Un par de años antes que Golpes bajos cantaran aquello de Malos tiempos para la lírica, ya eran peores lustros para los espías internacionales. O al menos para los del cine. En una década como la de los ochenta, época en la que peligraba el jefe de todo esto, el mismo James Bond, a caballo entre las películas de Roger Moore, que irrumpían en las salas con la misma entidad que la saga del bólido Herbie, producida por la Disney. Pasando por Sean Connery con su peluquín en un intento de recuperarlo como 007. O del recién llegado, tocado y hundido Timothy Dalton con solo dos películas del agente secreto. A estos intentos de revitalizar la franquicia británica, se sumaron fracasos como los de Remo: desarmado y peligroso (1985); Se busca vivo o muerto (1987). E incluso en el 1991, la olvidada Agente juvenil. Si alguno de estos títulos hubiera triunfado en la taquilla, no serían cine maldito. Aunque por separado los tres merecen una revisión que los sitúe en su momento. Mientras tanto, fuera de Hollywood se planteaban productos más interesantes que abordaban el mundo secreto del espionaje, más próximos al espíritu desmitificador y realista de los personajes de John Le Carré y admiradores como el escritor George Markstein, autor inglés que publicó en 1977 Chance awakening, novela adaptada cinco años más tarde para el cine con el título Espion, lève-toi, dirigida por Yves Boisset.
El resultado final en pantalla es una película dinámica, capaz de enganchar desde la primera secuencia, un ametrallamiento al viajero de un tranvía en Zurich, durante el nervioso arranque marcado por la melodía de Ennio Morricone. Un inicio que da paso a la presentación de Sébastien Grenier, ejecutivo de unos sesenta años, culto, refinado aunque rudo en apariencia física, casado con una mujer treinta años más joven. El acomodado hombre de negocios recibe una visita inquietante por parte de Jean-Paul Chance, un burócrata francés de alto cargo que destapa a Grenier sus fantasmas del pasado como espía. A partir de aquí se desarrolla una intriga de encuentros, persecuciones, amenazas, viajes continentales y otros giros de guión que marcan una lista de asesinatos de los antiguos compañeros del protagonista. Lino Ventura transmite seguridad, empatía y dureza a un personaje en fuga de su pasado, empeñado en mantener el presente placentero como empresario. Michel Piccoli consigue darle las mejores réplicas como un viejo zorro manipulador, misterioso e inquietante. Con una estructura deudora de las historias sobre topos, contraespionaje y traidores de los sesenta y setenta anteriores. O con el desencanto existencial de Wim Wenders en El amigo americano. Así, el cineasta francés dinamiza un largometraje poblado de conversaciones en museos, universidades, bibliotecas, cafeterías, calles, hoteles y oficinas, representados con travellings sobre una cámara que siempre rueda a sus personajes avanzando, caminando sin descanso, corriendo, conduciendo vehículos. Un dinamismo justificado siempre por los pasos de sus protagonistas, con un virtuosismo y naturalidad en el uso de espacios amplios o abiertos, similar al que imponía Brian de Palma por entonces, en sus grandes planos secuencia. Apenas cuatro secuencias espectaculares para puntear la tensión progresiva. Con la suficiente urgencia para que no importase que, en algunos instantes, se cuelen las sombras de la grúa o del operador de cámara. Sin bajar la guardia en ningún plano, contraplano, detalle o leve panorámica que dé lugar al aburrimiento. Boisset proporciona una lección de estilo en la planificación y puesta en escena de la que adolece la mayor parte del cine de género de sus contemporáneos.
Con esta narración en forma de crónica, encabezada con rótulos sobreimpresionados que muestran el lugar, fecha y hora de los acontecimientos, transcurren los diez días de la trama. El realizador logra una buena película de género negro, intriga y acción. Lo hace con el oficio de un competente profesional del que apenas se estrenaron en España films como Crónica de una violación, Un taxi malva o —gracias a su actor principal, el legendario Lee Marvin— la más famosa Día de perros, durante unos años en los que el cine francés apenas funcionaba en las recaudaciones españolas. Y fuera de los márgenes estilísticos del polar galo. Espion, lève-toi, que al castellano se podría traducir como ¡Espía, despierta!, es un ejemplo que merece la pena volver a ver o descubrir en la actualidad, tan propensa a las conspiraciones, terrorismo encubierto del estado y menciones a conflictos árabes. Una obra de la que han tomado buena nota los artífices de James Bond, Jason Bourne, el Topo y Jack Reacher, personajes similares en su empeño de demostrar que los enemigos no están fuera, sino entre ellos mismos.