secuestrada por las autoridades comunistas obligando al bueno de Pintilie a exiliarse de su patria para poder continuar con su carrera cinematográfica. La cinta adaptaba a la pantalla una novela que unos años antes había escrito otro intelectual crítico con el Régimen (Horia Patrascu) en la cual se retrataba con la fina pluma de su autor una clara reprobación hacia las mezquindades y corrupciones existentes en un sistema que aparentemente buscaba la libertad y auto-realización de la población a través del añorado objetivo del bien común de la mayoría que por orden y mando de la minoría privilegiada y poderosa mutaba en bienestar de unos pocos elegidos por el dedo político.

La cinta narra la historia de dos jóvenes (Ripu y Vuica) que tras una tarde de borrachera acabarán destrozando el restaurante que les ha surtido de alcohol etílico hasta casi provocar el coma, propinando a su vez una paliza a su dueño, al cual abren la cabeza tras la culminación de la gresca. Como castigo a los gamberros, las autoridades comunistas decidirán que en lugar de encerrar a los chavales en la cárcel, éstos deberán pasar una tarde de verano en compañía del juez, un profesor de doctrina sociológica y un equipo de filmación reconstruyendo los hechos que tuvieron lugar en el restaurante para así obtener un documento que sirva de ejemplo y de escarmiento a cualquier otro joven tentado a cometer el mismo acto, así como denunciar las graves consecuencias que acarrea el consumo excesivo de alcohol. Las borracheras son un vicio que no puede tener cabida bajo el comunismo, régimen que bajo el auspicio de Nicolai Ceaucescu traerá a Rumanía el orden y la productividad inexistente en tiempos pretéritos.

El sol cegador y un partido de fútbol de extrema importancia parecen ser motivos suficientes para mantener alejados a los obreros y lugareños del restaurante, lugar creado por el gobierno como sitio de esparcimiento para los sufridos obreros de las fábricas y altos hornos de la comarca. Sin embargo, la soledad y el soleado espacio en el que tendrá lugar la farsa son igualmente atrayentes para el juez, el cual en lugar de centrarse en filmar la cinta decidirá pasar el día tomando el sol en las orillas del río. Igualmente el profesor, un ideólogo defensor del orden y la rectitud terminará rindiéndose ante la desidia general ahogando sus penas en el alcohol, aquel elemento cuyo uso pretende denunciar con el rodaje del film, el dueño del restaurante mostrará más preocupación por promocionar su local y observar el competido partido de fútbol que en participar como actor en el documental. Sólo el equipo técnico parece tener ganas de hacer el trabajo encomendado por las autoridades si bien concluirán la jornada desquiciados ante la imposibilidad de llevar a buen puerto su trabajo.

Y en este ambiente opresivo y de imposición, los dos jóvenes tendrán tiempo para actuar, entremezclarse con los lugareños, encontrar el amor fugaz bajo la pasión emanada en lo profundo del bosque, jugar con sus captores a un extraño juego de apariencias y medias verdades y de huir… huir de la falsedad, la corrupción, la hipocresía y las miserias impuestas por sus adoctrinados mayores, aunque esta aptitud contracorriente suponga la propia muerte… Y es que a veces la muerte es el único camino hacia la libertad cuando en el ambiente cotidiano no existen mecanismos exentos de los rígidos corsés que la dictadura impone a sus ciudadanos.

La cinta hace de la limitación de recursos su principal virtud. Así la fotografía en exteriores desprovista de complejos trucos fotográficos, un montaje sencillo, unas actuaciones que mezclan la caricatura de ciertos personajes con el naturalismo de los intérpretes más jóvenes y de los extras que aparecen en el metraje surten a la obra de un espíritu de cine de trincheras y combativo ciertamente enriquecedor. Fantástica es la secuencia de apertura, en la que el protagonista sigue los dictados de una rotunda voz que ordena cada uno de los pasos que debe acometer, cortados estos mandatos por el ruido de una claqueta. No sabremos si esta escena está extraída de un día de rodaje real de la propia película o sencillamente si esa misma escena se halla inserta en la propia historia de ficción objeto del esbozo argumental del film. Esa mezcla de imagen real con la ficción, supone una estupenda carta de presentación para una película extraña, poética, crítica y vigorosa, poseedora de ese ritmo pausado y tranquilo propio del cine de autor de reminiscencias filosóficas que van más allá de las fronteras privativas del séptimo arte.

Sin duda, La reconstrucción es un hipnótico y atrevido ejercicio de arte y ensayo que obligará al espectador a cuestionarse cuales son los límites de la realidad y la ficción, así como las delgadas líneas que separan al poder de la tiranía. Y es que, en todos los regímenes políticos quien alcanza el poder acabará imponiendo una dictadura ideológica beneficiosa para su entorno cuyas normas únicamente podrán quebrantar aquellos que han dictado los mandamientos de la misma. Y es el pueblo, cobarde y complaciente con los poderosos, quien permitirá a caudillos y facinerosos ejercer el poder con sus vítores y vendas auto-impuestas para no observar las miserias e inmundicias a las que estamos sometidos desde las altas esferas. Esto es algo que está insertado en lo más profundo del ser humano, como bien demuestra La reconstrucción.

Un comentario en «La reconstrucción (Lucian Pintilie)»

  1. En lo personal concuerdo con algo del comentario, pero creo que habla de otro tipo de reconstrucción. El ambiente de la peli una no es tan duro como parece, y los roles no están enmarcados en esa situación. En lo personal Vi un pueblo tranquilo, embotado en las pasiones populares ( un día de verano para adormecerse, un partido de fútbol, el alcohol) volviendo a lo que esencialmente es una comunidad, un pueblo donde todos se conocen, las simples ofendas del alcohol de olvidan y a su manera se ayudan. El film usa la fachada de este pequeño castigo para mostrarnos el verdadero anhelo: la reconstrucción de Rumania luego de la guerra, un pueblo cansado , agobiado, que quiere ser lo que es, una sociedad de anehlos humildes harta incluso de intelectuales que ni se entienden, y un comisario más interesado en su vida burguesa que aplicar rigor. La muchacha es, para mí, quien juega el rol de observadora…..en fin hay más, pero no soy crítico de cine. Pablo

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