La cabeza alta (Emmanuelle Bercot)

La mayoría de las personas parecemos tener asumida la importancia de educar correctamente a los niños. Sin embargo, y hablando de los países occidentales, un pequeño porcentaje de estos niños acaban resultando muy problemáticos en su adolescencia. Hiperactividad, violencia, constante rebeldía ante la autoridad, realización de actividades no adecuadas a su edad como fumar o beber alcohol… Circunstancias por las que muchos les califican como deshechos sociales o cosas peores. Pero la brecha es mucho más profunda. ¿De quién es la culpa? Siempre se suele señalar a los padres, por no darle la educación pertinente o por haberle obstruido su infancia con problemas en el hogar. Pero lo cierto es que el sistema todavía está muy lejos de encontrar la solución a este problema. En muchas ocasiones, conseguir la reinserción social parece casi una utopía.

Uno de estos adolescentes es Malony, protagonista de La cabeza alta (La tête haute), película que dirige y escribe Emmanuelle Bercot y que inauguró el pasado Festival de Cannes. En ella contemplamos la actitud arisca, violenta y subversiva del joven. Su padre falleció cuando él era pequeño y su toxicómana madre ni supo ni quiso educarle desde entonces, como bien muestra la primera escena de la cinta. Una elipsis nos lleva, ahora sí, a su adolescencia, cuando una jueza de menores y los servicios sociales se estrujan la mente tratando de buscar una salida al problema que se les ha planteado con Malony quien, lejos de hacer acto de presencia en el colegio, dedica su tiempo a robar coches y conducirlos a toda velocidad por las calles de Dunkerque.

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La puesta en escena de Bercot es prácticamente impecable en los primeros compases de película. La ya comentada escena en la que la madre de Malony desprecia a su hijo es buen ejemplo de cómo sintetizar en pocos minutos el origen del problema. A partir de ahí, la cineasta simplemente deja que el relato fluya a la manera de una crítica social que sobre todo apunta al poder judicial. Además, cada personaje secundario tiene su sentido, desde la veterana jueza interpretada por la mítica Catherine Deneuve hasta el curioso Benoît Magimel como el nuevo asistente social que, por fortuna, estará en las antípodas del cliché que hemos visto en otras producciones. Por encima de ellos, la interpretación de Rod Paradot en el papel protagonista es excelente, logrando un término medio a la hora de sacar de quicio al espectador con sus chiquilladas.

Pasada la hora de película, empero, ya aparece algún síntoma de que La cabeza alta poco a poco se está viniendo abajo. Ciertas reiteraciones dan una sensación de estancamiento que se terminará destapando en la media hora final, cuando descubrimos que la cinta, definitivamente, se alarga demasiado. Por una parte, podríamos pensar que es algo intencionado (se alarga tanto como un proceso judicial, en pocas palabras), pero la inclusión de alguna subtrama insípida como la de la relación amorosa hace perder contacto con el problema que acecha al protagonista, hasta tal punto que es difícil entender varios de sus movimientos. Tampoco ayuda un desenlace lejos de lo esperado, aunque aceptable.

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De haber sido más ágil en su desarrollo final (o más hábil en la sala de montaje), La cabeza alta se habría constituido como un trabajo muy interesante desde el punto de vista cinematográfico y altamente recomendable para comprender una problemática social que, si bien es uno de esos “problemas del primer mundo” que parecen quedar en un segundo plano ante circunstancias peores como el éxodo de la población siria, no por ello se puede dejar de lado. De una manera u otra, Bercot acaba alcanzando esta segunda virtud, pero lastimosamente se queda a medio camino en la primera.

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