La alternativa | El día en que la tierra se incendió (Val Guest)

Sin contar con el reconocimiento popular que merece, El día en que la tierra se incendió se destapa como uno de los mejores filmes de género realizados en las islas británicas lejos del amparo de la Hammer, pero con el liderazgo y mecenazgo de uno de sus nombres primitivos y más reputados como fue Val Guest, quien aquí actuó como realizador, productor y guionista del producto.

Asimismo esta es una película perfecta para ver en el conflictivo y caótico momento en el que vivimos, ofreciendo un testimonio bastante clarividente del carácter devorador y bestial del ser humano. Un temperamento que no es inherente al hombre moderno, sino que se eleva como de naturaleza innata de cualquier situación y momento de nuestra historia tanto más reciente como la más ancestral.

En este caso, la película sirve como plataforma para denunciar la escalada belicista que estaba produciéndose a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, con el trasfondo de la lucha de bloques y la Guerra Fría como testigo silencioso si bien presente en la moraleja y mensaje que la cinta lanza en todo momento, siendo especialmente sentido su alegato final tan ambiguo como inquietante. A Guest, como intelectual muy atento a la actualidad que le tocó vivir, le preocupaba las tensiones cada vez más violentas que estaban produciéndose entre el bloque occidental y el soviético y ello se advierte en un guion que denuncia las funestas y apocalípticas consecuencias que se podrían desencadenar a raíz de la batalla nuclear que ambos frentes estaban llevando a cabo sin ningún tipo de autocontrol.

Todo ello cocinado con una elegancia y embrujo supino por Val Guest, un cineasta que fue siempre un fino estilista a la vez que gran narrador alzándose como uno de los nombres imprescindibles del cine fantástico británico de todos los tiempos. Ello se siente en la agilidad y delicadeza con la que hilvanó una historia que se aleja de la brusquedad y el desenfado de las producciones scifi estadounidenses de los años 50, abriéndose camino como un relato trascendente e intimista, de idiosincrasia propiamente británica, gracias a una puesta en escena que combina con mucho acierto una escenificación teatralizada (potenciado ello con unos fantásticos decorados el skyline londinense claramente de cartón piedra, pero muy bellos) con una agresividad explotada merced a la inserción de unas fascinantes escenas documentales de manifestaciones y desastres naturales que se integran con total naturalidad en la crónica radiografiada con especial minuciosidad por Guest.

La película arranca mostrando al protagonista de la historia, un periodista alcohólico y de vida bastante desequilibrada a raíz de su separación sufriendo por ello la ausencia de su único hijo llamado Peter Stenning (Edward Judd), deambulando como un zombi por un Londres apocalíptico cegado por un infernal calor. Stenning acudirá a la redacción con el fin de escribir la que puede ser su última historia, contactando con una telefonista con la que parece tener una relación de nombre Janet (interpretada por la ex-estrella Disney y tristemente fallecida a muy temprana edad Janet Munro).

De la conversación de Peter con su redactor se advierte que el mundo está a punto de desaparecer debido a que la Tierra ha salido de su órbita para dirigirse sin control hacia el Sol, siendo la única vía posible para salvar a la humanidad el intento de devolver al planeta a su trayectoria normal a través de la explosión combinada de 4 bombas atómicas.

A partir de este arranque, la película narrará a través de un flashback portentoso los preámbulos y prolegómenos que tuvieron lugar hasta llegar a la situación mostrada en el inicio. Todo ello a través de una especie de procedimental periodístico protagonizado por el propio Peter y la editorial del periódico en el que trabaja, destacando la presencia de su fiel y veterano compañero Bill Maguire (Leo McKern).

Me gusta mucho como Guest desechó construir una cinta de género al uso, haciendo hincapié por contra en la disección de las diversas personalidades de los personajes que lideran la acción, otorgando un trasfondo intelectual y muy psicológico a la función, algo que resulta muy de agradecer. Así, conoceremos los traumas y padecimientos de Peter, un ex-escritor metido a periodista por necesidad. Un tipo holgazán, aparatoso, chapucero, alcohólico, inestable y deprimido al que parece no gustarle en demasía la profesión. Su contrario será Bill, uno de esos periodistas metódicos, analíticos y cuidadosos que han nacido para perder su vida en medio de la redacción.

La película funciona así como una especie de ‹buddy movie› en la que destaca el choque de personalidades entre el incauto novato y el experimentado veterano. Pero también se mueve en los terrenos del género periodístico mostrando las entrañas y vísceras de una redacción, con sus tufos, sus bondades y sus traiciones muy presentes. Y no solo eso, sino que Guest igualmente bifurcó la trama hacia senderos más rosáceos, dibujando la típica historia de redención romántica a través de la ilustración del enamoramiento que tendrá lugar entre Peter y Janet, una operadora telefónica del ministerio británico que desempeñará un papel esencial en descorchar las mentiras y ocultaciones de los políticos para los que trabaja.

Y es que El día en que la tierra se incendió se eleva como una cinta todoterreno que toca con fundamento y clase una multitud de géneros sin perder nunca de vista la línea principal de película de catástrofes y ciencia ficción apocalíptica que define su ser. Pues toca el periodístico, el suspense, el romance, el thriller psicológico, la denuncia política y social y hasta la comedia british sin caer en ningún momento en la torpeza que ello pudiera propiciar.  Brindando un alegato muy certero sobre el carácter destructivo del ser humano con para sus congéneres. También de las calumnias y cloacas existentes en cualquier tipo de gobierno. Aquí destapando como el primer ministro británico no dudará en ocultar información a sus ciudadanos mintiendo sin contemplaciones con el fin de mantener la calma de sus votantes para evitar el caos que supondría desvelar la verdad. Asimismo, lanzando una denuncia muy oportuna sobre las insoportables tensiones políticas y bélicas que se estaban produciendo en los sesenta, con el avance apocalíptico del desarrollo nuclear como frente de defensa de las naciones.

Pero lo que verdaderamente permanece en la memoria del espectador al finalizar la película son sin duda por un lado los fantásticos y magnéticos planos urbanos que muestran la vida cotidiana del Londres de finales de los sesenta (maravillosas en este sentido se elevan la escena de la multitudinaria manifestación anti-nuclear en Trafalgar Square y las hipnóticas secuencias bucólicas rodadas en Brighton y su parque de atracciones) y los muy conseguidos aunque artesanales efectos especiales que saben mezclar la recreación en cartón piedra de lugares emblemáticos de la City con espectaculares combinaciones de impactos visuales muy propios del cine de catástrofes como esa espesa niebla que cubrirá la ciudad, o la representación de ciclones, vientos torrenciales que todo lo destruyen y esa sensación de angustia sofocante debido a la irrespirable subida de temperatura consecuencia de la salida de órbita de la Tierra como fruto de la experimentación nuclear que empapan con sobriedad y eficacia una intriga que se observa con atención y apego gracias a su combinación de entretenimiento y sutileza política. Y que no se me olvide un tramo final en el que Guest se regodea y mete el cuchillo más en la yaga, exhibiendo el caos absoluto en el que se envuelve una sociedad sin fe ni esperanza presentando a una juventud irrespetuosa, violenta, degenerada y amoral que puede que sea uno de los principales síntomas que agrava esa enfermedad degenerativa e irremediable a la que está expuesto el ser humano.

El resultado de este impecable cocktail es sin duda una de las grandes producciones británicas de los sesenta a la que bien merece echar un vistazo para no hacerla caer en el olvido. Una cinta inolvidable, muy bien resuelta, ambigua. De las que te hacen pensar más allá de lo trazado con mano firme y maestra por Guest.

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