La alternativa | El hombre de Mackintosh (John Huston)

Los años 60 y 70 del siglo XX constituyeron un auténtico filón para el cine de espías en parte gracias al contexto global derivado de la llamada Guerra Fría entre el bloque occidental y el soviético.

Fueron muchos los nombres que sucumbieron a participar en producciones versadas en este entorno, e innumerables las películas de Hollywood y europeas que explotaron, con mayor o menor éxito, esta oportunidad de maximizar beneficios en las taquillas de los teatros cinematográficos. Entre estos nombres estaba, como no, el omnipresente John Huston quien un par de años antes ya le había dado al género otro título emblemático con La carta del Kremlin, optando por repetir fórmula con la compañía inestimable de un amigo con el que había trabajado el año anterior en uno de los westerns de referencia de la década de los 70. Me refiero a Paul Newman y la película El juez de la horca, obra emblema de estas dos leyendas quienes debieron pasárselo en grande narrando las peripecias del juez Roy Bean, y por tanto resolvieron volver a compartir set, en este caso, en una de espías.

Así es como se articuló El hombre de Mackintosh (The Mackintosh Man, 1973), observándose como una pieza alimenticia en la carrera tanto de Newman como de Huston más que como una obra en la que estas dos leyendas decidieran poner toda la carne en el asador. El resultado final, por tanto, fue en la línea de lo comentado. Una peli muy resultona y entretenida, pero a la que se le notan las costuras propias del cine comercial realizado sin más pretensiones que obtener un buen cheque con el que continuar trabajando en proyectos más arriesgados (Huston rodó ese mismo año Fat City y sus siguientes obras fueron nada más y nada menos que El hombre que pudo reinar y Sangre sabia).

Técnicamente a la peli no se le puede poner ni un pero. Tiene una música muy pegadiza gracias a la composición de un genio como Maurice Jarre. El guion es compacto y correcto, sin fisuras, pero también sin genialidades, llevando la rúbrica de un primerizo Walter Hill que venía de escribir el soneto ni más ni menos que de La huida de Peckinpah. Y el reparto estaba repleto de nombres relucientes, ya que al comentado Newman le acompañaban la bellísima Dominique Sanda además de la inquietante, y testimonial, presencia de un ambiguo James Mason junto con la siempre eficaz aportación de Harry Andrews en el papel del Mackintosh que adornaba el título de la peli.

Con estos mimbres, ¿Qué podía fallar? A nivel de entretenimiento y agilidad narrativa nada. Puesto que nos encontramos con un film intrépido, enérgico y muy interesante que enfoca la temática de la Guerra Fría muy superficialmente, sirviendo este contexto más como una herramienta al servicio de una historia muy intrincada mezclando el cine de acción, el de espionaje, el carcelario, el de ladrones y también el romántico, que como una prioridad de sus creadores a la hora de denunciar a uno u otro bloque. A nivel artístico, tampoco se le puede reprochar nada. Las persecuciones están muy bien coreografiadas, la cámara de Huston es juguetona y sabe donde enfocar cada secuencia para generar tensión y asombrar al espectador. Las interpretaciones cumplen sin más. Se nota que Newman estaba con el piloto automático, ejerciendo de galán adorado por todo tipo de público, abusando un poco de ciertos tics en los que se nota que se mola a sí mismo, no ofreciendo más de lo que podría haber sido un dibujo psicológico más complejo de su personaje, pero sin dejarse ir, es decir, cumpliendo con el expediente con un aprobado alto. A Sanda se le notaba algo intimidada por sus compañeros de reparto y tanto Mason como Andrews ejercen de efectivos veteranos en los pocos minutos de presencia en pantalla.

Es a nivel temático donde la peli puede carecer algo más de peso, ya que escasea cierta profundidad psicológica y también un estudio pormenorizado del ambiente en el que está teniendo lugar el relato, puntos que sí suelen tener algunas de las mejores pelis del género (me viene a la mente El espía que surgió del frío o por poner un ejemplo más contemporáneo No hay salida con Kevin Costner disfrazado de marinero y de otras cosas que son spoiler). Aquí se trata más de ofrecer un producto digno, audaz y ameno que cumpla las expectativas de aquellos espectadores que quieran desconectarse del mundo hora y media para contemplar una compleja misión de espionaje no exenta de guiños románticos.

La trama es enrevesada y a veces difícil de seguir, siendo esa agilidad narrativa comentada a veces un lastre que impide conectar firmemente las elipsis y cambios de ambiente que suceden continuamente a medida que se desarrolla el relato. La peli arranca mostrando a Sir George Wheeler (James Mason) dando un discurso patriótico en la cámara de los comunes británica, mostrándose como un político incisivo y temeroso que las garras del comunismo arañen la forma de actuar de la sociedad británica. En paralelo se nos presentará a Joseph Rearden (Paul Newman), un aparente ladrón de joyas que recibirá un encargo de un misterioso hombre llamado Mackintosh para robar unos diamantes transportados en un sobre de Correos.

Rearden llevará a cabo el encargo, pero será delatado y descubierto por la policía, siendo condenado a veinte años de prisión. En la cárcel conocerá a un presidiario que está preso por sus vínculos con el espionaje comunista. Pasados los meses Rearden tramará un plan de escape en el que participará también el reo comunista. Ambos conseguirán escapar de los muros carcelarios siendo trasladados a una mansión en un pueblo costero irlandés a la espera de poder ser liberados.

A medida que la trama avanza descubriremos que Rearden no es un ladrón de joyas profesional, sino que realmente es un agente del servicio secreto británico infiltrado por su jefe de división Mackintosh con el fin de destapar a una persona que Mackintosh sospecha está traicionando a su país vendiendo secretos al otro lado del telón de acero.

Una vez descubierta su verdadera identidad, Rearden deberá actuar en solitario para desenmascarar al traidor, puesto que su jefe Mackintosh, el único que sabía de la existencia de su misión, sufrirá un atropello que le impedirá ofrecerle cualquier tipo de ayuda.

Esta trama, tan intrincada y sinuosa, sirvió de base para amasar una peli muy vistosa y que ofrece lo que se puede esperar de ella: un enredo zigzagueante y entretenido con las gotas necesarias de acción y encanto; un reparto de relumbrón que luce en un momento de madurez brillante, aunque como he comentado quizás con un Newman con el piloto automático conectado; y una puesta en escena técnicamente impecable, gracias a una fotografía que apuesta por rodar en escenarios naturales optando así por insuflar gotas de realismo a un relato algo irreal. Quizás su guion sea demasiado convencional, no ofreciendo ningún tipo de riesgo ni virajes que pudieran desviar a la peli de su objetivo final que no era otro que obtener rédito comercial. Tampoco el final resulta arriesgado, prefiriendo otorgar una especie de happy end en lugar de desafiar la mente del espectador con un desenlace algo más ambiguo e inquietante para la estabilidad emocional de un público occidental ubicado en los años 70 del siglo XX.

Es por ello que El hombre de Mackintosh me sigue pareciendo una buena peli de espías, de esas que te hacen pasar un rato agradable y entretenido, que por sus fisuras y claros defectos también la hacen una peli que puede ser fácilmente erradicada de la mente del espectador. No obstante, nos encontramos con un producto notable, donde se nota la mano de un maestro de esto de contar historias como fue John Huston, que cumple perfectamente su cometido, y que por ello merece una reivindicación como una de esas cintas a tener en cuenta de dos leyendas del cine, como son John Huston y Paul Newman, en su filmografía ubicada en la década de los 70 del siglo pasado.

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