La mujer que nunca existió (Mehdi M. Barsaoui)

El segundo largometraje del cineasta tunecino Mehdi M. Barsaoui sigue al personaje de Aya, una joven atrapada en una rutina poco alentadora, con unos padres que no la apoyan y un trabajo en un hotel que solo mantiene por la relación secreta que tiene con su jefe. Cuando un accidente de tráfico provoca que la declaren muerta por error, Aya ve la oportunidad de huir a la capital y rehacer su vida por completo, adoptando otra identidad. Sin embargo, los problemas no tardan en aparecer, y pronto se ve envuelta en un gran entramado de corrupción por el que, tras verse obligada a dar un falso testimonio sobre una agresión sexual, se convierte en el soporte principal de una grave trama de abuso policial.

Con una interpretación estelar de Fafma Sfarr como la joven fugitiva, La mujer que nunca existió aprovecha la situación anómala de su protagonista para ahondar en diversos problemas estructurales de la política y la sociedad tunecinas. Aya vive un ambiente opresivo en su propia casa y en su trabajo, y se siente como el juguete sexual de un jefe sin escrúpulos; por ello, durante un tiempo relativamente largo en la película, se mantiene la esperanza en una vida nueva mucho más liberada en la capital. Aya adopta la identidad de Amira y, a través de su nueva compañera de piso y amiga, descubre toda una vida nocturna de ocio y diversión. Sin embargo, esta fachada se cae cuando la burbuja se rompe, y queda al descubierto la vulnerabilidad que realmente tiene, tanto como mujer en una sociedad que muestra un doble rasero constante respecto a los hombres, como en su condición de persona huida y registrada como fallecida. Todo ello resucita, en cuanto pisa una comisaría, las sensaciones de opresión que creyó haber dejado atrás, y pone de manifiesto la incapacidad para escapar de ese sistema.

Asimismo, el retrato que elabora la cinta sobre la autoridad y la corrupción enquistada desde las altas esferas hasta los cuerpos policiales es demoledor. No es la primera vez que veo este énfasis en el carácter intimidatorio de la policía tunecina, que sufre cualquier ciudadano pero que en alguien como Aya, como mujer y como persona en una situación irregular, se multiplica; pero la película apunta más alto y revela todo un sistema dedicado a protegerse a sí mismo, a costa de la verdadera justicia y reparación. Pese a sentirse acorralada, Aya no se puede considerar una víctima inocente en el caso, sino el engranaje necesario que lo mantiene; por ello, la posición moral y emocional se tornan cada vez más complejas y difíciles de soportar, añadiendo a las sensaciones opresivas que crecen a medida que transcurre el metraje. Con todo, el filme se permite un cierto respiro ético con el personaje del policía que, tras su colaboración en el encubrimiento, siente remordimientos motivados por el recuerdo de la muerte de su hermano y decide colaborar con Aya para cambiar las tornas.

La mujer que nunca existió es un buen thriller con gran profundidad temática y muchas aristas sobre la condición sociopolítica tunecina. Asimismo, es toda una montaña rusa emocional que refleja de maravilla las sensaciones de agobio y vulnerabilidad en una coyuntura que escapa completamente del control de su protagonista; pero que, asimismo, es en una parte no menor consecuencia de sus propios actos, que, voluntarios o coercionados, son utilizados a conveniencia por las autoridades para esconder un crimen espantoso, y eso se traduce también en un sentimiento de culpa. Sin embargo, tras todo el viaje, uno no puede evitar preguntarse por el origen de todo esto y regresar a esa Aya que vivía en su ciudad natal, que quería escapar de su familia y de su trabajo. El problema de esta película se revela entonces en una duración y carga narrativa excesivas, que con más de dos horas y el cambio de escenario brusco terminan diluyendo del todo las motivaciones iniciales del personaje y el peso que su vida anterior tiene en las decisiones que toma, porque la narración crece y se hace tan compleja que se acaba desprendiendo casi por completo de su inicio. La situación legal complicada de Aya permanece presente y dicta muchas de sus decisiones, pero el peso emocional de esta termina relativizado frente a lo que viene después, con lo cual uno se pregunta si esta base narrativa era realmente necesaria o si la película la está explorando tan a fondo como merece su gravedad.

Por ello, de esta notable película me quedan sensaciones más mixtas de las que deberían. Es, en su mayor parte, una cinta estupenda, pero también es una que parece dejar cosas atrás sin demasiado problema, producto de su narrativa enrevesada y de la incapacidad para repartir de manera adecuada el peso de sus diferentes elementos; los cuales, en vez de complementarse, parecen fagocitarse y reemplazarse. El resultado es una experiencia siempre tensa y eficaz a nivel emocional, implicando constantemente al espectador en su intenso desarrollo de los acontecimientos, pero al mismo tiempo una que no cierra del todo, y que plantea cuestiones sobre la conveniencia real de su premisa y la intención de Barsaoui de explorarla en su justa medida y con todas sus consecuencias.

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