La omnipresente figura de un gato negro invade el notable prólogo de Negro como la noche. La voz de su dueña le acompaña, y Taboada privilegia una silueta que, a la postre, cobrará una importancia capital en el relato. Y es que el escurridizo animal, «negro como la noche» según las propias palabras de la criada de la casa, pasará a formar parte activa de la “condición” desde la que obtener una suculenta herencia: Ofelia, sobrina de la causante, deberá cuidar del animal como ruego (que no requisito) de recién fallecida tía Susana.
El cineasta mexicano, autor de films como Hasta el viento tiene miedo o Veneno para las hadas, aborda así uno de esos lugares comunes tanto y tan bien explotados en cuanto a horror sobrenatural se refiere: el caserón. Un espacio que nos puede llevar a ese subgénero predilecto donde las casas encantadas hacen acto de presencia, o sencillamente derivar en una exploración de secretos y motivos desde los que conocer un legado tenebroso que dé forma a dicho horror.
El misterio se cierne así sobre la mansión que heredará la protagonista. La huraña y desapacible figura de la criada; esa relación de la difunta tía no solo con su gato, sino también con algunos objetos y lugares, bordeando un extraño fetichismo; e incluso la silueta del esquivo gato negro y su cambio de actitud con la desaparición de la dueña… todo ello otorga un halo inquietante al relato, que si bien en su primera mitad se diluye en alguna secuencia tan trivial como lánguida —como la del desván— y en un terror tenue, casi se podría decir que tímido, cobrará entidad con la desaparición definitiva del felino.
Taboada se muestra como un cineasta interesado en potenciar esa palpable inquietud que llega a revestir en algún momento el film desde sus escenarios. La simple presencia del enorme cuadro de la dueña que cuelga de una de las paredes de la casa otorga ya una desazón patente. Un cuadro que la propia Ofelia rememora con precisión, entre vagos recuerdos de otros distintos objetos presentes allí, y que se reproduce en un impecable ‹travelling› donde descubrimos el lugar. Y es que el realizador se sirve de recursos tan puntuales como certeros para ir revisitando cada rincón: como esa panorámica que nos muestra la habitación de la difunta tía. La inevitable forma en cómo luces y sombras bordean las distintas zonas del hogar, dota además a su atmósfera un punto de tenebrosidad del que se alimentan algunas de sus escenas más representativas, en especial durante el segundo segmento.
A nivel narrativo quizá se echa en falta un tanto más de enjundia y concisión en algún tramo, pues aunque estamos ante un film de, en apariencia, visos clásicos, Taboada parece interesado en dotar de mayor relieve a la relación entre los distintos personajes, y ello hace que la cinta se resienta. Esto reviste Más negro que la noche de una modernidad que puede ser apreciada en esa renovación de algunos espacios que propone el mexicano, y que otorgan una tonalidad mucho más sugestiva al conjunto.
Cabe destacar, asimismo, la capacidad de reformulación constante que posee el film, añadiendo motivos e incentivos desde los que ir desgranando ese enigmático cerco que recubre la historia de la tía Susana. Sin necesidad de revelar grandes rasgos, jugando en todo momento con una cuidada ambigüedad que rehúye recursos que resultarían superfluos, y encontrando una elongación perfecta de sus querencias en esa hosca criada, poco más es necesario para reconstruir los pasos de la difunta.
El revestimiento cómico que Taboada otorga a la obra, en ese sentido, generando la ya clásica confrontación entre tradición y modernidad, sirve además a modo de perfecto contrapunto desde el que hacer emerger un tono cuyo viraje derivará, con su fin, en un inesperado y perverso cuento, mucho más sencillo de lo que pudiera parecer, desde el que comprender el género como una extensión de esas crónicas añejas y clásicas explotadas desde una perspectiva mucho más insinuante de lo habitual. Pero, ante todo, otorgando importancia a cada detalle y a cada composición con esa destreza que sólo los maestros conocen, y es que conviene continuar reivindicando la figura de un autor que sustraía de esa sencillez una esencia que muy pocos saben encontrar.

Larga vida a la nueva carne.