La danza de la realidad (Alejandro Jodorowsky)

Veintitrés años después Alejandro Jodorowsky vuelve a ponerse detrás de las cámaras. Lo hace, quizá, a modo de despedida, para reflejar sus ideas y sus particulares creencias una última vez, según parecen señalar las últimas escenas (aunque con el director chileno nunca se sabe). En cualquier caso, el cineasta hace un interesante ejercicio en el que trata de relatar los orígenes de uno de sus pensamientos más conocidos: la psicomagia.

Y es que el propio Jodorosky define este film como una autobiografía imaginaria, en el sentido de que todos los personajes, lugares y acontecimientos son reales. Retrotrayéndose a su infancia en el pequeño y humilde pueblo de Tocopillas, en medio del desierto chileno, da las claves que marcaron y modelaron su pensamiento. De este modo, veremos como la niñez del cineasta está marcada tanto por su rígido padre, como por su madre, que en el fondo será quien de la clave al chico e inicie los misterios de la psicomagia. Ambos aparecen en forma de metáfora, el padre interpretado por Brontis Jodorowsky, el propio hijo del director, que borda su papel, y la madre por la soprano Pamela Flores, que dirá todos sus diálogos cantando.

Puede parecer extraño, pero es que realmente estamos asistiendo a una metáfora de dos horas, y una metáfora que lo abarca todo. No sólo la infancia y, por decirlo así, el mundo personal del cineasta, sino también un reflejo de la situación política, económica y social chilena durante la dictadura de Carlos Ibañez en Chile. Tiempos duros, marcados por la influencia de la crisis económica mundial. Pero ya decía Ortega que uno es quien es gracias a las circunstancias.

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De este modo habrá que estar atento no solo a los personajes que se nos muestran, sino también a los figurantes que se nos ocultan. Muchas veces el mensaje que se quiere transmitir está oculto. En cada secuencia podemos encontrar tantos símbolos que cuesta contarlos. En el fondo estamos ante un largometraje para reflexionar, que hay que ver con la mente abierta y no tratar de racionalizar.

Ya se sabe que el chileno no destaca precisamente por hacer unas tramas especialmente continuas. En este caso la película refleja tanto la evolución del Alejandro niño, con algunos recuerdos y escenas que le marcaron especialmente y que va recordando a lo largo del film, y por otro lado la evolución del padre, personal e ideológica, en la que está presente la evolución de la situación social del país. Al final, uno no sabe si la historia trata de uno o del otro. Quizá de ambos, ¿por qué no? La madre, Sara, actúa de nexo de unión entre los dos.

Cierto es que quizá sea demasiado larga para lo que cuenta, pero poner una cuota de minutos para resumir cómo empezó una vida sería cruel. Aun así, habrá escenas y secuencias que se hagan, por difíciles o por especialmente surrealistas, un poco pesadas. En cualquier caso, de nuevo es la voluntad de la mente abierta y el hecho de querer desentrañar cada significado los que serán fundamentales en el espectador para seguir el desarrollo que se propone en la cinta. El director propone una especie de diálogo, un ejercicio en el que está dispuesto a abrir su mundo al espectador que atraviese los acertijos y decida entrar en él.

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Mención especial merecen los cameos del propio Alejandro Jodorowsky, que aparece de vez en cuando como un gurú espirítual, guiando a su niño interior por los caminos de la filosofía. Esos momentos son especialmente interesantes, porque nunca se dice nada que sea baladí. Además, el director se reserva una última escena que es absolutamente maravillosa.

Probablemente La danza de la realidad sea una película algo difícil, por distinta a lo que se está acostumbrado, pero merece una oportunidad. Sus fans la disfrutarán mucho, y quien haga un esfuerzo podrá encontrar una serie de bonitas reflexiones vitales. Al fin y al cabo, cuando la realidad danza respira vida.

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