Muchos de los éxitos históricos del cine francés tienen a su ciudad más icónica, París, como su espacio preferente y predominante. La ciudad emblemática que propicia guiones que se nutren de su modernidad, de su cultura, sus terrazas, cafeterías, avenidas y tejados tan tradicionales. Localizaciones urbanas centralizadas que expanden la ciudad universalmente desde los inicios del cine. La costa francesa también ha producido grandes trabajos enmarcados en lo poético, lo fronterizo o los bajos fondos, pero hallamos directores que prefieren adentrarse en el interior del país ofreciendo historias a menudo naturalistas, inmersas en su campiña o montaña, plagadas de personajes pintorescos que emanan una extrañeza magnética. Este año hemos podido disfrutar en ese sentido de acudir a lo rural, con esa bizarra y a la vez cautivadora película de Guiraudie, Misericordia, Cuando cae el otoño de Ozon, el año anterior con Camping du lac de Eléonore Saintagnan o algunas anteriores de Guillaume Brac, que recogen el testigo de directores que descentralizaron el cine galo mucho antes como Renoir, Duvivier, Grémillon, André Antoine, Ophüls, Malle o Chabrol, por poner algunos ejemplos.
La vida rural puede ofrecer historias truculentas, escondidas en una naturaleza sigilosa, pero también es generadora de otras que reivindican lo estival, el período de vacaciones, estilos de vida más saludables o idiosincrasias amparadas en tradiciones y culturas menos conocidas. En este caso, la debutante Louise Courvoisier realiza un homenaje al espacio donde creció, Cressia, en las montañas profundas y pastos del departamento de Jura, muy próximo a Suiza y famoso por la elaboración de uno de los quesos con denominación de origen más famosos de Francia, como es el comté.
La irrupción de esta fresca ópera prima le ha valido a la directora el Premio de la Juventud en la sección Un certain regard del Festival de Cannes en 2024, al que regresó después de su anterior premio con su primer corto (Mano a mano) en la Cinéfondation de Cannes en 2019. Su positiva repercusión en la crítica y público le han hecho acreedora además de los premios Mejor actriz revelación a Maïwène Barthelemy y Mejor Ópera prima en los César de 2025, que consolidan y auguran un gran recorrido internacional a esta cinta inspirada en la infancia y adolescencia de esta familia de artistas que trabajan en conjunto con el apoyo de otros hermanos en el diseño de producción o la música (Ella, Linda y Charlie Courvoisier).
La realizadora apuesta por actores no profesionales después de varios ‹castings› que han logrado una de sus mayores bazas, ya que refuerzan la credibilidad y naturalidad de esta historia con intérpretes de físicos alejados de los de las estrellas de cine, que cabalga entre el drama, el cuento rural y el naturalismo. La receta perfecta (Vingt Dieux, 2024) reivindica la vida rural de interior, ilumina sus gentes y pone en valor una zona poco o nada representada en el cine.
Courvoisier comenta que las localizaciones son el lugar donde creció viendo su evolución. Un medio agrícola que marca la historia, pero «quería que el punto de partida fuera humano» y así lo es. Debajo de ese biotopo enclavado en lo rural, en una economía basada en la producción de quesos, leche o ganadería, subyace un tono humanista que nunca juzga a sus personajes y les hace dirigir sus vidas mediante impulsos generados por el infortunio para convertirlos en oportunidades. Decisiones ingenuas por partir de un adolescente y su hermana que acaban de perder a su padre viéndose obligados a madurar de golpe. Personajes mimados por la directora que desarrolló en un guion durante dos años y medio, elegidos de la zona para que tuvieran su acento original, que se movieran como si pertenecieran a ese hábitat (Maïwère estudia agricultura de verdad y asiste un parto real de una vaca) y se comportaran como los chicos que ella conoció antes de irse a estudiar cine a Lyon.
La receta perfecta es una ficción a modo de crónica de la vida campestre, difícil y agobiante para la juventud que no tiene demasiadas salidas profesionales y se debate entre fiestas, incursiones nocturnas, para acabar en oficios tradicionales bastante sacrificados. La película bascula entre lo documental cuando vemos carreras de coches en tierra, cuando se introduce en la elaboración del queso comté —al que otorga un protagonismo que irá paralelo metafóricamente de forma muy evidente al proceso de crecimiento emocional de Totone—, y lo ficcionado sobre ese chico de 18 años algo irresponsable, que habrá de ejercer de cabeza de familia trabajando en una quesería en la parte más ardua. Lo que en principio parece que se dirigirá a un melodrama convencional va virando hacia vericuetos salpicados por el humor, la desdramatización o la ingenuidad hasta construir un relato entretenido, desenfadado y ligero. En eso se queda, no pretende profundizar más, no construye una radiografía incisiva de la juventud en esa zona apartada. Hasta se le puede achacar un tono naíf, pero que lleva a un optimismo que acaba por agradar.
Visualmente resulta atractiva en algunos momentos con la introducción de planos generales de esos paisajes montañosos o de pasto de las vacas, así como los que rodean a la pareja enamorada en interiores. Quedaremos a la espera de cómo crecerá esta directora en ciernes, que ha dado su salto al largometraje y que no oculta su entusiasmo por haberlo conseguido en los extensos agradecimientos que cierran los créditos finales.

Profesora de Secundaria. Cinéfila.
“El cine es el motor de emoción y pensamiento”