Todo nace de una broma, o de una ficción intra-cinematográfica. Hobo with a Shotgun no se entiende sin ese falso tráiler (al igual que Machete) insertado en ese doble programa Grindhouse que era Planet Terror y Death Proof. También se podría decir que de esos polvos “tarantinianos” y de los de Robert Rodriguez de toda la vida llegan los lodos de Eisener. Porque en el fondo puede resultar hasta molesto que una broma, con sentido, llegue a largometraje con pretensiones. Y sí, también puede molestar incluso que el resultante sea inferior a lo prometido en el trailer, por ‹fake› que este fuera.
De hecho hay quién podría argumentar que las derivas “tarantinianas” son lo peor que ha traído Tarantino. El refrito del refrito pero sin gracia alguna más allá de una estética granulada y una celebración de la ultra violencia estilizada hasta el absurdo. Pues bien, Hobo with a Shotgun es todo esto, sin matices, sin filtros. Y aquí, lejos de considerarlo un subproducto, se celebra su desvergüenza absoluta. Sí, estamos ante un film que hace de lo macarra, lo absurdo y el todo porque sí su arma de cohesión más absoluta. No intenten encontrar subtextos, no quieran intelectualizarla o incluso apreciarla moderadamente bajo el epígrafe de producto divertido pero fallido.
Hobo with a Shotgun es una ‹exploitation› directa, «in your face», que abraza sin complejos el desarrollo de cine de vigilantes sucio, corrupto y sin atisbo de moralidad pero llevándolo a los niveles de hemoglobina explícita que en sus referentes pasados no podían llegar. Y es que aquí no estamos hablando de subtextos sobre la degradación de la sociedad del entretenimiento o de dudas éticas sobre el héroe de tintes fascistas impartiendo justicia. De hecho, lo único mínimamente cercano a la lectura entre líneas sería la propia idea de un Rutger Hauer poniendo en un cartel que está cansado; al igual que Eisner, parece cansado de un cine justificativo y que necesita de coartadas para pegar escopetazos a auténticos psicópatas.
Y es que al igual que el amor es un bien escaso en los comportamientos de sus personajes, la propia cinta también manifiesta esta ausencia de cariño para los amantes de la depuración cinéfila ofreciendo algo absolutamente grotesco, depravado y sí, plenamente autoconsciente de la burrada sin sentido que se nos presenta. Todo ello puesto de manifiesto en todos los tropos estilísticos esperables, con su falso grano, un montaje espídico, planos aberrantes hasta la extenuación y una puesta en escena tan sucia como capaz de conjugar lo colorido con lo apagado, lo estroboscópico con lo bucólico en su sentido más paródico.
Sí, quizás no estamos ante una obra maestra, ni ante un ejemplo de genialidad artística ni, desde luego, ante un dechado de originalidad. Pero es que ni falta que le hace. Esta es una película orgullosamente de nicho cuya finalidad es divertir a los que sabemos de qué va este movida y si ya de paso consigue espantar al “tietisme” cinéfilo y a los amantes de las gafas de pasta de kilo mejor que mejor. Y a fe que lo consigue. Sobradamente.
