Con el inminente estreno de Frankenstein de Guillermo del Toro —tristemente en Netflix y con un tímido estreno limitado en salas—, la cinefilia internacional recuerda ahora las primeras apariciones de la aberrante criatura a la que un día Boris Karloff inmortalizaría en un imaginario colectivo intergeneracional como el símbolo del terror clásico. Y es que el genio mexicano lleva toda una vida preparando su adaptación de Shelley, quien le maravilló a los 11 años y cuya influencia se ha podido ver desde su más temprana obra. Aunque las cintas de James Whale sean las más recordadas —sin olvidarnos del mítico Mel Brooks—, hay otro nombre que siempre sale a colación cuando se trata del doctor Frankenstein y su monstruo: el del inglés Terence Fisher.

Sus cintas, producidas por la en ese momento incipiente Hammer Productions, crearon el hito de la firma británica que producía en masa cintas sobre todos los monstruos habidos y por haber, llegando prácticamente a la treintena de películas en menos de veinte años. La maldición de Frankenstein, dirigida por Fisher y escrita por Jimmy Sangster, marcaría el pistoletazo de salida para la edad dorada de la Hammer, junto con sus rasgos identitarios que se repetirían por décadas. Patrones como la intensa sangre carmín que brota de las criaturas —o de sus víctimas—, la meticulosa retórica y vestuario romántico y el contraste entre las cuidadas formalidades sociales y la pulsión por las más bajas pasiones. Por lo que ya hemos podido ver del nuevo largometraje de Del Toro, quien bebe —y mucho— de la mítica productora británica, pues cuenta una vez más con Tamara Deverell, la cual ya colaboró con él en la miniserie El gabinete de las curiosidades de Guillermo del Toro o en El callejón de las almas perdidas; Deverell continúa viéndose influenciada por el horror sesentero en su creación de sus inquietantes espacios góticos, producto también de sus colaboraciones con Cronenberg.

La cinta de Fisher vuelve de nuevo a la creación de la criatura desde un acercamiento mucho más colorido y efectista que las adaptaciones americanas, de ambientación sombría y más fieles al texto temática y estilísticamente de Mary Shelley. La limitada y teatral dirección de Fisher, así como los estilizados decorados de la mansión del barón Frankenstein y el maquillaje de la criatura, aportan a la narrativa lineal y clásica del relato una notable diferenciación del planteamiento temático de la cinta americana para limitar la lectura moral de esta y bascular todo el dramatismo al horror gótico. Poco queda en la obra de Fisher de aquel moderno Prometeo, concluyendo en solo una criatura monstruosa más, en una obra algo vana y palomitera que fue todo un éxito para la Hammer y sentó un precedente para el terror de los sesenta, que imitarían en serie las formas de La maldición de Frankenstein hasta la saciedad, siendo las más recordadas las continuaciones de Terence Fisher de esta saga, sus incursiones en el mundo vampírico con Drácula o La momia, la gran mayoría de ellas acompañadas de Peter Cushing y Christopher Lee (el barón Frankenstein y su criatura, respectivamente).


Redactor de crítica cinematográfica en Cine maldito y Cinemagavia.





