La evaluación (Fleur Fortune)

Las distopías cinematográficas fortalecen dos posibles imágenes: un mundo desolado en el que solo sobrevive el más fuerte y un mundo aséptico e idealizado donde solo sobrevive el más rico. El posible futuro que ha ideado Fleur Fortune para su debut tiene ese aspecto de estar rodeados de objetos muy caros, muy funcionales, muy limpios; nos trasladamos así a problemas de un supuesto primer mundo que nos atrae visualmente, que nos aburre por su corrección y nos intenta incomodar con su errática conducta administrativa. ¿La problemática? Pasar un test para tener hijos.

Para desarrollar esa falla emocional se apoya en un entorno concreto. Durante gran parte del metraje conocemos solo la intimidad del hogar de la pareja protagonista, dos amantes que han decidido rellenar el hueco de la procreación, una especie de premio que necesita la aprobación del estado para llevarse a cabo. Pese a lo amplio del lugar, una casa totalmente diáfana que pareciera toda ella una réplica de un cuadro de Mondrian acomodada en los colores terrosos que combinan a la perfección con el emplazamiento, unos acantilados rojizos que asoman frente a playas rocosas invitándonos a pensar en un final terrenal, pronto el entorno nos invita a pensar que están dentro de una cúpula, que en parte todo ello es falso, preparado para que ellos tengan su propio paraíso y a la vez dé la impresión que están atrapados en él. Es un contexto de falsa libertad, una especie de vida seleccionada por catálogo que además enfrenta dos de los modos de subsistencia de esta renovada sociedad, donde ella es bióloga, trabaja con plantas y otros seres vivos para evolucionar la alimentación mientras él es ingeniero, recreando animales que se puedan asemejar a uno real para servir de mascotas.

Así, dos mentes privilegiadas preocupadas por la supervivencia de la especia reciben la visita de una tercera persona, el varilla que removerá las vidas de dos individuos cualquiera, que debe acompañarles durante una semana para decidir si son o no válidos para paternar como pareja. Eso que mucho dicen en voz alta al ver el modo en que intentan mantener la dignidad algunas familias, el hecho de tener que realizar un examen para poder demostrar la validez como posibles padres, se hace realidad en una clave muy oscura dentro de La evaluación, cuando el chiste se convierte en una limitación de nuestros derechos o deseos. Ante una población de natalidad controlada en la que desconocemos los pormenores de la situación, una mujer se introduce en la vida de una pareja para inspeccionar, juzgar y hacer tambalear el día a día de un hogar cualquiera. Sin querer salir de ese ambiente calmo y correcto, Fleur Fortune decide zarandear esta impostada perfección para sacar lo peor de cada uno de los personajes, donde el triángulo tiene más peligro que el imaginado en las Bermudas.

Los roles aprendidos para formular la imagen de posibles padres perfectos compiten con la incógnita de las posibles conductas que presentará la evaluadora, rompiendo los esquemas de la pareja, que va degradando sus posturas al tiempo que su respuesta como padres, como pareja y como seres humanos se va adaptando a las complicadas situaciones en las que les mete su mentora. La mente anclada en la naturaleza de una y en la artificialidad del otro marcarán sus respuestas, dando rienda suelta a sus soterrados traumas. Una semana que, dentro de la estructurada disposición de las imágenes y las competiciones de excelencia de los actores, se busca fragmentar muchos temas vitales y sociales como la cultura del premio, la necesidad de crear vínculos maternofiliales que se generan por naturaleza, la dependencia, la capacidad de sobrevivir a las mentiras en pareja y algo que apenas se roza superficialmente (como el resto de temas) y que resulta muy interesante: la sociedad supeditada a la extremada longevidad de sus habitantes, es decir, una colección de humanos que ya lo saben todo, con un aspecto que no pierde su frescura, ¿cómo soportan un día a día sin fecha de caducidad?

Lo inane de La evaluación se vuelve estresante y lo que podrían ser pequeñas dudas sobre el proceso y sus participantes se vuelven verdaderos quebraderos de cabeza que no buscan tanto impactar como encontrar una respuesta. Se ofrece en algún momento, y por ello se agradece en cierto modo que un camino tan espinoso deje entrever lo que escondía la fachada de los presentes. Quizá le falta un poco de nervio, una verdadera intención revolucionaria sobre la maternidad, las convenciones sociales o la deriva ecológica que nos va a destruir a todos, pero es un ejercicio interesante y tanto Alicia Vikander como Elizabeth Olsen son espectaculares cuando sobrepasan sus propios límites.

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